ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Emociona transitar frente a la Ciudad Escolar 26 de Julio. Ocurre igual al recorrer el museo que allí evoca los sucesos de la Mañana de la Santa Ana del séptimo mes de 1953. En esos sitios la bravura tiene nicho y crisol. Allí una cascada de héroes y mártires, en telúrica arremetida, intentó cercenar las espinas que tajaban la dignidad patria.

Una y otra vez allí aparece Fidel. Comanda una madrugada insurrecta. Lleva uniforme similar al del ejército del tirano que desafía. Con ese ardid quiere confundir al adversario  mientras entra por la Posta 3 del entonces temible cuartel Moncada. La suerte no acompaña. El encontronazo con una patrulla echa abajo la sorpresa. Comienza la épica refriega.

Desde la azotea del aledaño Palacio de Justicia un grupo de combatientes retrasa la entrada en acción de una ametralladora colocada en un sitio estratégico del Cuartel. Lo comanda Raúl, quien arrebata la pistola al militar que intenta apresarlos. También derrochan heroísmo los integrantes del destacamento de Abel Santamaría, quienes apoyan desde el Hospital Civil Saturnino Lora.

Santiago está de carnaval. La inesperada acción provoca confusiones. Juerguistas trasnochados no entienden que muchachos ebrios de ansias de libertad abren curso al futuro. 

No hay victoria. Sobreviene la dolorosa retirada. Comienza  el macabro desquite del tirano.  Batista ha dado la orden de matar 10 asaltantes apresados por cada soldado muerto. Fidel logra escapar y se va a las lomas cercanas a Santiago. Es un repliegue angustioso pero necesario para reanudar la lucha en el momento oportuno. Agotado, y en compañía de un reducido de compañeros de combate, lo sorprenden en un rancho ubicado en la finca  de un hacendado.

Delirante, una jauría de soldados quiere acabar con su vida. El teniente Pedro Sarría, en honorable  acto, la enfrenta y evita el asesinato. Les dice que las ideas no se matan. Pero el asalto al Moncada, lógica sucesión de hechos heroicos, demostró que no se pueden poner a un lado las balas cuando están en juego los destinos del país. La acción fue  la «carga para matar bribones, para acabar la obra de la revoluciones» solicitada por Rubén Martínez Villena. Como él, Fidel llevaba en el corazón las doctrinas de Martí.

En Cuba, al hablar de lirios y rosas, de cantos y danzas, de felicidad plena, siempre habrá que evocar aquel estruendo de ideas y balas.    

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