Si hay un precepto que se erige por sobre los tantos que defiende la Revolución Cubana es el de la inclusión, en su entraña de próvido humanismo, de todos los seres que precisan su estrella.
Cuando el 1ro. de Mayo del 2000 Fidel enunciaba –ante un pueblo leal a su Comandante, y protagonista de la obra más generosa del continente– el concepto de Revolución, ya hacía mucho que les eran propias aquellas palabras entre las que emerge con fuerza una: la unidad.
La aurora revolucionaria no supo de otras luces que no fueran las martianas encomiendas de edificar «con todos y para el bien de todos». En nombre del bien colectivo, pronto vertebró proyectos tales como la creación de la Imprenta Nacional, la Casa de las Américas, y la ejecución de la Campaña de Alfabetización, por solo citar algunos de los dirigidos a sembrar saberes y alegrías, y a reparar daños enconados en el espíritu.
Los grandes sucesos tienen sus cantores. El designio de marchar juntos, sin que nadie quedara atrás –y en caso de que así fuera, no faltara la mano extendida para impulsar al distanciado–, fue recogido en una de las canciones que integran la banda sonora de la historia reciente de la Isla. Con solo decir Vamos a andar, la voz popular no nos dejaría mentir: Vamos a andar / matando al egoísmo / para que por lo mismo / reviva la amistad. / Vamos a andar / con todas las banderas trenzadas de manera /que no haya soledad.
En tiempos en que la humanidad presencia uno de los más brutales momentos que jamás haya vivido el planeta, ni la canción ni los propósitos de Cuba caducan.
Aunque a un altísimo costo, por el encono de sus enemigos, la propuesta de la isla socialista sigue siendo más dignidad, más inclusión, más unidad. De toda la firmeza y la esperanza, el Partido Comunista es la más alta expresión.
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