Enumerar razones por las que cada enero, a 27 días de recibirse un nuevo año, el pueblo de Cuba arde en una sola llama, podría considerarse un sinsentido; sin embargo, evóquese el nombre del que elevó la condición de cubano a su máxima expresión y no se necesitarán motivos.
Dirían algunos incluso que 70 años después de ese primer homenaje realizado en 1953 por la llamada Generación del Centenario, que encabezó Fidel, todas las marchas han sido iguales, pero ¿cómo podrían si los jóvenes y la realidad cambian? La semejanza está en que José Julián Martí Pérez, su legado y entrega a la humanidad, siguen vigentes.
Así de inalterable como es la reacción química por la que enciende un algodón impregnado de alcohol para inflamar una antorcha, es de infinito el orgullo de haber nacido en la tierra pisada por el hombre que en menos de medio siglo de vida unió almas para luchar por la más noble de las causas: liberar a un pueblo del yugo que lo oprimía.
Por eso, la madre de las casas de altos estudios cubanas se convirtió en origen, una vez más, de un río de fuego, que se derramó por los 88 escalones de la Universidad de La Habana hasta alcanzar el mar del Malecón habanero, que solo es la versión capitalina de una celebración compartida por los 169 municipios del país.
Regalo de cada año, que pudo haber visto, con esa visión más allá de su mortalidad, cuando escribió en sus Versos Sencillos: «Yo he visto en la noche oscura/ Llover sobre mi cabeza/ Los rayos de lumbre pura / De la divina belleza»; porque ¿qué mayor belleza divina que la juventud? Esa que abrasa al estudiante de Comunicación Social, Jesús, como a muchos otros que desfilan junto a él, y que aún flamea con vigor en el pecho de Raúl Castro Ruz, quien, con más de nueve décadas, sigue guiando a generaciones de revolucionarios.
Otra noche de 27 de enero se ilumina para el Héroe Nacional, pero Martí no revive por un día, pues no se puede decir que haya muerto. Está en la sonrisa del niño por lo recién aprendido, en el respeto del saludo entre dos hombres, al que solo los ojos pintan diferentes, en los acordes de la guitarra de Adrián Berazaín, en cada paso que se da por construir una Patria con todos y para el bien de todos.
Las manos que llevan las antorchas de nuevo han variado en su mayoría, pero la firmeza con la que se sostienen no lo ha hecho; esta generación tan martiana como la del Centenario va dibujando, con su brillo propio, un camino de luz tras los pasos del Maestro.
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Yaniel dijo:
1
29 de enero de 2023
20:18:26
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