ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Juvenal Balán

Tenía solo 36 años cuando quisieron acallar su voz pujante y viril. Pensaron entonces que, con disparos cobardes, apagarían la verdad de un líder querido y respetado. Aquella noche del 22 de enero de 1948, en la estación de trenes de la ciudad de Manzanillo, lejos de morir, Jesús Menéndez Larrondo renacería.

Las manos asesinas del capitán de la Guardia Rural, Joaquín Casillas Lumpuy, debieron temblar antes de balear por la espalda a aquel hombre íntegro, que al caer derramó «un río de guarapo amargo» sobre el andén ferroviario, donde muy cerca crecieron luego –fruto del homenaje popular– cañas insurrectas que siguen allí, desafiando las brisas del mar y el paso del tiempo.

Al «gigante de ébano» lo querían vivo los obreros, los sindicalistas, las madres trabajadoras y los humildes. Lo querían muerto los magnates estadounidenses, el gobierno títere de turno y sus militares. Demasiado incómodo les resultaba un dirigente natural, carismático, aglutinador, incorruptible y negro, que sin terminar los estudios de la enseñanza primaria había logrado conquistas impensadas para la República neocolonial, como el diferencial azucarero, el pago de horas extras a los trabajadores de ese sector, la elevación del salario y su inclusión en el retiro.

No en vano se ha afirmado que «la razón de su vida fue la causa de su muerte». Jesús Menéndez era dichoso cuando andaba por los centrales conversando con sus obreros, cuando ganaba batallas en el marco laboral, cuando encontraba soluciones.

Su existencia, breve y fecunda, tiene mérito suficiente para perpetuarse en la memoria. Biznieto de esclavos, nieto e hijo de mambises, creció en medio de la pobreza, y sin embargo, llegó a convertirse en parlamentario y líder de los azucareros, con la moral limpia y el talento innato como únicas divisas.

Siendo apenas un adolescente, cortó caña en Las Villas, fue purgador de azúcar, vendedor ambulante, retranquero y escogedor de tabaco. Militó, con apenas 20 años, en el entonces clandestino Partido Comunista de Cuba, y se nutrió de Lázaro Peña, forjador de la Central de Trabajadores de Cuba.  «El General de las Cañas», como lo dibujara Nicolás Guillén, no se nos fue del todo.

Hoy sigue vivo, hecho luz y firmeza, voluntad y tesón de las mujeres y los hombres de zafra, devenida presencia entrañable de un país.

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Angel Parra dijo:

1

22 de enero de 2022

07:48:26


Los grandes hombres nunca mueren.

Josefa dijo:

2

23 de enero de 2022

15:50:13


Lástima que sus sueños de ver en el país una fuerza laboral de la primera industria, pujante, crecida, próspera y con respeto a sus derechos y libertades. Hoy esté más disminuida, debilitada y atropellada que en los tiempos de sus luchas.

Zuly dijo:

3

25 de enero de 2022

15:20:15


honor a quien honor merece, ejemplo imperecedero de hombre y lider sindical, siempre vivo su ejemplo entre nostros