ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Alex y su abuela en una sesión de equinoterapia. Foto: Leonel Escalona Furones

«Hace 18 meses, hablaba más claro; el retroceso del lenguaje fue el primer síntoma que noté en él, después de la ausencia».

Mientras su abuela Eugenia lo dice, Alec tararea una canción infantil que, a simple vista, se le hace más difícil de lo normal para sus tres años. De buenas a primeras echa a un lado su melodía favorita, camina hasta el garaje (una mesita en la sala de la vivienda), toma el carro y busca la puerta del fondo.

Desde allí hasta la cerca perimetral que separa los dominios de su hogar y los del vecino, hay unos 40 metros de patio, suficientes para esa «larga» y habitual «travesía» en que su imaginación ha convertido el trayecto.

Sumergido en el deleite de salvar curvas y pendientes en la «carretera infinita» –fantasía de una mente infantil desconcertada aún por la ausencia precoz de la madre–, empieza a tirar del cordel (motor y timón) de su camioneta. «Run, ruuun; pit, piiit». De vez en vez, como en una de esas novelas de espionaje, el «camionero» lanza una ojeada de contrachequeo con el rabillo del ojo hacia Eugenia y el visitante, quienes fingen no estar pendientes, mientras ella le cuenta la sobrecogedora historia de Alec.

 

¿MAMÁ?

La pregunta duele como cuchillo en el pecho. Con los días iba haciéndose recurrente, y en un tono cada vez más irritado, desde que los mimos, cuentos infantiles y nanas, desaparecieron de súbito, sin que él entendiera el por qué. Alec entonces tenía un año y medio.

Eugenia recuerda sus intentos de hacer malabares para desviar la atención de su nieto. Pero él insistía: «¿mamá?», y a la atribulada mujer se le agotaban las evasivas y las respuestas, sin conseguir en ninguno de los casos la reacción que buscaba en el inocente.

Alec Jañez Montenegro sufría una suerte de asonada emocional; lo golpeaba la brusca separación de la madre, que había emigrado del país, sin previo aviso a los familiares. La irritación del niño subía de tono por día; optó por rehuir las conversaciones y, unido a ese mutismo, «noté que empezaba a tener dificultades para decir palabras que antes pronunciaba con claridad», refiere Eugenia.

Situaciones como esa en los niños, según expertos, en ciertos casos llegan a influir en la modulación de afectos, al avivar en ellos temores que trastornan la integración de los mecanismos cerebrales para la producción del lenguaje.

En este caso, el pequeño «se volvió agresivo y comenzó a alejarse de su grupo social, al punto de no emitir palabras –detalla la abuela–, además, perdió el control del esfínter». Alarmada, buscó ayuda de especialistas, y a la par alertó al padre de Alec, quien de inmediato interrumpió su misión en el extranjero, para encarar con Eugenia la sanación de su hijo.

 

TODO POR ALEC

Entre los dos lo exploraron hasta donde les fue posible; observaron la conducta, estado de ánimo y reacciones del inocente con uno y otro. Y, apoyados en la preferencia del niño, optaron por la continuación de este en el hogar de la abuela: «Coincidimos en que era lo mejor para él –aclara Eugenia–, eso sí, el papá, que es médico, todos los días encuentra un tiempo para Alec, conversa con él, unas veces le lee un cuento infantil, otras, lo acompaña en el juego.

«Con frecuencia el padre lo lleva a pasear, a jugar con otros niños; poco a poco ha ido familiarizándolo también con su hogar –continúa la abuela–, yo no he estado sola en esta batalla; el papá de Alec está siempre ahí, a su lado; lo conversamos todo».

De la mano de su padre y de Eugenia, y por recomendación de un especialista, el pequeño visita cada semana el citadino parque de diversiones guantanamero Elpidio Valdés. Es una incursión de finalidad terapéutica, allí lo espera un equipo mixto, compuesto por un fisiatra, un representante del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder), uno de Educación, el de Salud, y otro de Flora y Fauna. Y junto a ellos, Eric, un caballo que ya se entiende muy bien con Alec.

«Como rehabilitación, las sesiones de equinoterapia le han ido de maravilla». Así pondera la abuela este esfuerzo conjunto que, por devolver al niño a su desarrollo normal, hacen cuatro dependencias del Estado cubano.

La equinoterapia es reconocida como una herramienta útil para mejorar la calidad de vida de muchas personas, sobre todo niños con dificultades funcionales. En Guantánamo la reciben 40 menores de edad.

Ahora el pequeño se relaciona mejor con la familia y sus compañeros, reconoce la entrevistada; «y, aunque todavía no se entienden bien unas cuantas de sus palabras, al menos intenta comunicarse. Otra cosa –celebra–, ya no rechaza las videollamadas de su mamá; nosotros (el padre y ella) estimulamos esa comunicación; hemos notado que a él le hace mucho bien».

Eugenia Ramírez Carcajal parece recobrar optimismo; no oculta su gratitud porque, «no me ha faltado apoyo estatal, ni familiar ni social». Reconoce que su nieto, por la temprana edad, y por el desajuste emocional que aún le afecta, todavía no está en condiciones de decidir por sí mismo.

«Decidimos por él, a partir de sus intereses –dice la abuela–; usamos el afecto, sin imponerle nada. Cuidarlo, educarlo y hacerlo feliz es deber de familia; lo hacemos todo por Alec, por su futuro».

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yolanda dijo:

1

1 de noviembre de 2023

09:38:08


Dios! Que desarraigo!!!