En tierra granmense, muy cerca de la Sierra Maestra, una empinada loma es sitio de espontáneo periplo cada 30 de noviembre. Al llegar a la cima, un monumento abonado con sangre rebelde, deja de ser apacible retablo para tornarse recuento necesario de una victoria estratégica y moral.
Es Guisa y la rememoración de la épica batalla que del 20 al 30 de noviembre de 1958 hizo vibrar a la nación desde ese poblado, cuando en 11 días se desmoralizó a un apertrechado ejército enemigo, se abrió el camino hacia el triunfo definitivo, y se afianzó, para siempre, el liderazgo estratégico de nuestro líder mayor: Fidel.
De esa contraofensiva indispensable frente a la dictadura batistiana mucho se ha escrito y no por ello dejan de impresionar los detalles que la hacen incluso mucho más gloriosa.
Pinceladas que hablan de los bríos tremendos de 180 hombres que fueron a «plantarle cara» a varios batallones muy superiores en armas y efectivos, justo a la vera de una carretera y a solo 16 kilómetros de la ciudad de Bayamo, sede del Puesto de Mando de Operaciones contra la Sierra Maestra.
En aquella tropa esencialmente bisoña, contaba más la convicción de ser libres o mártires, que la experiencia militar, pues solo 24 de los rebeldes eran veteranos de guerra.
A Guisa se fueron a hacer historia también cinco mujeres, cuatro de ellas integrantes del pelotón de Las Marianas, quienes pasaron de la retaguardia a la principal línea de combate como un soldado más; y, según recoge la leyenda popular, fue la jovencita de 17 años, Ana Bella Cuesta, la primera rebelde en arrebatarle un arma al enemigo.
En esas anécdotas estremecedoras alrededor de la batalla no faltan, las que hablan del arrojo de los valientes que se subieron por vez primera a un tanque T-17 abandonado por el adversario, para improvisar un ataque al cuartel de Guisa; o la que narra la actitud del adolescente Leopoldo Cintra Frías, quien herido recuperó, bajo un fuego cruzado, una ametralladora 30 del interior del tanque; acto que el Comandante en Jefe calificó de «inigualable heroísmo».
No se puede hablar de aquellas jornadas en las que se libraron 22 acciones combativas contra unos 10 destacamentos de refuerzo, sin hacer honor a su principal héroe Braulio Curuneaux, quien apostado en la Loma del Martillo con una ametralladora 30, cumplió con la palabra empeñada al Comandante: ¡por aquí no pasarán!, hasta que fuera derribado por un tanque Sherman.
Ni olvidar que por esas coincidencias hermosas de nuestra historia Patria, la batalla de Guisa fue continuidad de otro enfrentamiento heroico, protagonizado 61 años antes por Calixto García y sus tropas, cuando también tomaron al poblado guisero.
Fracasados hasta en su burdo intento de asesinar a Fidel vistiendo a un soldado de campesino, el cual fue capturado en una bodega, el Ejército batistiano cedió finalmente en la jornada del 30 de noviembre con más de 200 bajas, entre muertos y heridos, frente a las poco más de 30 bajas de los rebeldes en iguales condiciones.
Un botín de guerra que compuesto por 55 000 balas, 130 granadas, 70 obuses de morteros, siete ametralladoras calibre 30 con trípode, una bazuca, 14 camiones, entre otros recursos, constituyó entonces, la muestra incuestionable de la victoria rebelde.
Victoria que debemos repasar no solo en noviembre, porque como señalara nuestro líder eterno en el año 2000, «nadie sabe lo que nuestro pueblo, cada vez más unido, más culto y más fuerte, es capaz de alcanzar (…). Como en Guisa, demostraremos muchas veces que nada es imposible».
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