
La idea de tener descendencia -o mejor dicho el anhelo y propósito de tener hijos- domina la existencia de la mayoría de los hombres. Es una especie de instinto natural que se consolida cuando se procrea dejando, para siempre, el yo en beneficio del otro (obviamente del o los hijos).
Siempre me llamó sobremanera la atención cómo el rey Tritón protegía (sinceramente sobreprotegía) a sus hijas. La historia de La sirenita, del escritor danés Hans Christian Andersen, versionada en el cine y hasta con un musical de Broadway, sostiene el principio de guarda, custodia e incondicionalidad que los padres proveen a sus hijos.
Para mí el personaje que transmite los valores más imperecederos es el rey Tritón. Su amada hija menor es una adolescente que, fascinada por el mundo de los humanos, se enamora a primera vista de un príncipe, desobedece a su padre, es seducida por Úrsula –la bruja del mar- y cuando le dice «pero si me convierto en humana no volveré a ver a mi padre y a mis hermanas» la malvada hechicera le dice «pero tendrás a tu hombre» y la sirenita cede ante la tentación.
Tritón había criado solo a sus siete hijas, pero Ariel no tuvo en cuenta eso para irse tras un desconocido y su decisión puso en peligro la vida de toda su familia. Úrsula, aprovechándose de la ingenuidad de la princesa trama un plan que llega al punto en el que el viejo rey accede a entregar su corona y tridente y ser un miembro más de su «pequeño jardín» repleto de «pobres almas en desgracia».
Ariel pidió perdón a su padre cuando era casi «demasiado tarde», felizmente el desenlace terminó con la existencia de la bruja y el triunfo del amor. No tanto el de Ariel por Erick –que podía terminar con un divorcio-, sino el que sentía su padre por ella: incondicional, no mediado por otra cosa que el posponer el yo al bien y felicidad de su hija.
Yo tengo la dicha de ser acreedor de un amor similar al que el Rey sentía por sus princesas. Mi papá jamás ha vacilado en renunciar a muchas cosas, si eso significa que a mis hermanos y a mí nos falte eso que el posee y que siempre delega en nosotros.
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