ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Dunia Álvarez Palacios

Bien sabe Liliana Bacallao Hernández que los escenarios teatrales y los surcos tienen puntos de encuentro. Ambos requieren de creatividad, comunicación, trabajo en equipo y adaptación a las situaciones; son espacios para transformar la realidad y generar aprendizajes.

«A mí me tocó empoderarme de verdad, desde temprano, porque vengo de la rama artística. Soy graduada del Instituto Superior de Arte (ISA) y, como dice la gente, me bajé de las tablas al campo. Tuve que ir a la tierra, ahí fue donde aprendí a hacer otro arte, donde me enamoré del suelo cubano».

Así narró esta campesina camagüeyana, pero original de Las Tunas, al intervenir en la comisión número tres del xi Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), enfocada en el papel de las federadas en el desarrollo económico del país.

La delegada a la cita nunca imaginó que las tradiciones culinarias de la Isla que representaba, al inicio de su carrera como actriz, en las Jornadas Cucalambeanas, serían luego parte de su filosofía de vida.

Al padecer celiaquía –afección caracterizada por una intolerancia al gluten–, comenzó a estudiar la agronomía para buscar alternativas sostenibles a los alimentos que contienen trigo, centeno, cebada y avena.

En las panaderías existentes en el país, especializadas en la producción para las personas con esta enfermedad, las harinas que emplean son importadas y significan un gasto considerable. «¿Por qué no generarlos en nuestros suelos? Tenemos que sustituir las importaciones y hacer una economía que salga de la tierra», cuestionó Bacallao Hernández.

Es por eso que su finca La Liliana es un ejemplo de soberanía alimentaria y de rescate de tradiciones. Allí elabora pan, galletas, pizza y espaguetis con harina de yuca, arroz, sorgo y maicena. También hacen leche con la semilla de la calabaza y aprovechan las flores y el boniato para cocinar otros platos.

Perteneciente a la cooperativa de créditos y servicios Camilo Cienfuegos, de Jimaguayú, el terreno se trata agroecológicamente, «porque si del suelo comemos, hay que cuidarlo». Emplean microorganismos eficientes; controlan las plagas mediante trampas de luz, color, olor y barreras vivas.

Asimismo, ella considera que la solución a los problemas no es colocarles los nutrientes a las personas en la mesa, sino enseñarles a crearlos. En ese sentido, habilitaron una escuela de capacitación en la que imparten talleres de agroecología y de cultura de producción orgánica.

Allí, los infantes celíacos y sus familias aprenden a sembrar pedacitos de tierra y reciben apoyo nutricional de expertos para que entiendan que vivir ajenos al gluten no es imposible en Cuba.

Aseguró Liliana que es muy reconfortante ver cómo salen de las crisis depresivas que les genera no poder comer ciertos manjares, y modifican sus hábitos.

Experiencias como esta, que combinan educación y producción de alimentos, son necesarias ante la urgencia de que cada municipio aporte a la construcción de un país autosostenible.

Foto: Dunia Álvarez Palacios

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Foto: Dunia Álvarez Palacios
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