Inmortalizado, con su arrollador ejemplo y extraordinaria existencia en la memoria de un país, el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, fue recordado ayer por varias generaciones de cubanos y cubanas.
Con las primeras luces del alba, en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia, se tributó un homenaje «al hombre que no se rindió, al que no pudieron tomar prisionero ni aun en aquellos tiempos de San Lorenzo, cuando estando solo tampoco podía ser derrotado», a decir de Eduardo Torres Cuevas, presidente de la Academia de Historia de Cuba, quien hizo un recorrido por la vida y obra del prócer bayamés.
En el camposanto, Monumento Nacional, el miembro del Buró Político y vicepresidente de la República, Salvador Valdés Mesa, se dio cita junto a una representación del pueblo santiaguero y de las organizaciones políticas, sociales y de masas, así como de la Unión de Historiadores de Cuba.
Hubo flores a Céspedes –en nombre del pueblo de Cuba–, a Martí y Fidel de manos de una comitiva, integrada, además, por el miembro del Secretariado del Comité Central del Partido y jefe de su Departamento Ideológico, Rogelio Polanco Fuentes; el general de División y jefe del Ejército Oriental, Ricardo Rigel Tejera, y la primera secretaria del Partido allí, Beatriz Johnson Urrutia.
En la histórica Plaza de la Revolución, de Bayamo, se enalteció, desde el canto y la lírica, la grandeza del patricio que dio inicio a las gestas independentistas en la Mayor de las Antillas.
Al rememorar su impronta, Reydier Bernal Gómez, presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular en Bayamo, significó la loable actitud del Céspedes que no reservó nada para sí que no fuera el amor por su Patria.
¡Cuánta modestia y humildad en un solo hombre que venció a la muerte con la inmortalidad de su legado!
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