ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Ante el reclamo de Fidel, no se hizo esperar la respuesta de miles y miles de muchachos de 16 y 17 años. Foto: Archivo de Granma

De pronto oí decir que nos preparábamos para el aniversario 50 del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech. Es que el tiempo voló, y se ha llevado los días de la juventud donde se desbocan los sueños.

Me asomo a la plaza de la escuela Pablo de la Torriente Brau, en Miramar. Allí comenzó todo. Era una beca para estudiantes habaneros y orientales. La entrada apuntaba hacia el mar; el patio, hacia la Quinta Avenida.

 

Era el matutino de una mañana perdida en el calendario cuando el director Eduardo Canciano lanzó una arenga sobre la urgente necesidad de ingresar a las filas del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech. Había captados 44 compañeros, y la meta era de 60.

Pidió entonces que alguien subiera a explicar por qué no quería ser maestro. ¿Quién iba a pararse allí, ante más de 300 alumnos, no todos de décimo grado, a explicar por qué no quería ser maestro? El silencio solo era interrumpido por la insistencia del Director.

Corría el año 1974 y en el maletín tenía el pasaje listo para seguir para el preuniversitario. Nunca supe en qué pensaba cuando de la fila del grupo 12, al que yo pertenecía, salió una voz: «¡Julio César, va a hablar Julio César!»

Muy pronto escuché la pregunta: «¿Quién es Julio César?» Por unos instantes no me atreví a responder, hasta que la precisión fue demoledora: «¡Julio César del grupo 12, que suba!».

Y subí, como pude, a explicar. Tomé el micrófono y me dejé llevar por la sinceridad de un guajiro recién llegado del monte. «El problema es, compañero Director, que este país no solo necesita maestros, también necesita médicos, ingenieros, obreros calificados. ¿Qué pasaría si todo el mundo se convirtiera en maestro?, porque…».

Al llegar a ese punto, el Director me arrebató el micrófono y dijo: «¡Apáguenme el audio!» Entonces se dirigió a todos, a garganta pelada: «¡¿Qué diría Fidel Castro si pasa por Quinta Avenida y oye lo que este compañero ha dicho?! Es verdad que este país no solo necesita maestros, pero ahora lo que la Revolución necesita son maestros…». Continuó su intervención hablando del deber ante el llamado de la Patria.

Era un discurso vibrante, reconozco que en un momento sentí deseos de salir a la manigua a reivindicarme y pelear. Quizá fue por eso que, desde el centro de la plaza, salió la voz de Idelfonso Reyes: «¡Aquí el 45!» Y el Director: «¡Suba, esa es la respuesta de los revolucionarios!» A mí no tuvo que decirme: baje; yo bajé y nos cruzamos, Idelfonso con un aplauso, yo, con una vergüenza más grande que toda la Quinta Avenida.

Y pasó el tiempo. Me sentía incómodo y cuestionaba mi falta de actitud, y pensaba en mi padre jugándose la vida en el clandestinaje, y en los que se inmolaron por nosotros.

Cuando ya nadie hablaba del asunto, entré a la oficina del Director para solicitar el ingreso al Destacamento. Me dijo que ya no hacía falta, que se había sobrecumplido el plan, que había 88 aspirantes. Yo insistí en ser el 89. Idelfonso, en cambio, cuando ya era una cifra en el compromiso, reconsideró el asunto y dijo que no quería ser maestro, porque tenía problemas en la garganta.

Escogí la especialidad de Historia, y nos fuimos para Río Seco Tres, escuela que llevaba por nombre el de Carlos Gutiérrez Menoyo. Terminado el segundo año de la carrera, nos hablaron de la necesidad de un paso al frente para venir a la Isla de Pinos a dar clases a los africanos que venían a llenar las escuelas del campo pinero.

No se trataba de deshojar margaritas con el voy o no voy, pero nos habían dicho que la experiencia era por dos años. Ya no se trataba de alejarme de La Habana, sino de los montes de Pilón, mi espacio natal. La Isla sonaba a territorio desconocido, algo fuera de Cuba. Y nos fuimos un montón en aquel Comandante Pinares, como quien va a una aventura.

Hay circunstancias que nos empujan a veces, como si no pudiéramos controlar las elecciones de vida, pero, tanto tiempo después, doy gracias a la Isla. Aquí fue la siembra de los hijos, la casa, la carrera y los amigos.

Me siento feliz de haber sido parte del iv Contingente del Destacamento Pedagógico. Recuerdo la mañana tierna y dolorosa en que escuché, en el teatro de la Filial de La Demajagua, a la madre de Manuel Ascunce hablando de su hijo asesinado por bandas armadas en el Escambray, el 26 de noviembre de 1961. Sentí orgullo de llevar en el hombro el brazalete con su imagen.

No olvido al director de la filial, Edel González Aragón, tan recio y firme, pero que fue capaz de perdonar nuestros errores para permitir que lucháramos por ser personas de bien. Tengo la imagen del teatro Carlos Marx, repleto de graduados en julio de 1981, y las palabras de Fidel hablando del valor de un maestro.

Más de 40 años después volví a la Pablo de la Torriente Brau, en Miramar. No había estudiantes, solicité permiso para ir hasta el patio, subí al estrado de la plaza y recordé aquella extraña mañana de arengas, gritos y vergüenzas. El 89 seguía siendo maestro.

 

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Arodi Fontes Milián dijo:

1

21 de mayo de 2022

15:47:54


Cuánta emoción me ha hecho sentir leer su artículo. Yo estaba presente y soy testigo de lo contado. Soy uno de los que renunció a su sueño, en mi caso, el de ser médico para convertirme en profesor. Siempre he sentido mucho orgullo de esa decision y de lo importante que fue para mi vida. Me hice profesor de Química y durante 18 años estuve vinculado a docencia y la investigación. Siempre entre los agradecidos a la Revolución y a Fidel estaré. Sin dudas Julio César, ayudamos a forjar muchos ingenieros, médicos, cientificos y técnicos e intelectuales que , como nosotros, empujan esta humanísima obra de cultura y coraje. Solo me pregunto nos podremos encontrar todos en algún sitio para abrazarnos o mejor, compartir tantas experiencias????? Por favor si tienen información les agradecería mucho. Gracias por tan oportuno y excelente trabajo. ARODI

Alexis Rodríguez Leyva dijo:

2

3 de junio de 2022

00:26:06


Cuantos buenos recuerdos. Me llamó la atención al director de la Filial. Edel González y me viene a la mente hace 10 años atrás en Centro de África. Guinea Ecuatorial. Edel fue el Jefe de la pequeña Brigada de profesores. Firme y recio pero con un corazón grande y siempre dispuesto a ponerte la mano en el hombro para señalarte los errores y que aprendiera de ellos. Lo recuerdo con mucho cariño.