ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Internet

Arrastra hasta fin de mes los mil pesos de chequera que recibe su padre. Es única hija y los 95 años de edad de su progenitor, más la enfermedad cancerígena, la obligaron a prescindir del trabajo para dedicarse a cuidarlo.

Está sola en lo que considera un túnel sin salida. Necesita poder trabajar o una pensión que cobrar para subsistir con los gastos de medicamentos, aseo y alimentación. Permanece agobiada, esperando el auxilio que solicitó a la Dirección de Trabajo y Seguridad Social.

 

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La historia en estas líneas no es ficción, sino uno de los tantos casos de personas cuidadoras que han renunciado a sus empleos para quedarse a cargo de familiares dependientes; un panorama complicado y frecuente en nuestra sociedad.

Hablar de cuidados es aludir a las actividades que permiten proteger y regenerar la vida, y lograr el bienestar de las personas. Es hablar de un pilar estratégico, como lo son educación, salud y seguridad social.

Cuidar supone un trabajo –remunerado o no– que, pese a satisfacer las necesidades físicas, emocionales y sociales de las personas que requieren cuidado, aún no se valora completamente, atendiendo a su papel en la reproducción social, cultural y económica.

La actual organización social de los cuidados enfrenta retos importantes derivados del envejecimiento poblacional, el saldo migratorio externo y el decrecimiento de la población en edad laboral; así como los problemas económicos que afectan al país y que tienen una expresión particular en familias a cargo de personas con necesidad de algún tipo de cuidado.

Si bien en la Isla existen instituciones y se ofrecen servicios de bienestar social, como son los círculos infantiles, los hogares de ancianos y otras modalidades, estos no siempre se encuentran articulados y suelen ser operados de manera sectorial.

A ello se suma que las capacidades existentes no logran dar plena respuesta a la creciente demanda de servicios de cuidado, una situación que se complejiza en las zonas rurales.

Por esas circunstancias, el Estado cubano asumió el compromiso de colocar los cuidados en el centro de un modelo de desarrollo que aspira a la sostenibilidad, la justicia y la equidad social: el Sistema Nacional para el Cuidado Integral de la Vida, una herramienta que provee la coordinación intersectorial, y el avance ordenado y flexible de los cuidados.

El Sistema se dirige a los infantes de cero a 12 años de edad, a las personas adultas mayores y en situación de discapacidad, a las que por enfermedad o accidente requieren de cuidados temporales, y a las personas que se dedican a cuidar.

Para Ariel Fonseca Quesada, director general de Empleo en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, la normativa representa un instrumento de gobierno, sustentado en la visión estratégica de un nuevo modelo de gobernanza, que facilita coherencia entre programas y acciones, así como la articulación entre los ministerios y actores para la labor de cuidados.

Dentro de las prioridades, expone Fonseca, está en primera instancia reconocer el aporte económico y social de la labor de cuidados, que se prevé realizar a través del Código de Trabajo y de la futura Ley de Seguridad Social que se presentará el próximo año en la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Otro objetivo es favorecer la autonomía y bienestar de las personas que requieren cuidado temporal o permanente, «porque hay accidentes domésticos, enfermedades, individuos que viven solos por un periodo de tiempo determinado, y necesitan ser cuidados».

Al respecto, Magela Romero Almodóvar, profesora de Sociología de la Universidad de La Habana y coordinadora de la Red Cubana de Estudios sobre Cuidados, concuerda con que el reconocimiento del cuidado como un derecho está en la base del sistema.

Sabiendo que la acción de cuidar ha sido un trabajo poco visibilizado en términos de valor social, económico y cultural, la profesora puntualiza que existe una estrategia para la ampliación y el perfeccionamiento de los marcos jurídicos y de protección, no solo a las personas que cuidan de manera remunerada, sino también para las cuidadoras y cuidadores familiares que lo hacen sin fines de lucro.

 

MUJERES Y CUIDADOS

Yadianis no vaciló en retirarse temporalmente de su trabajo cuando le anunciaron de la discapacidad visual y auditiva que presentaba el bebé. Pasadas muchas tormentas, las complicaciones para su hijo tocaron la puerta. Jamás volvió a su centro laboral. Ahora se dedica a cuidar, permanentemente, en un carente escenario.

En una situación parecida se encuentra Doraidy, madre de dos niños, ambos en situación de discapacidad. Vive en el municipio de Sierra de Cubitas, Camagüey, y sí, es otra cuidadora sin condiciones.

 

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Probablemente, la mayoría de las historias –o realidades– sobre cuidados que puedan existir tienen a la mujer como eje principal, como proveedora, y responsable en el espacio público y doméstico. Y es así por la división sexual del trabajo.

Las mujeres acumulan a la semana casi nueve horas más que los hombres en tareas de cuidado infantil, a personas mayores, enfermas y en situación de discapacidad.

Pero la brecha no se refiere, únicamente, al esfuerzo físico, sino también al desgaste sicológico. No son pocas las veces que las cuidadoras disminuyen su participación en actividades sociales o dejan a un lado su bienestar por invertir tiempo en otras personas. Según la Encuesta Nacional de Igualdad de Género 2016, ellas dedican más de 21 horas semanales a planificar, preparar las comidas o la higiene de ropas y viviendas.

Fonseca Quesada resalta que el uso distintivo del tiempo de trabajo entre los hombres y las mujeres es un reto visible para cambiar, «pues es un componente cultural que nos limita».

Al respecto, Romero Almodóvar explica que el sistema, una vez articulado, permitirá la deconstrucción de esos moldes tradicionales que asignan las labores de cuidado a las mujeres, porque «propicia que los cuidados se redistribuyan entre los diferentes actores sociales y económicos, y al interior de las familias, sin discriminación».

De igual forma, se trabajará en la ampliación de algunos servicios de apoyo que permitirán mayor flexibilidad a la hora de gestar modelos de actuación a nivel familiar.

Es por ello que esta apuesta va más allá de ofrecer las opciones para que los individuos cuidadodependientes puedan ser atendidos. Implica una corresponsabilidad que pasa por la preparación del personal que ofrece los servicios, tanto a nivel profesional como familiar.

En ese sentido, la socióloga asevera que se está trabajando en el perfeccionamiento del programa de las escuelas para personas cuidadoras, coordinada por el Ministerio de Salud Pública.

También se está potenciando la certificación de prácticas para las personas que se dedican, de manera remunerada, a cuidar la vida, ya sea en instituciones estatales, como en prácticas de mercado, trabajos por cuenta propia, y las que se están insertando en las modalidades de mipymes relacionadas con este servicio.

 

UN SISTEMA DE DERECHO

Pensar el cuidado como un derecho, aumentar la protección de las personas que brindan sus servicios, e insertarlo en los planes de estudio de manera transversal, son principios indispensables que el Director General de Empleo expone para concertar la regulación.

Relata que este sistema permitirá a «una persona con 57 años, que dejó de trabajar para cuidar a algún familiar, jubilarse a la edad de 60, porque se le reconocen esos tres años dedicados al cuidado. Lo mismo pasa con alguien que a los 20 comienza a cuidar y cumple sus 30 años de servicio de esa forma».

El avance requiere articular programas de cuidado en los 168 municipios del país, y que los gobiernos locales empiecen a visualizarlos como proyectos de desarrollo.

Romero Almodóvar detalla que la transformación en la política y la ampliación de servicios suponen presupuestos, y se están dando en un país que ha tenido una crisis sostenida en el tiempo, la cual ha impactado en la infraestructura para el cuidado de la vida, y limita las posibilidades de crear y llegar a un mayor número de personas.

«Se trabaja también para, desde la gestión de este nuevo modo de gobernanza, aprovechar los recursos de los nuevos actores económicos que puedan, a partir de la responsabilidad social, asumir este tipo de vacíos o necesidades».

Disponer de un programa que resguarde los cuidados presume, además de replantear la centralidad que tiene este servicio en el modelo de justicia y equidad social en Cuba, potenciar las políticas que tributan al bienestar e identificar aquellas que necesitan ser fortalecidas con enfoques actualizados. Es, también, deconstruir los moldes tradicionales existentes y reconocer que «cuidar jamás será poca cosa».

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