Más que un divino tesoro, más que piel tersa y energía que se renueva, más que el ímpetu fluyendo a raudales y la seguridad de poder hacerlo todo, de poder lograrlo todo. La juventud es mucho más.
¿Alguien duda acaso de la veracidad de esa máxima que la convierte en un estado eterno, cuando dice que joven ha de ser quien lo quiera ser; o esa otra que asegura que los años y la experiencia no son más que juventud acumulada?
Lo cierto es que, más allá de la picardía para justificar el correr del tiempo, o el ingrediente de jocosidad que imprimen los cubanos a casi todo, hay en esas frases una verdad innegable: ser joven, aunque biológica, sicológica y socialmente se determine por un rango de edad específico, es también, por sobre todas las cosas, una actitud ante la vida.
Esa maravillosa etapa es también oportunidad excepcional e irrepetible para crecer, ser y, sobre todo, hacer.
No se trata de un simple juego de palabras. La juventud, en efecto, marca un momento de crecimiento en muchos sentidos desde el ámbito social e individual. Como nunca antes perfilamos metas y sueños, porque como nunca antes y quizá, como nunca después, tendremos herramientas y energías suficientes para luchar por ese cúmulo de expectativas que, ineludiblemente, marcarán el curso de nuestras vidas.
Es el momento de ser, sí, conscientemente, porque hasta entonces no existe todavía claridad del ser humano que nos habita; porque en este punto entendemos mejor las consecuencias de nuestros actos, el peso de los valores que nos caracterizan, la importancia de que nuestro ser social se armonice con el individual, con ese yo que todos llevamos dentro.
Hacer, porque es esa y no otra la clave de los éxitos y la realización. Porque puede que muchos colaboren para realizar tu proyecto de vida, pero nadie luchará por él con tanta fuerza como tú, y no existe mayor premio que lo que se consigue con el esfuerzo propio.
Celebremos entonces este día de esencia y sangre joven, este que precede al natalicio de un hombre excepcional al que nunca se le apagaron ni los sueños ni la energía de sus años mozos. Celebremos con certezas y esperanzas este, nuestro tiempo irrepetible, que tiene, como todos, sus propias espinas, pero cuenta con nosotros para seguir cultivando las mejores rosas.



















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