ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Viñales Foto: Ronald Suárez Rivas

PINAR DEL RÍO.- Caridad Rosa Abreu cierra los ojos y vuelve a viajar en el tiempo, hasta aquellos días lejanos de 1961 en que desandaba las lomas de Viñales para enseñar a leer y escribir, en medio de una pobreza que jamás había imaginado.

Ella también provenía de un entorno rural del sur de Pinar del Río. Pero el abandono y la miseria de las montañas de Vueltabajo le pareció mil veces más terrible.

«Me encontré con familias que por aquel entonces, solo tenían el pedacito de tierra que les dio la Reforma Agraria. La Revolución era muy joven y todavía no había podido llegar a muchos lugares», dice.

En plena campaña de alfabetización cumpliría 20 años y comprendería en toda su dimensión el valor del magisterio, la carrera que había escogido y que la vida le daba la oportunidad de comenzar a ejercer donde más falta hacía.

También perdería su segundo nombre y su apellido. «Todavía hoy, las personas que quedan allá, me dicen Cary la brigadista».

Cuenta que al llamado de Fidel, no dudó en dar el paso al frente y sumarse al contingente que cartilla en mano, partió a llevar la luz de la enseñanza a lo más recóndito de la Isla.

En las montañas de Viñales, poco después de la invasión mercenaria por Playa Girón, pondría su granito de arena en aquella gran epopeya que sentaría las bases para la transformación del país.

Durante más de siete meses, ayudaba en las mañanas en los quehaceres domésticos a la familia que la acogió, y al mediodía partía a alfabetizar.

«Empezaba con los hombres, que a esa hora hacían un descanso en las labores del campo, y luego seguía con las mujeres», rememora Caridad.

En total, enseñaría a leer y escribir a siete personas de cuatro casas distintas en la zona de Palmarito.

«Fue algo muy bonito, porque ellos mismos veían como avanzaban. Para cualquier maestro eso significa una satisfacción muy grande», asegura.

No obstante, confiesa que al mismo tiempo que enseñaba, también aprendía.

«Para todos, fue una gran experiencia, por la trascendencia de aquella misión que nos había encomendado Fidel, el contacto con los campesinos de las regiones más apartadas, el hecho de convivir con ellos, de conocer el rostro más crudo de la pobreza.

«Las personas que alfabeticé vivían en casas con piso de tierra y mucha necesidad. Tomaban el agua del río, sin hervir, no tenían letrinas, hacían sus necesidades en el monte» describe esta pinareña octogenaria que laboraría durante décadas como educadora.

Por ello, asegura que el trabajo del brigadista no solo consistía en  enseñarles las letras y los números. También les hablaban de hábitos, de cuestiones sanitarias, del contexto nacional e internacional, de las posibilidades que la Revolución le daba al pueblo.

«Algunos no sabían casi nada de la Revolución, porque vivían en sitios muy intrincados y no tenían ni radio».

El Viñales que tiempo después se abriría al turismo y hoy es uno de los territorios más prósperos de Pinar del Río, dista mucho de aquel que a principios de la década de 1960, conoció Caridad.

De ahí que no pueda disimular la emoción cuando cuenta que años más tarde supo que los cinco hijos de Modesta, una de aquellas personas que había alfabetizado, se hicieron universitarios.

«Las oportunidades que ella no tuvo, las pudieron aprovechar sus hijos» dice, y añade que las ideas de Fidel siempre fueron brillantes. «Comenzar un proceso revolucionario con una campaña de alfabetización, sentaría las bases para el desarrollo futuro».

A sus 80 años, Caridad no olvida que en 1953, cuando terminó el sexto grado, en el poblado pinareño de Puerta de Golpe, de un aula de 30 alumnos, solo ella y otro niño pudieron continuar estudiando.

«Es incalculable el talento que se perdía, por la falta de acceso a la educación. En la actualidad, sin embargo, en casi todas las casas hay al menos un ingeniero, un licenciado o un médico».

De aquellos días lejanos en que un ejército de cientos de miles de cubanos liberaría al país del analfabetismo, conserva amistades y recuerdos que han sobrevivido al tiempo, como la primera carta llena de ilusión de una de sus alumnas, dirigida a un programa de radio, solicitando que la complacieran con un tema musical.

Caridad cuenta que ella misma la entregó en la emisora, y luego la guardó, para retener de alguna manera aquella experiencia inolvidable en la que tuvo el honor de participar, y que implicó, a decir de  Fidel, el derrumbe de cuatro siglos y medio de ignorancia.

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