ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: José Manuel Correa

La imagen de José Antonio Echeverría guardada por sus compañeros en el trayecto hacia la emisora Radio Reloj, el 13 de marzo de 1957, era la de un rostro sonriente. Tal alegría en un recorrido donde podía encontrar la muerte se debía a la llegada por fin del momento ansiado, tantas veces esperado, de entrar en combate en una gran acción contra la dictadura.

El 29 de agosto de 1956 había contraído en México, a nombre de la FEU, el compromiso público con Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio, de iniciar juntos la insurrección en Cuba antes de finalizar ese año. «Ofrecer al pueblo su liberación en 1956» había sido la promesa reiterada por ambos, con la convicción de que la «insurrección secundada por la huelga general en todo el país será invencible». Comoquiera que la Carta de México también llamaba a «unir a todas las fuerzas revolucionarias, morales y cívicas del país» en una lucha «firmada con la decisión de morir o triunfar», en octubre se volvieron a reunir en México y en Miami delegaciones del 26 de Julio y del Directorio Revolucionario, la organización creada por la federación universitaria para brindar cauce a las actividades insurreccionales del estudiantado, y constituir factor de unión entre todos los sectores antibatistianos, pero esta vez con la inclusión de Carlos Prío y el aparato armado del autenticismo, para acordar los detalles del estallido rebelde que desencadenarían de forma conjunta.

Aquel Palacio en el que los jóvenes buscaban liberar a Cuba de la ignominia es hoy, abonado con su sangre, el Museo de la Revolución. Foto: Archivo de Granma

Sin embargo, cuando se produjo el desembarco del yate Granma, el 2 de diciembre, el Directorio no pudo cumplir con lo pactado porque en ese momento no se encontraba en posesión de los medios bélicos indispensables para desarrollar una acción de envergadura que fuera efectiva. Por su parte, los auténticos, dueños de abundantes arsenales, decidieron no apoyar la expedición, con el pretexto de que se había adelantado unilateralmente. «Desgraciadamente, los acuerdos tomados para lograr la unidad no se cumplieron», afirmaría luego el Directorio Revolucionario, en un documento de junio de 1957.

A pesar de los contratiempos, y de la persecución feroz a la que estaban siendo sometidos desde el 28 de octubre de 1956, cuando ajusticiaron al coronel Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar (sim), y que los había condenado a la clandestinidad más absoluta, José Antonio y sus compañeros mantuvieron encendida la llama de la rebeldía en la capital. A finales de diciembre organizaron una espectacular fuga de la prisión del Castillo del Príncipe, donde perdió la vida el veterano combatiente de la Guerra Civil española, Daniel Martín Labrandero, y en enero de 1957 le realizaron un atentado al coronel Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, y quemaron un nuevo lote de perseguidoras de la policía, estacionadas en la agencia de autos Ambar Motors.

A partir de la incorporación, en diciembre de 1956, de dos cuadros de acción procedentes de las filas auténticas, Eduardo García Lavandero y Evelio Prieto Guillaume, y de un alijo de armas puesto bajo su custodia, el Directorio Revolucionario tuvo más cerca la posibilidad de poner en práctica su tesis de «golpear arriba».

Pero fue la confluencia, desde finales de enero de 1957, con grupos de origen auténtico vinculados a Menelao Mora Morales, la que tornó definitiva esa probabilidad. Los planes de Menelao, de ajusticiamiento de Batista, eran congruentes con los del Directorio, que buscaba desarrollar una acción militar de grandes proporciones en La Habana, capaz de desencadenar la insurrección popular. Las coincidencias en la táctica de lucha y la política del Directorio de unir las fuerzas y recursos de los sectores insurgentes, favorecieron el acercamiento, y acordaron concentrar todos sus esfuerzos en la organización del asalto al Palacio Presidencial.

Aunque la operación planificada no se correspondía con la tesis de lucha del Movimiento 26 de Julio, se decidió «invitar a otros sectores a que se unieran a nuestro movimiento, como el 26 de Julio y algunos grupos auténticos que decían «estaban por la libre». Sin embargo, las gestiones llevadas a ese efecto no tuvieron éxito: «Después de algunos cambios de impresiones con delegados de esas organizaciones, al final no se obtuvo ningún resultado positivo». En ese momento el Movimiento tenía como prioridad el fortalecimiento del destacamento armado de la Sierra Maestra, los planes para la apertura de dos nuevos frentes guerrilleros, en el Escambray y en el norte de Oriente, y el inicio de los preparativos para la convocatoria, más adelante, de una huelga general. No obstante, Faustino Pérez intentó, infructuosamente, apoyar la acción una vez iniciada.

El objetivo de asaltar el Palacio para ajusticiar a Batista lo cumpliría un comando de 50 hombres bien armados, que, divididos en varios grupos, cada uno con una misión específica, debía ir tomando el edificio piso a piso. Al mismo tiempo, una operación de apoyo compuesta por un centenar de combatientes con las armas de mayor poder de fuego, se situaría en los edificios más altos aledaños a la mansión presidencial para, desde allí, neutralizar la guarnición de Palacio e impedir que se hiciera fuerte en la azotea y en los pisos superiores. Además, debían evitar la llegada de refuerzos de la tiranía.

Foto: José Manuel Correa

De manera simultánea, un grupo de 16 hombres debía tomar la estación de Radio Reloj y, desde sus micrófonos, Echeverría se dirigiría al pueblo para informarle la eliminación del dictador y arengarlo a la pelea. Llamaría a la ciudadanía a que acudiera a la Universidad de La Habana, donde iba a radicar el Estado Mayor de la insurrección, para obtener armas y sumarse al torrente revolucionario.

El próximo objetivo a ocupar sería el Cuartel Maestre de la Policía y su potente arsenal, y de forma consecutiva, el resto de las estaciones represivas. Desde el centro revolucionario instalado en la Universidad, donde se armaría al pueblo, saldrían milicias a garantizar el control de la ciudad y de los medios de prensa. La insurrección popular consumaría el triunfo de la Revolución, entendida como «la conquista de un clima de verdadero respeto a nuestras Leyes y a nuestro pudor democrático; la liberación de nuestra economía de bastardos intereses domésticos y sofocantes presiones extranjeras; la utilización de nuestros recursos políticos y económicos en favor del bienestar de los más, aunque esto represente el perjuicio de los menos».

Cerca de las tres de la tarde del 13 de marzo de 1957 salen hacia sus objetivos, a su encuentro con la historia, los distintos grupos de combatientes. Al interior de Refugio No. 1, los momentos iniciales transcurren favorablemente para los revolucionarios, tal como se había planificado. La sorpresa ha surtido efecto, y se logra ocupar en su totalidad la planta baja y el segundo piso del edificio, a pesar de la pérdida temprana de varios hombres, antes de que entraran en Palacio. Cada grupo con su jefe cumple con la misión asignada. Los asaltantes se mueven incesantemente en busca del dictador. Llegan hasta su despacho, del que ha escapado hace unos instantes hacia los pisos superiores. Allí, precisamente, ha consolidado sus posiciones la soldadesca batistiana, provocando serios estragos entre las fuerzas atacantes. Con el paso del tiempo, al no funcionar la operación de apoyo, ante el agotamiento del parque y la caída de valiosos combatientes, entre ellos Menelao Mora y Carlos Gutiérrez Menoyo, resulta obvio el fracaso del asalto. Se impone entonces la retirada, en medio de la lluvia de balas que cae desde la azotea. Desde ese momento empezaba, para los asaltantes al Palacio Presidencial, algunos de ellos heridos, una odisea de sobrevivencia.

Foto: José Manuel Correa

Mientras tanto, la toma de Radio Reloj se producía con éxito, sin mayores contratiempos, excepto por el hecho de que la alocución de José Antonio al pueblo sería interrumpida en plena transmisión. El desenlace trágico vendría luego, cuando en el trayecto hacia la Universidad, ya casi llegando a ella, el carro en que va José Antonio Echeverría tiene un encuentro fortuito con un patrullero de la policía. En un arresto temerario cae abatido el presidente de la FEU y Secretario general del Directorio Revolucionario. El resto de sus compañeros intenta seguir adelante con los planes que tenían concebidos para esta fase en la Universidad. Pero cuando llega Faure Chomón, herido, e informa los resultados negativos del asalto al Palacio Presidencial, toman la decisión de retirarse y reorganizarse para continuar la lucha.

La causa principal del fracaso del ataque a la sede ejecutiva radicó en el fallo de la operación de apoyo, debido en lo fundamental a la cobardía, incapacidad e indecisión de sus máximos dirigentes, sobre todo de Ignacio González. A pesar de contar con los hombres dispuestos para la batalla, concentrados en el Hotel Bruzón, en el Chateau-Miramar, en Luyanó, y en el Paseo del Prado, algunos de ellos militantes del Movimiento 26 de Julio, y con un camión de armas y otro con una ametralladora 50 en las proximidades de Palacio, los jefes de este grupo, en el momento decisivo, no se atrevieron a entrar en acción ni a impartir las órdenes necesarias.

El asalto al Palacio Presidencial fue calificado por el historiador Emilio Roig de Leuchsenring como «la hazaña más fieramente audaz de todas nuestras luchas por la libertad». Los hechos de ese día, la mansión ejecutiva atacada por un comando de 50 jóvenes armados, sin experiencia militar la mayoría, y el dictador acorralado en su propia fortaleza por la osadía juvenil, conmocionaron al país, y demostraron lo vulnerable que era, de hecho, el régimen batistiano.

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