ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Darle comida al pueblo es la motivación de Betty para continuar trabajando. Foto: Cortesía de la entrevistada

No se llama Francisca y la muerte no la persigue, pero Betty trabaja sin pausa.

Ana Beatriz Ponce Mora no lo pensó dos veces cuando, por el bienestar de su hijo, tuvo que trasladarse al campo, y abandonar su vida citadina y las comodidades forjadas con los años.

Una casa de yagua y cartón prieto chino, ubicada muy cerca de los surcos, le provocó una sensación de placidez, como si ese nuevo hogar profetizara los cambios oportunos a su pequeña familia, a la tierra, a la gente, al país.

«En 2016, luego de conversar con el sicólogo de mi hijo, decidimos venir al campo por su estado de salud. Aquí nos dimos cuenta de que esta debía ser nuestra casa; por eso hablamos con los dueños y empezamos a limpiar el lugar. Así estuvimos dos años, restaurando y, sobre todo, sembrando».

Betty Ponce tiene 60 años, estudió Enfermería y Derecho Laboral. Habla y actúa como piensa, sin tapujos, con osadía. Antes de conceder la entrevista, siguió su rutina: «Hago ejercicio, luego me baño y voy directo a la palma que tengo en la finca. Allí le pido a mi Changó bienestar para el país».

Su vestimenta: camisa de mangas largas y un sombrero que la protege del fuerte sol. Entre sus manos, un azadón. Se pone en marcha y, mientras, habla de su campo, de su producción.

«Lo primero que cosechamos fue una hectárea de plátano, lo regábamos a cubos de agua y, poco a poco, avanzamos con la siembra de frutas, además de dedicarnos a la cría de animales.

«Lajas, en Cienfuegos, es un poblado pequeño con alrededor de 23 000 habitantes», dice Betty, con la mirada lejana en el surco y, aunque no lo exprese en palabras, se percibe en ella la ambición de abastecer al municipio completo. Pero Santa Bárbara –su finca– aporta, y mucho.

«Nuestro afán es ayudar, por eso dada una convocatoria del Partido, suministramos alimentos al hospital más cercano. Luego nos dimos a la tarea de entregar leche a las personas más necesitadas».

Actualmente, ella y su hijo Pedro Miguel proveen a cinco familias vulnerables de la zona, y a los hogares maternos y de ancianos en Cienfuegos, con queso, yogur y frutas, además de a dos círculos infantiles.

«Trabajo con diez niños que tienen problemas en el aprendizaje, como mi hijo. Una vez al mes, de conjunto con la escuela, hacemos un taller sobre alimentación sana, les enseño a cocinar y qué deben comer».

Mediodía. El sol abrumador no cree en sus discípulos. La dueña de la finca, sin cansarse aún, inspecciona minuciosamente la mata de mango. Prosigue, y ahora observa a sus animales, los cuenta: dos vacas, pavos, gallos, gallinas, guineos…

«Todo lo que he logrado es gracias a esta Revolución, y tengo un compromiso con ella. Por eso lo que produzca se lo daré a mi pueblo, así, como estoy haciendo ahora, vendiendo barato en las ferias.

«Hace poco sembré por primera vez frijoles, fue magnífico; eso significa que este año me podré ampliar más. Estoy trabajando con un grupo de campesinos en la cosecha de arroz, y queremos lograr 400 toneladas para suplir los problemas en Lajas.

«Si todos los que tenemos un pedazo de tierra sembráramos, nos sentiríamos más satisfechos. Es cierto que aún le falta control a la Agricultura, pero estoy segura de que no existe un campesino que no coseche. Aquí donde estoy te digo que Cuba va a tener mejoría, lo que hay es que unirse», comenta.

De desafíos confrontados por la perseverancia tiene mucho la vida, y Betty Ponce lo sabe; por eso valora un sueño con su hijo: el de crear el primer hogar de ancianos en su pueblo, y aunque lamenta que la «tarde le está llegando», ansía dejar ese legado; uno más entre los tantos que ha labrado, consciente –como Francisca– de que siempre hay algo que hacer.

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