
Ha dejado de existir un hombre excepcional.
Los recuerdos y las vivencias se agolpan. Lo evocaré con la sencillez de las palabras que lo distinguían. Extrañaré las conversaciones sostenidas y su frase habitual de despedida. Lo hacía con cariño extremo.
Un recorrido por la información publicada y las palabras en las honras fúnebres dan la dimensión humana, patriótica y revolucionaria de José Miyar Barrueco.
Conoció a Fidel como pocos; contó entre sus mejores discípulos, fue el más íntimo colaborador y consagró a él toda su capacidad y energía por más de tres décadas.
Tenía una cultura y una capacidad insospechadas. Prevalecía en él la sed por informarse, estudiar, conocer y aplicar lo más avanzado en la Medicina, la ciencia y demás saberes.
Recuerdo su persistencia en investigar y lograr una vacuna cubana desde los días que afloraba la COVID-19; tenía la certeza del potencial que había contribuido a crear con el Polo científico, y su extraordinario desarrollo ulterior.
Acompañó al Comandante en Jefe de la Revolución Cubana a los más diversos lugares, en la casi totalidad de sus 82 viajes al exterior, a los intensos recorridos a lo largo del país, a los eventos más trascendentes y a los múltiples encuentros con personalidades del mundo.
Fruto de su invariable empeño se atesoran los diarios que escribió, e imágenes inéditas, junto a una voluminosa documentación, todos patrimonio de la nación.
Le escuché muchas veces, a altas horas de la noche, informar al líder histórico de la Revolución sobre las últimas noticias del desarrollo de la Medicina y la ciencia más avanzada del orbe.
No acostumbraba a hacerse notar, y ocupaba un lugar discreto, donde estaba presente. Su prenda de vestir siempre fue el sencillo uniforme del Servicio Médico Rural, del que formó parte.
No aceptó privilegio alguno en lo personal, al tiempo que siempre se ocupó de quienes interesaban su apoyo. Con particular dedicación se preocupaba por la ayuda médica a los que la requerían.
Una persona cercana a su residencia me comentó que lo veía diariamente, cuando salía del trabajo, avanzada la noche, detener el vehículo que conducía y alimentar a los pequeños felinos antes de llegar a su casa.
Nunca tuvo una palabra ofensiva hacia nadie. Inquiría respuesta a los asuntos urgidos. Su estilo era el consejo, la enseñanza con apego invariable a principios morales y revolucionarios.
Recuerdo sus enjundiosas disertaciones en las reuniones de la organización política de vanguardia, de estudio o durante agudos y documentados comentarios sobre temas acuciantes, nacionales e internacionales; su lenguaje llano, transparente y persuasivo.
La impronta de sus conocimientos y experiencias la lleva el Centro Fidel Castro Ruz, una de las últimas obras que emprendió con su inalterable constancia y a la que ofreció cuanto disponía.
En nada sorprende el cariño que le profesaban sus asistentes más directos y cuantos le rodearon en el quehacer cotidiano; hacia ellos dispensaba frases amistosas y bromas de ocasión. A la par, recibía las muestras del respeto ganado cuando irrumpía y se desplazaba a lo largo de los amplios pasillos del Palacio de la Revolución.
La semilla que sembró germinará como la imagen del hombre sencillo y noble, del dirigente, del funcionario, del servidor del pueblo, del revolucionario y patriota sin tacha.
Tengo fijas en mi mente sus últimas palabras al concluir nuestra plática, pocas horas antes del lamentable deceso: «¡Un eterno abrazo!». Lo reciproqué.
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jmcamina dijo:
1
26 de enero de 2023
08:37:17
Daniel Noa Monzón dijo:
2
26 de enero de 2023
10:14:01
Dr Roberto Pajan Illanes dijo:
3
26 de enero de 2023
10:47:10
ANGEL ELOY REMON GARCIA dijo:
4
27 de enero de 2023
14:36:48
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