ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: José Manuel Correa

La explosión por escape de gas en el hotel Saratoga cambió la vida de muchas personas: planes truncados de cuajo, fotos de familia que jamás estarán completas, noches en las que no se concilia el sueño por temor o dolor, abrazos que solo quedarán en el recuerdo.

También allí, entre el polvo y las piedras, han visto cambiar su cotidianidad los rescatistas que no han hecho más alto en su tarea que para alimentarse y calmar a los suyos. Ellos no cesan en el afán comprometido de intentar arrancarle un aliento, al menos, a la muerte, o recuperar los cuerpos que merecen una despedida.

A los alrededores del fatídico sitio llega un pueblo que ha enjugado sus lágrimas con el férreo propósito de ayudar, para llevarle un sorbo de café, un refrigerio, una palabra de ánimo a quienes mueven escombros, o para despedirse de algunas pertenencias que ahora calmarán las necesidades de quienes quedaron sin nada. 

Junto a los que esperan noticias alentadoras o esclarecedoras están, casi sin descanso, los equipos de prensa, para dar a conocer –aunque conmovidos hasta el tuétano- los avances en las labores de rescate.   

En los hospitales, los héroes de batas blancas libran batallas inciertas contra lesiones de toda índole. ¡Han ganado muchas! ¡Más de 90! 

El día a día en las nuevas escuelas que han acogido a los estudiantes de la primaria Concepción Arenal, dañada en el siniestro, ha cambiado para bien. Con los brazos abiertos compañeritos y maestros nuevos les hacen olvidar el mediodía del pasado 6 de mayo.

En otros sitios también se respira la hospitalidad de los nacidos en este terruño, ese sentimiento de proteger y tender la mano. Son hoy, las villas que albergan a las familias evacuadas, espacios para curar, poco a poco, las heridas del Saratoga. 

Los cubanos, sobrecogidos por el estremecimiento de la pérdida, se sobreponen, se entregan y reconstruyen, desde el amor, un nuevo amanecer.

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