
Normas no escritas de convivencia social han superado la prueba del tiempo, como manera de regular y mediar las relaciones entre los seres humanos en ese ámbito peculiar, íntimo y no menos «folclórico» que los cubanos llamamos el barrio.
Es allí donde fluye la existencia misma, el palpitar de una ciudad en medio de alegrías y sinsabores, de retos y contratiempos que mantienen en vilo a las neuronas en la búsqueda incesante de respuestas a las emboscadas que depara la vida.
Esa forma de ser del «criollo» –comunicativo, sensible, solidario y servicial, entre otras muchas cualidades– no puede, sin embargo, confundirse con la exaltación de actitudes ajenas a una manera de convivir civilizada y respetuosa.
Se trata de pequeños «descuidos» provocados por la desidia, la ignorancia y la desconsideración de las más elementales reglas de urbanidad en el entorno cotidiano, que socavan principios y valores enraizados hace mucho en la sociedad.
De qué otra manera puede llamársele cuando una persona barre el frente de su casa y lanza los desperdicios hacia el centro de la calle, como si ese segmento de vía no fuera también parte misma del hábitat común del vecindario.
Lo mismo podría decirse de aquellos que mantienen los patios enyerbados y llenos de objetos inservibles, los recipientes con agua destapados o ni siquiera cierran las casas el tiempo prudencial para que la fumigación surta efecto.
Nada justifica tampoco a los ciudadanos que lanzan a las márgenes de los ríos y arroyos todo tipo de basura y escombros, mientras otros destruyen con su mal proceder los contenedores ubicados en los barrios para garantizar la recogida de desechos.
O a quienes creen poseer una verdadera «discoteca» en su hogar y en clara ostentación de colosales decibeles atormentan a familias trabajadoras hasta bien entrada la madrugada con una música estridente, tediosa y chabacana.
Son estos, apenas, varios ejemplos tomados al azar de conductas de total irrespeto al derecho ajeno, una especie de «hago lo que me venga en gana», no pocas veces ante la mirada indiferente, la postura impasible y la complicidad de algunos.
Pareciera como si tan censurables incidentes fueran sucesos normales y cotidianos a los que hay que acostumbrarse de manera irremediable, cual «gracias» de sujetos a los que hay que aplaudir por su comportamiento ofensivo e irreverente.
¿Dónde queda entonces la responsabilidad ciudadana, esa que nos dice que así como exigimos nuestros derechos, debemos calibrar y comprender que existen deberes y obligaciones a cumplir en el seno familiar, comunitario y de la sociedad en su conjunto?
Tales asuntos no pueden hacer mutis justo cuando concluyó recientemente en los barrios y comunidades el segundo proceso de rendición de cuenta del delegado a sus electores, correspondiente al XVII periodo de mandato de los órganos locales del Poder Popular.
Ese es el escenario ideal para, en la intimidad del vecindario, denunciar las cosas que no andan bien, pero, y sobre todo, definir qué hacer por cada una de las familias para dar solución a aquellos asuntos que no dependen de recursos y sí de mucha voluntad.
Lejos de culpar a otros de todo lo que sucede en el entorno inmediato es preciso, primero, mirarse hacia dentro, asumir una posición constructiva y pasar a ser actores directos del cambio, a sabiendas de que los problemas no se resuelven por sí solos.
Se impone, por tanto, consolidar el equilibrio necesario entre el actuar institucional y el desempeño individual en pos de una convivencia, donde el respeto, la tolerancia y la armonía sean la base del desarrollo y del bienestar social.



















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Omar Medina dijo:
1
7 de diciembre de 2019
03:13:46
Omar Medina dijo:
2
7 de diciembre de 2019
08:47:08
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