ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
«La mayoría de los cubanos sabe que volver atrás no sería bueno, pero ahora falta que los jóvenes lo sepan también; ellos deben vivir lo que nosotros, la sensación de que todos los días el país avanza un trecho más», comentó la maestra Aleida. Foto: Ricardo López Hevia

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Dos cubanas motivan estas notas. Una, septuagenaria de expresión y razonamiento siempre serenos. La otra, dueña de una octogenaria y vehemente juventud acumulada. Ambas de apariencia frágil, pero con una fortaleza espiritual que impresiona.

Llevo tiempo tratándolas y admirándolas sin que ellas lo sepan; viéndolas ir y venir, cual hormigas que nunca se cansan, para ayudar a este, impulsar al otro, o asegurar cuanta «tarea se pierde» en la FMC, los CDR o el Partido en un barrio del Cerro. Son expresión de la bondad, el desinterés y el sentido de la solidaridad. 

Por la edad y por el modo en que han actuado, integran la generación política que comienza su adolescencia, o su juventud, en 1959, en el caso de ellas –quizá como la mayoría de sus contemporáneos– sin saber qué era una Revolución y, menos aún, el socialismo. Hoy admiten que se comprometieron no por la vía intelectual, sino al ver el beneficio popular concreto, del que fueron partícipes y luego protagonistas conscientes.

Pero en un plano más racional, impacta observar cómo, a la vez que viven duro los rigores de la vida cotidiana de la Cuba actual, sin lamentos que resquebrajan el alma o prostituyen el carácter –clave martiana–, siempre encuentran una expresión de confianza en el futuro de nuestra sociedad, que necesita de muchos más cambios revolucionarios, en línea con sus utopías fundacionales.  

En fecha reciente les pregunté de dónde sacaban esa «confianza en que saldremos adelante».

Aleida fue –sigue siendo– maestra, y aquí su respuesta: «No olvide nunca lo que hemos vivido y sufrido los que no teníamos nada antes de 1959. Volver atrás para nosotros es impensable. Problemas hay muchos, pero aquí se demostró, en momentos peores, que este pueblo tiene energías que uno no sabe de dónde salen, pero salen. Reconoce a leguas los peligros y sabe dónde se esconden la hipocresía, la demagogia y la mentira. Y sabe en quién confiar cuando las llamas arden».

Rosario –obrera de origen humildísimo, dirigente sindical y del Partido en la base–, con mirada brillante, argumentó a continuación: «¿Sabe por qué confiamos?, por algo que quizá yo no sé explicar, pero que sí siento: Fidel nos enseñó muchas cosas, el valor de la igualdad, y nos ayudó a entender la fuerza que tiene un pueblo cuando hala parejo y entiende por qué lo hace. Los cubanos lo que queremos es mejorar la vida de todos, pero con la Revolución de Fidel, que todavía está vivita y coleando».

Aleida intervino de nuevo: «Creo que la mayoría sabe que volver atrás no sería bueno, pero ahora falta que los jóvenes lo sepan también. Ellos deben vivir lo que nosotros, la sensación de que todos los días el país avanza un trecho más, hoy con una escuela nueva, mañana con un hospital, y pasado mañana con una instalación deportiva bonita.

«A ellos les tocó una etapa que hace falta dejar atrás, y eso depende de nosotros. Lo que no podamos darles en obras se lo podemos dar en el trato, con ejemplos de que con poco se puede hacer mucho, mejorando los servicios, eliminando trabas absurdas. Hay que avanzar, a pesar del bloqueo y las agresiones que los gringos nunca abandonarán…».

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En este punto del diálogo les pregunté sobre lo que más les preocupa como cubanas revolucionarias, sobre soluciones posibles, a partir de sus vivencias.

Esta vez la iniciativa la tomó Rosario, la octogenaria vivaz y siempre dueña de expresiones que inducen, casi de forma inevitable, a responder estas preguntas:

¿Cómo logra persistir, en el plano racional y en el de los sentimientos, el sentido de pertenencia a la obra social y humanista de la Revolución entre aquellos que la vivieron, de manera directa y protagónica, desde los momentos fundacionales? ¿Cómo logra perdurar ese sentido de pertenencia, incluso, cuando hay errores propios evidentes, con frecuencia inexplicables? ¿Cómo reproducir esta perspectiva de vida entre los nacidos después de 1959, que hoy son mayoría?

«A pesar de todo lo que estamos pasando, el país no está peor  –remarcó– que el Pogolotti que yo viví a principios de los años 50. Hay gente corrupta, pero el Gobierno, si lo conoce, no lo permite. Hay mucha indisciplina social, por ejemplo, cuando las personas construyen casas o casuchas sin permiso oficial (como sucede en mi zona), pero la Policía no llega golpeando ni desahuciando a los que actuaron al margen de la ley. Así que no hay dictadura como dicen, pero haría falta más rigor en la aplicación de la ley.

«Sí hay muchas personas sinvergüenzas, que no están ayudando al Presidente, ni al Partido, ni a la Revolución. Esa gente ayuda a la contrarrevolución, porque daña al pueblo cuando promete lo que no cumple, cuando incumple y no explica las razones, cuando hace gala de lo que el pueblo no tiene. Eso molesta, y es de las cosas que hace que muchos jóvenes confundan el socialismo con esas barbaridades».

Rosario prosiguió, entusiasmada: «Mire, yo estoy segura de que, si los del frente atacan, habrá gente de las que solo critican, que va a salir a la calle para defender esto. No hay que equivocarse. Lo que hay es que sacudir la mata, como una vez dijo Raúl, y bien sacudida. Usted verá que esto toma el camino que hace falta. A los que buscan cuidar carguitos, hay que desenmascararlos, del mismo modo que a los mercenarios hay que pararlos en seco…».

Aleida sumó nuevos criterios a la opinión de Rosario: «Lo que yo veo en estos momentos es que confrontamos más problemas porque hemos descuidado en la práctica muchas cosas. Ha bajado la exigencia a todos los niveles, y todos somos responsables en algún grado de lo que nos sucede hoy.

«Siento que hace falta más y mejor información. Para mí, y para personas que conozco, que un dirigente recorra todo el país para chequear si hay papa o boniato, ese es su deber; pero necesito saber, además, es qué se está cumpliendo y qué se va a cumplir; a quiénes se sancionó por mentir, o por no cumplir; quiero ver lo que se hizo, pero en “la placita”, y que se pueda mostrar, con productos, que es posible trabajar bien. Lo demás es secundario».

Sus criterios, dice la maestra, son los de una generación septuagenaria decidida a no permitir marchas atrás, ni regresiones solapadas de ningún tipo: «Yo no sé, quizá, explicarlo bien, pero sí sé que todos tenemos que ayudar a que la Revolución salga adelante, como dijo Fidel, con fuerzas propias. Yo no quiero ni imaginarme lo que sería Cuba con esos que en Miami están locos de poder y de sangre, ni con los que, estando aquí, ahora quieren ser ricos como Rockefeller. Esa Cuba yo no la quiero. Yo quiero la que podemos construir todavía: la que Fidel describió el 1ro. de mayo de 2000». Así concluyó la maestra.

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Aleida y Rosario, por fortuna, dejaron poco espacio para conclusiones preliminares. Fue lo más alentador del diálogo con estas dos cubanas que la Revolución transformó en revolucionarias. La experiencia sugiere lo importante que es escuchar cómo otros segmentos sociales y etarios procesan nuestra desafiante realidad actual.

Aleida y Rosario reflejan la perspectiva de la que –podría afirmarse– sigue siendo la mayoría revolucionaria del país (también más heterogénea hoy), que aprendió a leer y a pensar con cabeza propia, y que sabe identificar los matices en y de la política.

En el aniversario 65 del triunfo de la Revolución, la importancia de este enfoque no es subalterna.

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