ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Dicen que el amanecer del 8 de mayo de 1935 vislumbraba un día claro y brillante, pero lo que hizo visibles al joven Guiteras, a su amigo Carlos Aponte y a otros colaboradores, fue una delación.

Grande debió ser la sorpresa cuando las fieras de la dictadura rompieron el silencio, poco antes de despuntar aquel día, y se lanzaron contra los jóvenes, ocultos en el viejo fortín El Morrillo, levantado en las inmediaciones de la desembocadura del río Canímar. Allí aguardaban los revolucionarios, para partir hacia México, con la aspiración de reunir los recursos necesarios e iniciar la lucha armada en la amada Patria.

Poco o nada pudieron hacer. El lugar estaba atestado de guardias, por tierra y por mar, y el sinuoso sendero a través de la ribera del río hizo todo más difícil. Al parecer, tomar aquellos estrechos desfiladeros no fue la mejor decisión.

Aunque el tiempo ha borrado todo vestigio de la siniestra emboscada, la imaginación alcanza para saber cómo fue aquella pelea desigual en ese pedazo de tierra desolada.

Ambos hombres honrados y no menos valientes, tienen que haber peleado duro, a pesar de la encerrona y la superioridad de las fuerzas represivas. Recoge la leyenda que, cuando se hizo evidente el momento del desenlace, en gesto de romántica valentía, Aponte le dijo a Tony: «Antes de rendirnos nos morimos». Y Guiteras respondió: «Nos morimos».

Desde el llamado Gobierno de los Cien Días Antonio Guiteras implementó medidas radicales de justicia social, y solo por ello se convirtió en un hombre que no les convenía a quienes patrocinaban los intereses yanquis en el país.

Quiso lo que nosotros queremos, y cayó antes de lograrlo, diría Fidel, algunos años después, al exaltar el significado de su ideario y, en cierto modo, ratificar su aprecio por aquel «joven valeroso y carismático, dueño de ideas claras y radicales».

En lo que quiso para Cuba, está su principal legado.

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