ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Martí era el patriota por encima de todo, el revolucionario orgánico cuya elección había sido luchar por Cuba. Foto: Archivo de Granma

Poco más de un año estuvo el joven Martí en su patria amada, tras su regreso a La Habana, en agosto de 1878. Volvería a Cuba junto a su esposa Carmen, quien ya esperaba un hijo suyo, cargado de emociones por volver a pisar tierra cubana y reencontrarse con tantos recuerdos que seguramente martillaban su mente. Tenía entonces 25 años y había alcanzado una madurez tal que, podría decirse, se encontraba preparado Martí para iniciar una vida de trabajo y convivencia familiar que le permitiera estar junto a Carmen, esperar el nacimiento de su hijo José Francisco, y gozar a plenitud su crianza.

Pero conociendo a Martí, con ese  carácter –que define su personalidad–, el anhelo que lo acompaña siempre y que no le permite dormir tranquilo, era difícil creer que eligiera el camino sosegado, despojado del riesgo que significaban las labores conspirativas por la independencia de Cuba.

Ese era Martí, el patriota por encima de todo, el revolucionario orgánico cuya elección, desde hacía mucho tiempo, había sido luchar por Cuba, por alcanzar la definitiva libertad. Su ideal independentista crecería al ver la posibilidad de contribuir al surgimiento de una nueva vanguardia que despertara el sentir de los cubanos honestos y verdaderamente patriotas, los que querían una Cuba libre del colonialismo español.

Es así que en fecha tan temprana como el mes de octubre de 1878, a menos de dos meses de su arribo a La Habana; se entregara Martí a labores conspirativas, junto a otros cubanos que responderían al llamamiento del Comité Revolucionario Cubano, radicado en Nueva York. ¿Por qué conspirar?, porque era preciso que eludiera el espionaje que se cernía sobre todo aquel que manifestara rechazo e inconformidad con el régimen colonial.

No puede estar tranquilo Martí, su participación no es periférica ni epidérmica. Se involucra tanto, que asume responsabilidades directivas y se convierte en una de las figuras más peligrosas para el régimen. ¿Acaso no lo fue siendo un adolescente? Fue en realidad muy intensa su participación, de ahí su detención en septiembre de 1879, a pocos días de haber cumplido un año en La Habana.

Pero, durante ese tiempo, ¿a qué se dedicó Martí, además de conspirar a favor de la independencia cubana? ¿Cómo hacía para alimentar a su familia? Su hijo había nacido el 22 de noviembre de 1878, era sumamente necesario que tuviera una entrada de dinero para vivir. Es así como, de inmediato a su arribo a La Habana, dirige a la Audiencia una solicitud para ejercer como abogado, esto a reservas de presentar su título, que no lo tenía, por lo que solo pudo entregar el certificado acreditativo de sus estudios. Esta solicitud fue declarada sin lugar, precisamente por no poseer el documento.

Entonces trabajaría el joven Martí como pasante en el bufete de un amigo, don Nicolás Azcárate, quien había llegado el 6 de octubre de 1878 a La Habana. Luego laboraría, también como pasante, en el bufete de Miguel Viondi, ubicado en calle Empedrado, No. 2, esquina a Mercaderes (La Habana Vieja).

Ambos bufetes lo relacionan con un amigo entrañable de causa revolucionaria: Juan Gualberto Gómez. Se conocen en el despacho de Azcárate, y sostienen reuniones conspirativas en uno de los locales del inmueble donde se ubicaba el bufete de Viondi. Crece la relación de Martí con Juan Gualberto, crece también su quehacer independentista.

En marzo de 1878 asiste a una reunión de conspiradores en la que queda constituido el Club Central Revolucionario Cubano, con sede en La Habana, para el que es elegido Vicepresidente. Al firmar, lo hace bajo el seudónimo de Anáhuac, y deja constancia de que acepta el cargo sin discutir las relaciones de dirección que se establecen, mostrando sus reservas con respecto al objetivo de instalar en la Isla el centro conspirativo, independiente del Comité de Nueva York. Funge como vicepresidente y realiza varias acciones que responden a los planes conspirativos que se conciben en esta etapa determinante.

Era tal su ascendencia como orador dentro de un amplio círculo de intelectuales, artistas y políticos, que llegó incluso a recibir una propuesta de Urbano Sánchez Hechevarría, presidente del Partido Autonomista en Santiago de Cuba, de presentar su candidatura a un acta para diputado por aquella localidad en las próximas elecciones a las Cortes. Esta propuesta fue rechazada por Martí, y señaló que solo aceptaría tal diputación si era para defender en el Parlamento español lo único que, a su juicio, podía defender allí, para bien de Cuba y de España, un cubano sensato: la independencia de la nación. Es Martí un cubano sensato, pero esa sensatez es resultado de su carácter, de su verdadero patriotismo, de su convicción de que el único camino que tenía la libertad era la lucha independentista. Por eso hace parte de uno de los episodios que marcan resueltamente las gestas por la independencia de Cuba: la Guerra Chiquita.

Este mismo cubano sensato fue llamado el 27 de abril de 1879 «un loco peligroso», por el capitán general Ramón Blanco, quien se hallaba presente en la velada homenaje al violinista cubano Rafael Díaz Albertini, que ofreciera el Liceo de Guanabacoa, y en la que escuchó el encendido y vibrante discurso patriótico de José Martí.

Seis días antes, en los altos del café El Louvre, donde ofreció un banquete el periodista y director de La Discusión, Adolfo Márquez Sterling, quien confió a Martí el discurso de agradecimiento. Fue un discurso lapidario y encendido, y en sentencia vibrante expresó: «el hombre que clama vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga. Y los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan…». Entonces, ¿por qué brindar? Una copa estaba en manos de Martí, una copa fue quebrada, súbitamente, después de la ardiente palabra:

«… por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política cubana. Pero si, entrando por senda estrecha y tortuosa, no planteamos con todos sus elementos el problema no llegando por tanto a soluciones inmediatas definidas y concretas; si olvidamos como perdidos y deshechos, elementos potentes y encendidos; si nos apretamos el corazón para que de él no surja la verdad que se nos escapa por los labios; si hemos de ser más que voces de la patria disfraces de nosotros mismos; si con ligeras caricias en la melena, como de domador desconfiado, se pretende aquietar y burlar al noble león ansioso, entonces, quiebro mi copa: no brindo por la política cubana». Su brindis no podía ser otro que por su patria sufrida, por la independencia que era preciso alcanzar.

Otros discursos pronunciaría; su agitada vida se debatía entre discusiones literarias, clases impartidas, quehacer conspirativo, y por supuesto, su vida íntima, familiar, esa que poco disfrutó junto a su bella Carmen y su Ismaelillo. No pudo verlo al cumplir su primer año de vida. La detención y posterior deportación que le fuera impuesta se lo impidió. Era el 17 de septiembre de 1879 cuando fue detenido Martí en la casa donde vivía, ubicada en calle Amistad, No. 42, entre Neptuno y Concordia (hoy Centro Habana). Su amigo de causa, ese que conoció en el bufete de Azcárate, y con quien conspiró a favor de la independencia cubana, Juan Gualberto Gómez, cuenta así como fue la última vez que vio a Martí, precisamente el día de su detención, tras recibir una invitación a almorzar en su casa:

«(…) Estábamos aún en la mesa, él, su distinguida esposa y yo, cuando sonó la aldaba de la puerta de la calle. Su esposa se levantó y abrió. La saleta de comer estaba separada por una mampara de la sala de recibo, así es que yo no vi al visitante; pero la señora de Martí dijo a este en voz alta: “el señor que vino hace rato a buscarte, y al que dije la hora que te podía ver, es el que ha vuelto. Dice que termines de almorzar, pues no tiene prisa y te esperará”. No obstante esto –lo recuerdo bien– Martí se levantó y, con la servilleta aún en la mano, pasó a la sala de recibo. Tras breves instantes, volvió a la mesa, y con calma absoluta, dijo a su esposa: “Que me traigan enseguida el café, pues tengo que salir inmediatamente”, y siguió para su cuarto. Yo le vi abrir su escaparate, (…) buscar de una gaveta unas cuantas monedas, llamar a su esposa a la que dirigió unas palabras que no oí. Servido el café (…), vino Martí a la mesa, y de pie sorbió de su taza unos cuantos buches de café, y dirigiéndose a mí me dijo: “Tome su café con calma, usted se queda en su casa, y dispénseme, pero es urgente lo que tengo que hacer.” Me dio la mano, tomó su sombrero y se marchó con el visitante para mí hasta ese momento incógnito. Desde ese día y esa hora, no volví a ver a Martí».

El joven Martí estaba siendo detenido; y fue tal su serenidad, quizás bagaje de revolucionario conspirador, para no levantar sospechas sobre su amigo Juan Gualberto y, sin lugar a dudas, para proteger a su esposa e hijo. Lo que había dicho Martí a Carmen antes de despedirse de su amigo era que este siguiera al hombre de la detención, para saber a dónde lo llevaban, y que avisara inmediatamente a Nicolás Azcárate. ¡Qué dolor el de Carmen! No imaginaba ella por qué se llevaban a Pepe; y entonces, ¿qué pasaría después?, ¿cuál sería el destino de Martí?, ¿qué amor tan grande era ese que desde la sensatez del patriota hacía que este actuara según su carácter? Sí, fue deportado a Ceuta Martí, separado de su familia nuevamente, separado del más grande de los amores: la Patria.

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Rigoberto Espinosa Pichs dijo:

1

26 de abril de 2024

09:38:10


Que excelente artículo es un excelente artículo no tan solo por su significado y trascendencia sino por su virtualidad teatral.Tal parece que estamos allí, viviendo aquel momento, en el preciso instante. En cuanto al significado del hecho narrado sólo nos viene a confirmar la entereza,la estirpe ,la sensatez y lealtad de nuestro cubano mayor, no en vano serviría de paradigma para Fidel y para cada cubano patriota.

Raúl dijo:

2

26 de abril de 2024

14:17:24


Martí un ser extraordinario, muy admirado en México