ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Obra de Alexis Gutiérrez Gelabert. Foto: Alexis Gutiérrez Gelabert.

El ser humano, o el hombre, como se decía antes, es un ser social, gregario por naturaleza y dado al diálogo y a la conversación; ya sea para filosofar en parques, cafés y cantinas, o para, sencillamente, sentir el gusto de saborear las palabras.

Así somos, y ya es muy tarde para que seamos de otra manera. En este planeta globalizado por las tecnologías de la comunicación nadie abraza el síndrome de Robinson Crusoe, ni se le ocurre.

Nos gusta la calle, mucho, muchísimo, sobre todo si algo inusual acontece. En medio de la calle conversamos desafiando automóviles, bicitaxis y hasta camiones de carga. Y si un frenazo estridente nos taladra el oído, nos agolpamos en la esquina para averiguar si fue solo un frenazo o un accidente de mayores consecuencias.

Si cae un rayo en la cuadra y derriba un árbol, nos levantamos de la mesa de dominó para decir luego que los árboles de la cuadra fueron arrasados por un rayo que casi nos fulmina. A veces, incluso, preferimos la calle que las aceras, sobre todo en sitios populosos como Centro Habana, Santa Clara o Santiago de Cuba; donde las aceras no son pistas aplanadas sobre las cuales poder patinar como por una lámina compacta de cemento.

Somos curiosos, con la sana curiosidad del que necesita estar al día para que nadie le haga el cuento. Pero también sabemos ser educados y discretos, y no revelamos lo que pueda dañar a nuestros congéneres. Pero sí, nos gusta saber y contar lo que sabemos con una pizca graciosa de exageración: la sal que fija el sabor de lo que contamos.

Yo no sé si el cubano, y en esto desde luego incluyo a la cubana, es más gregario que otros pueblos del continente. Pero si no lo es, lo disimula muy bien y con gran desenfado.

Así somos, y eso lo vio como nadie Fernando Ortiz, cuando con su mirada de profundo calado definió nuestra idiosincrasia como un ajiaco; ese caldo donde ingredientes hispanos, africanos y asiáticos, entre otros, se cuecen borboteantemente para ofrecerle a cada generación un renovado y suculento manjar: los factores humanos de la cubanidad, que no son otra cosa que una aproximación a eso que llamamos identidad, un espejo cóncavo y polisémico ante el que estamos en el deber de mirarnos a diario. Al menos, y de eso sí estoy convencido, flemáticos no somos, gracias a Dios: somos criollos a rabiar. Pero ahora mismo estamos mostrándole al mundo cuán diversa y profunda es nuestra condición de seres sociales, capaces de romper esquemas y remontar las más altas cumbres del sacrificio y el deber.

Una vez más este pueblo se crece en una mutación progresiva de su carácter. Los que han perdido en la lucha por la existencia han desaparecido. Nosotros no pertenecemos a esa especie; lo demostramos en la Sierra Maestra, en Girón, en la Crisis de Octubre, en el periodo especial y ahora, hoy, frente a una pandemia feroz que no nos puede amedrentar.

De estirpes nacen otras estirpes que alcanzan mayor perfección gracias a que la naturaleza es cambiante, y nosotros somos herederos de una estirpe que nos enseñó a perder el miedo, y a comportarnos con la serenidad de un mambí cuando la tierra que pisamos se nos mueve. Sí, extrañamos en estos días a los seres queridos, familiares de sangre o de adopción, a los amigos cercanos, y también a los que están lejos y solo vemos por WhatsApp.

Nos hablamos por teléfono y no escatimamos el abrazo virtual. Hemos descubierto que crecemos por día, y que la condición del espíritu no es estática, sino expansiva y cálida.

De pronto somos otros también, más reflexivos, más disciplinados y más acostumbrados a compartir la soledad con nuestra sombra en la pared. Estamos rescatando el tiempo perdido, no el de Marcel Proust sino el nuestro, el que nos robó el quehacer cotidiano, la vida de oficina o las noches de aventuras sigilosas.

Estamos leyendo, releyendo, oyendo la música que se nos había olvidado, aquella que tanto significó en nuestra juventud. Rescatamos también del olvido los filmes antológicos que nos dieron brío y madurez. Y las canciones, ¡ah!, las canciones con las que amamos en las horas de amor y de dicha, las únicas que vale la pena guardar. Estamos luchando contra lo más romo de nuestra materia para alimentar la espiritualidad a que nos convocó en su poesía José Martí. Con muchas manos estamos empujando un país, el que queremos, el que nos legaron Carlos Manuel de Céspedes, José Martí y Fidel.

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Sonia dijo:

1

30 de abril de 2020

07:27:27


Gracias por su artículo, muy criollo y por tanto muy bien saborizado, lo podemos saborear. Son letras también para meditar y ser mejores.

Ulises dijo:

2

30 de abril de 2020

14:46:19


Gracias Maestro, ésto es más que un magnifico articulo, usted nos llena de energías vitales de Cubanía.

Dionisia.rodriguez González dijo:

3

1 de mayo de 2020

06:56:54


Felicidades. Me encantó su reflexión. Estamos viviendo momentos terribles de pandemia y agresiones antiimperialista contra nosotros los cubanos pero no nos rendimos. Somos y seguiremos luchando sin casarnos asta la victoria siempre