ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Recreación del incendio de Bayamo, hecho ocurrido el 12 de enero de 1868. La foto es un detalle de un pintura, ubicada en la sede de la Asamblea Municipal del Poder Popular en Bayamo. Foto: Internet

Tan sagrada como la vida misma es la libertad que se conquista a fuerza de sangre y arrojo para devolverles a los hombres su derecho pleno a vivir sin amos, a decidir su presente y porvenir.

Los bayameses lo sabían. « ¡Qué arda la ciudad antes de someterla de nuevo al yugo del tirano!», se escucharía exclamar con ardor en el Ayuntamiento de la primera urbe de la República en Armas, a pocas horas de aquel heroico 12 de enero de 1869, cuando se impidiera con fuego que fuera profanada impunemente la cuna de la independencia cubana.

Allí, donde se había respirado los aires puros de la emancipación durante 83 días –desde que Céspedes y sus tropas mambisas tomaran a Bayamo el 18 de octubre de 1868–, el «látigo opresor» no caería otra vez sobre las carnes de los criollos.

Y aunque las discusiones lingüísticas e históricas no lleguen a un acuerdo consensuado para definir si es Incendio o Quema, lo cierto es que aquella decisión de un pueblo dispuesto a padecer penurias antes que rendirse, fue un acto sublime, arrasador.

Un sangriento encuentro acecido entre españoles y criollos, el día 7 de enero de 1869, a orillas del río Salado, con el fin infructuoso de evitar el paso del Conde de Valmaseda a la ciudad, había sido el preludio de lo inevitable. Las lujosas mansiones de patricios como Perucho Figueredo y Francisco Vicente Aguilera estuvieron entonces, entre las primeras que se redujeron a cenizas junto a cientos de humildes moradas y cuantiosos inmuebles de la villa.

Aquella antorcha de la dignidad, que había pintado de rojo el firmamento, le cerró el paso a Valmaseda y sus tropas, quienes no pudieron entrar a la ciudad hasta tres días después. Al hacerlo quedaron en silencio y asombrados. Un soldado declararía luego, que al avanzar por la Plaza de Santo Domingo los maderos todavía humeantes, asfixiaban, y en el muro de la Sociedad Filarmónica, escrito con carbón, se podía leer «Plaza de la Revolución».

Mientras, unos 10 000 bayameses recorrían a pie, a caballo y en carretas, distintos caminos rumbo a los campos y al destino de lo incierto; tanto fue así, que 152 años después, aún no se ha podido precisar cuántos murieron víctimas de enfermedades, del hambre o de la feroz cacería desatada por el gobierno español.

La ciudad, por su parte, ya no sería la misma. Un estudio de los investigadores Rafael Rodríguez e Idelmis Aguilera reveló que más del 86 % de la urbe se destruyó. Se perdieron 26 ingenios, más de 1 000 casas, el teatro y la mayor parte de las iglesias. En el centro solo quedaron ilesas algunas propiedades, como la casa donde había nacido el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes y la capilla anexa a la Catedral.  

La esplendorosa villa de floreciente comercio y cuna de hombres insignes para la nación había quedado despojada de su belleza arquitectónica; pero a cambio, en aquel enero irreverente, a Bayamo le había nacido un encanto mayor, el de ser reconocida como emblema de la libertad para todos los tiempos

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