Cuentan que una vez, al amanecer del año penúltimo de una década, hace 65 eneros, una «nave-archipiélago», al romper sus anclas en el Caribe, desató en el norte la ira de un pirata al asecho. Lo rodeaba una banda, y entre sus miembros un rubio de cara chata, mente retorcida y complejo supremacista.
Dicen que el primer sol de aquel día dejó ver en el horizonte el espectáculo inédito: la «nave…», desafiante, enunciaba su epopeya en la proa: Revolución Cubana. Por fin el sueño había arribado a puerto seguro. Atrás, 91 años de una travesía que, iniciada el 10 de octubre en la Demajagua, había superado extravíos en latitudes inciertas: la encrucijada de un Zanjón vacilante, la delatada expedición de La Fernandina, la dispersión luego del revés de Alegría de Pío.
Impetuosa, la nave debió agitar sus velas en Baraguá, Baire y Cajobabo, a la misma altura que en el Moncada, Las Coloradas, Cinco Palmas y la Sierra Maestra. Se entregaron miles al sacrificio por una causa que desbordó las fronteras de su archipiélago: «Con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia», había advertido José Martí, precursor del proyecto que vio la luz en aquel enero.
«Duro y largo ha sido el camino», reseñaría en el recuento otro sembrador de ideales; «pero hemos llegado», celebró, con la pasión inicial de Carlos Manuel, el capitán de siempre, al que ahora le llamaban Fidel; barbudo, joven; sostenía invariable en los hombros la utopía de un país, como lo hicieron cuando eran en sus identidades El Mayor, el Titán, el Generalísimo, el Maestro, Mella, Guiteras y Villena.
Tenía en el verbo un despertar de conciencias y en la mirada como una luz nueva, una fragua, un sueño de siglos agitado con levadura de patria. Advirtió delante «una empresa dura y llena de peligros», un camino «preñado de obstáculos», y predijo que «quizá en lo adelante todo sea más difícil». ¡Cuánta claridad en esa advertencia!
Reanudada la marcha por el mismo rumbo, en un tramo nuevo, y otra vez en frente –bien lo sabían los viajantes y el capitán– el oleaje brutal del norte revuelto. Pero la nave ni cambió su ruta ni se detuvo; del destino recto tenían certeza los millones a bordo, viajeros todos, a la vez que sostén, empuje, motivo de la insólita expedición.
LA RABIA DEL ENGREÍDO
La «nave insurgente» había proclamado como su dueño único a sus millones de pasajeros; por méritos propios reconoció en el rebelde barbudo a su legítimo guía; en alta voz anunció que soberanamente había escogido su ruta y que, como pueblo, por sus aguas surcaría libre las del Caribe. ¡Imperdonable herejía!
¿Qué cuentecito el de expropiar las riquezas del país a sus ilegítimas dueñas foráneas, y poner los bienes en manos del pueblo?; remember Guatemala y Jacobo Árbenz. ¿Qué es eso de Reforma Agraria, educación y servicios médicos gratuitos?; si los campesinos aprenden a leer y a escribir, ¿acaso no se volverán peligrosos?; darle poder y merecimientos a gente pobre huele a comunismo.
El norte encendió las alarmas. Para colmo, el ansia de reeditar un 1ro. de Enero en otras geografías se esparció como onda sísmica en ese mundo dispar, esquilmado y mayoritario del globo terráqueo, que al poner en sus pupilas el «mal ejemplo» de Cuba, desobedeció las ordenanzas prohibitivas del salvaje mandón.
Desde su oscuro establo en la «Casa blanca», el peligroso vecino estilaba actuar como si el ecuador del mundo estuviera en Washington, no en Pichincha; como si las fronteras –por anexión ensanchadas– de su país fueran los límites de la existencia humana, y lo demás, planetarios suburbios, periferias empobrecidas, hábitat de criados y súbditos, de gente inferior, a las que el patrón siempre mira por encima del hombro.
Un eslabón de ese «ordeno y mando» acababa de partírsele a la cadena imperial en este tramo caribeño de las Antillas; el grandulón autoproclamado «dueño» de un mar, que –según él– era parte de su «patio trasero», temía una reacción en cadena. Temor fundado; los pueblos tienen ojos, oídos, sensibilidad para los estímulos, y algo empezaba a cambiar en Latinoamérica.
«La inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de rebelión –también lo advertía el barbudo de verde olivo–. Se agitan las entrañas de un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación esclava, semiesclava y feudal del hombre, desde sus moradores aborígenes y los esclavos traídos de África, hasta los núcleos nacionales que surgieron después».
HUNDIR LA NAVE, MATAR AL HEREJE
Al monstruo le habían hecho un moretón en sus planes; no esperaba tamaña desobediencia; lo sorprendió, le dolía; su orgullo herido le exigió un manotazo de autoridad en la mesa continental; el efecto tenía que ser un escarmiento, disuasivo; un golpe-vacuna capaz de inhibir indocilidades futuras. La herejía de surcar el Caribe, sin permiso de su dueño autoproclamado, debía enfrentar la sentencia de los inquisidores; la horda de cuellos blancos en Washington resolvió hundir la nave-archipiélago; sobrevino el vendaval que aún perdura.
El espejueludo rubio, de cara chata y complejo supremacista, no era cacique de su tribu, pero se le atribuye la paternidad del engendro exterminador, concebido para dividir y rendir a un país a fuerza de hambre y de dificultades, o matar todo indicio de vida en él.
Cargado de ingenuidad cruel había nacido un plan, idea de Lester DeWitt Mallory, el de rostro chato y más torceduras que pelos en su cabeza. Fue él quien recomendó, en un memorandum secreto, el 6 de abril de 1960, insuflar desaliento en la «nave», dividir a los viajeros y tripulantes, e incitar un motín contra el capitán.
«La mayoría de los cubanos apoyan a Castro», admitió el perverso en el documento; «el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales».
Sugirió debilitar la vida económica de la Isla «con una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno».
Diseñó el homicida un daño social inducido, cuya semejanza con la coyuntura actual de la Isla no es mera casualidad. La otra mitad del pronóstico no se parece a lo que aspiraba; cerca del aniversario 64 del cerco económico, navegan juntos viajeros, tripulantes y capitán, sin perder el rumbo ni arriar banderas, pese a tormentas de terror que, por refinadas, a veces han llegado a desafiar la ficción.
Puros envenenados, un traje de buzo infectado de hongos letales, petardos, francotiradores, fusiles de mirillas telescópicas… 638 intentos de acabar con el capitán. Y nada.
Cada embate tuvo su nombre:
Bahía de Cochinos, Crisis de octubre, bandidaje en el Escambray, Crimen de Barbados; también Carril 2, Torricelli, Helms-Burton, Operación Peter Pan, Mangosta, sos Cuba –usando algoritmos, cuentas fantasmas y robots en las redes sociales– en medio de una pandemia mortífera. Detrás, por millones, dólares made in usa, medios explosivos, imágenes falsas, mentiras obscenas. Vienen siempre del norte las marejadas; y se estrellan siempre en el rompeolas de una marca infalible: unidad.
A la nave-archipiélago del Caribe han querido presentarla ante el mundo como un portademonios. Y, sin embargo, en ella, el planeta sigue viendo un portahermandad que surca libre los océanos tempestuosos, con su carga de salud, saber, solidaridad; es lo que reparte. La travesía seguirá siendo épica, y el desembarco se repetirá en cada enero.
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