Pinar del Río.–Roberto Pérez Guzmán confiesa que, de joven, nunca se imaginó en un hogar de ancianos. A los 30 o a los 40 años no suele pensarse en la vejez y en los traspiés que puede depararle a uno la vida; y él, licenciado en Dirección de la Economía y máster en Economía Global, no fue la excepción.
Cuenta que en su etapa de esplendor se desempeñó como analista del Ministerio de Finanzas y Precios, y que era una labor que le encantaba, pero que su madre enfermó y no le quedó más remedio que bajarle la intensidad al trabajo, hasta llegar a jubilarse para poderla atender.
«Tuve que echarme todos los títulos a cuestas y empezar una vida de cuidador», dice, con una mezcla de resignación y de nostalgia.
Tras mudarse solo a Pinar del Río fue que, con el propósito de socializar con las personas y darle un nuevo matiz a sus días, se incorporó al hogar de ancianos y casa de abuelos Luz Zaldívar, en la capital pinareña.
A sus 75 años, asegura que es un regalo que le ha dado la vida al cabo de tanto tiempo de trabajo.
Con un sentido del humor refinado y contagioso, advierte que «un hogar de ancianos no es un almacén de viejos.
«Aquí, en las mañanas, casi siempre hay actividades. Hay días en que ponen música los compañeros de Cultura, o viene un profesor para hacer ejercicios, y también está la cátedra del adulto mayor.
«Además, en el verano, casi todos los sábados hacen excursiones, y dos veces al año nos llevan al balneario medicinal de San Diego de Los Baños. Y, bueno, con todo eso la vida se te hace mucho más agradable».
Aunque Roberto es uno de los 15 que llaman «viajeros» (en el centro hay también 25 personas internas), porque tiene su casa y todos los días, después de la comida, se va para allá, la mayor parte del tiempo la pasa en el hogar. «En este lugar he encontrado todo lo que buscaba», asegura.
Se refiere a la socialización, y a la importancia de tener un espacio de comunicación con decenas de personas de su edad. Pero también a todos los cuidados que recibe en una institución que es ejemplo en el trato a los adultos mayores. «Tenemos atención médica, medicamentos, una alimentación adecuada».
Aunque debe pagar una cuota mensual por su estancia en el hogar, considera que es una cifra simbólica, que fuera de aquí apenas alcanzaría para sobrevivir dos o tres días, y que no cubre, ni de lejos, el valor del desayuno, el almuerzo, la comida y las dos meriendas que recibe diariamente.
Si de algo se queja, es de que no siempre las personas aprecian los esfuerzos que hace el país para mantener este tipo de instituciones. «A veces no valoramos y a veces no cuidamos lo que tenemos», se lamenta Roberto.
En la paz del hogar ha encontrado, además, la inspiración para escribir poemas, que después comparte con sus compañeros y hasta publica en sus redes sociales, y poco a poco se ha ganado el renombre de escritor, al que las personas acuden para que las ayude a plasmar todo tipo de ideas en el papel.
Consciente de la situación extremadamente compleja que atraviesa el país, sabe que detrás de este tipo de centros está esa vocación humanista que nos inculcara el Comandante en Jefe Fidel Castro, para tratar con sensibilidad y con amor a los más vulnerables, y luchar porque nadie quede desamparado.
«Este es uno de los logros de la Revolución que se sigue sosteniendo a capa y espada», reconoce, con agradecimiento y con orgullo, y aunque las circunstancias son duras, afirma que no hay dudas del compromiso de nuestro sistema social con sus ancianos. «Yo sé que para el bienestar de nosotros se hace un gran esfuerzo».



















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