El pedacito de todos

La terraza de Beatriz Cobas Pupo, en el kilómetro seis de la carretera a La Coloma, luce por estos días una decoración distinta a la habitual. Una pizarra, mesas y sillas, pañitos para la merienda y mochilas, son los nuevos adornos que, por elección propia, ha colocado la santiaguera devenida pinareña hace ya muchos años.

El amor por esta tierra que ha sido arrollada por el huracán Ian, y saber que atrasar el curso escolar no es opción, la hicieron brindar su casa para que los alumnos de cuarto grado de la escuela primaria Federico Capdevila Milaño –donde estudia su nieta– pudiera retomar el proceso docente-educativo.

Hasta la terraza de la tía Bety, como le dicen los niños, donde la maestra les enseña las tablas de multiplicar, les lee textos clásicos, les explica por qué los árboles son los pulmones de la ciudad y les pregunta cómo tienen que portarse los pioneros, llega el aroma inconfundible de los frijoles.

En unos calderos enormes está segura la comida de quienes tendrán doble sesión ese día para repasar los contenidos en los que están atrasados.

«Muchas de las viviendas de estos niños quedaron totalmente derrumbadas o sin techo. A algunos no les quedó ni el uniforme, y aun así no dejan de asistir. Me sentí con el deber de ayudar, de ofrecer mi pedacito».

Frente a esta casa, en el portal de la escuelita, recibe clases otro de los cuatro grupos de la Federico Capdevila Milaño, institución que perdió el techo y sufrió daños severos en la carpintería. Ciento veintidós pioneros quedaron –solo por algunas horas– sin sitio donde continuar el curso.

La solución llegó pronto. Además de la familia de Beatriz Cobas Pupo, otras dos abrieron las puertas de sus casas, con la certeza de que en esos pequeños está el mañana.