Que la Constitución y la historia entrelacen su curso, y que cada conquista o proyecto consagrado en la una sirva acaso de homenaje a la otra, es, probablemente, la lección más exacta de coherencia. Y así se construyen los símbolos, sin más arcilla que la lealtad a lo vivido y la certeza de defenderlo.
La nueva Carta Magna cubana, además de cincelar en su letra y espíritu la Cuba que somos y la que debemos ser a fuerza de mucho empeño, se ha hecho acompañar de fechas sublimes, de esas que, por extraordinarias, definen a los pueblos.
Ningún momento trascendente en torno a la Ley de Leyes ha obviado las memorias mejor preservadas de esta tierra, desde su consulta hasta su aprobación; desde su proclamación hasta su cumplimiento.
El 10 de octubre es una de esas fechas sagradas. Día de alumbramiento, día en que a la Patria le nació un Padre, con todos los atavíos que lleva un título de esa naturaleza, y le nació una Revolución, la única. Y si 151 años atrás Cuba despertó con un grito emancipador y se dio al inicio, poco más de un siglo y medio después se apresta a otro comienzo, el de una estructura novedosa de su Estado.
Comparar el calado o la magnitud de los acontecimientos, hijos genuinos de sus respectivas épocas, podría resultar poco feliz, casi desnaturalizado. Lo valedero está en reconocer en el hoy aquella vocación transformadora, totalmente intacta en los nuevos tiempos; está en percibir cómo un país se sigue refundando sobre sus cimientos y se aferra a ellos; está en valorar el repaso aleccionador de la historia para seguir.
Porque a ella, a la historia, desde miradas contemporáneas, siempre se ha de volver. Y la nueva Constitución lo logra.
Su consulta popular, aquel ejercicio auténtico de participación ciudadana, que movilizó a Cuba toda, a los de adentro y a los de afuera, comenzó un 13 agosto. Fue un tributo a Fidel, un regalo de cumpleaños. Y qué mejor regalo que un país construyéndose colectivamente, escuchándose con tolerancia sin igual.
Ese es el modo en que los pueblos consiguen salvaguardar el legado de sus líderes.
El Referendo Constitucional, que devino aprobación mayoritaria de la Carta Magna en las urnas, aconteció un 24 de febrero, el de 2019, 124 años después de aquel reinicio de la contienda libertaria. A los muertos de entonces, los de antes y después, la ofrenda de un pueblo que apoya, ratifica y confía; que cuestiona y cree; que defiende y resiste la brutal embestida del imperialismo estadounidense contra su soberanía e independencia nacionales.
La Proclamación fue otra «coincidencia histórica», de esas sui géneris, de esas que se despojan en un abrir y cerrar de ojos de todo halo casual, porque hablan de continuidad y colocan a un país frente a su largo bregar emancipador. El 10 de abril de 2019 dejó de ser coincidencia para convertirse en divisa, una que comenzó a diseñarse desde otro abril, 150 años atrás, cuando Guáimaro alumbró la primera Constitución revolucionaria.
La jornada de hoy, que tiene su brújula en la Constitución, sigue siendo fiel a las alianzas históricas. Y nada, absolutamente nada, en materia de envergadura, resulta menor. La elección del Presidente, Vicepresidente y Secretario de la Asamblea Nacional del Poder Popular, de los demás miembros del Consejo de Estado; así como del Presidente y Vicepresidente de la República, nos ubica en un peldaño superior de la institucionalidad y expresa el cumplimiento democrático y consecuente de la Ley Suprema.
La historia que enaltece cala, delinea el rumbo, hasta de las Constituciones, porque la historia en Cuba es raíz y futuro de la nación.
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