
La obra más reconocida de Ralph Brown es Meat Porters, una escultura de 1959 que fue encargada para la plaza de mercado en Harlow New Town, Essex, Inglaterra. La pieza, con clara influencia de Rodin, fue resultado de estudiar a los vendedores irregulares de carne en el mercado de Smithfield, en Londres.
Hecha en bronce, en ella hay una mezcla de la violencia brutal de los mataderos con una inquietante sensualidad que evoca lo erótico. Y es que lo erótico es presencia habitual en las obras del inglés nacido en 1928, como un elemento de incómoda captura. Pero no es la obra más reconocida del artista en la que me detengo, sino en su trabajo de 1979, La esposa, hecha en mármol, cuando ya tenía 51 años de edad.
Una tela sedosa, sostenida en sus vértices superiores por dos manos femeninas, cae libremente adoptando el contorno, al parecer desnudo, de la mujer, y queda atrapada en la entrepierna de esta. El ligero entrecruzar de las piernas le agrega un elemento más insinuante al erotismo de la obra, que omite toda imagen de la modelo más arriba de la posición de las manos a mitad del torso.
Que el rostro de la mujer no aparezca, unido al título, provocó, y sigue provocando, acusaciones de que el autor reduce a su pareja, en la obra, a los órganos reproductivos. Quién sabe si es el caso. Toda obra de arte se completa en el receptor y, en esa medida, termina siendo una cantidad incontable de obras, incluso para un solo individuo, que puede resemantizarla de manera continua en el tiempo.
¿Por qué no ver también, en la delicada fineza del cuerpo que se anuncia, pero no se completa, la confesión del amante devenido escultor, del misterio inasible que constituye el universo de su pareja? De las manos hacia arriba hay un secreto que se niega a que sea capturado si no se comienza por el portal, que anuncia como acertijo el solapamiento de las piernas.
El mismo erotismo en otra clave nos entrega Cassandra Wilson en ese formidable disco que es Blue Light 'til Dawn, de 1993, incluido en alguna lista de los mejores álbumes de jazz de todos los tiempos.
Durante la grabación, el padre de Cassandra, Herman Fowlkes, también músico, falleció, y esa tristeza permea toda la grabación. Al explicar la razón del título, Cassandra le confesó al New York Magazine: «En una fiesta tienes una luz azul que condiciona determinado ambiente. El título se refiere a esa luz, ese azul que perdura hasta el amanecer».
Al describirla, el propio medio la califica como «una combinación impactante de sofisticación bohemia y suavidad hogareña (...) probablemente la más sensual e intrépida voz del jazz».
Precisamente son esas cualidades que su voz contralto ejecuta en esa pieza de Gene de Paul, You Don't Know What Love Is, dándole un erotismo nuevo a una pieza ya de por sí bella: «No sabes lo que es el amor / hasta que has aprendido el significado del blues / hasta que has amado un amor que tenías que perder, / Tú no sabes lo que el amor es». Y del carecer que deviene de esa ignorancia, se es capaz de evocar el inquietante misterio de lo otro.
Cassandra Wilson nos visitó hace unos años, con motivo del Día mundial del jazz. Lamentablemente, pasó más bien desapercibida, para el público cubano, la cantante que fue descrita como «del tipo de experiencia trascendente que cantar jazz no se nos ofrece desde los días de Billie Holiday».
Su invisibilidad fue resultado del famélico reflejo por unos medios más preocupados con enfocar los oropeles que las esencias.
Lo «natural» no lo definimos los seres humanos, lo define la naturaleza. Las leyes de la naturaleza no tienen excepciones, lo que las viola no ocurre. No confundamos como lo «natural» lo que no es otra cosa que convencionalismos sociales sin asidero que lo justifique.
El sexo es una práctica en la cual una de sus funciones es la reproducción, pero no es por eso que lo hacemos tanto. Para el ser humano, además, no se trata solo de relaciones sexuales, somos seres sociales, somos seres colectivos. Establecer relaciones de pareja rebasa el marco de las relaciones sexuales y, en ese sentido, toda forma de amar es tan válida como otra cualquiera.
Qué invocador de la maravilla es ser, cuando el sexo vuelto logos se anuncia en una imagen. Toda negación efectiva o potencial de la sexualidad es mutilante, y resulta en la enajenación del ser humano de reconocer en su propio cuerpo, o en el del otro, la dimensión del disfrute. Como placer, la actividad sexual no debe tener fronteras que no sean las que acoten la violencia impuesta, alinenante o conducente al daño físico irreversible. Toda forma de sexualidad consensuada entre adultos ha de tener espacio, y este merece ser protegido como formas naturales del placer. Una vida sin placer es una existencia incompleta.
Defendamos el derecho del individuo a ser pleno, también en su capacidad de buscar felicidad en el placer sexual que decida sin barreras, a la vez que se lo otorga a otros. Acotar la posibilidad de que los demás sean felices no nos abre oportunidades, nos reduce el universo de lo posible. Seamos generosos, camino imprescindible para ser mejores seres humanos en una sociedad más justa.
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Andy Spark dijo:
1
6 de mayo de 2022
15:09:21
Elpidio Valdes dijo:
2
6 de mayo de 2022
18:25:31
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