Granma.–Oscar Miranda dice que tendrá una historia cuando tenga un final, que no lo tiene aún, que la suya no da para historia todavía.
Piensa que en 23 años han sido más piedras que esperanzas, que si la investigación que encabezó hubiera «cuajado», habría algo interesante para contar: el relato de esa especie de yogurt «que no es yogur, caramba, aunque se parezca en lo viscoso».
Cree que la bebida derivada del suero de la leche, una bebida fermentada probiótica que él y otros cinco especialistas lograron biotecnológicamente en 1996, habría dado en su momento un buen reportaje: la historia del Miragurt (mitad Miranda, mitad yogur, «por eso de la viscosidad, repito»); pero que él no, que él lo único que ha hecho es perseverar, insistir, no rendirse, incluso caer mal.
Al «invento» le hicieron poco caso en 22 almanaques, para no decir ninguno, y hoy cuando hay luces por fin, prefiere que las fotos sean las del yogurcito, que su satisfacción es ver que lo produzcan y lo vendan, que él no.
Oscar no sabe que a la gente le interesa más la historia de la gente, sobre todo si su relato de vida es el drama de la tenacidad, del no cansarse, del saltar, del salir de abajo de las piedras que muchos acomodaron cortésmente sobre su idea y empeño, pretextando las carencias, los equipos, los ingredientes, el «no momento».
La perseverancia –parece que no lo sabe Oscar– es el mejor argumento de su historia.
***
No tiene hermanos y atiende solo a la mamá. Sus 64 años nada más conocen el techo de la casa de El Dorado, un montecito alejado una veintena de kilómetros al suroeste de Bayamo, pero a apenas cinco de lo que es hoy la Universidad de Granma.
Adolescente, desde el patio doméstico veía los grandes edificios del entonces Instituto de Ciencias Agropecuarias (Iscab), y ya en edad, conquistó dentro de ellos la ingeniería pecuaria que lo titula.
Graduado en el 80, salió a poner en servicio los saberes, que orientó hacia la nutrición animal: dos años primero en el laboreo práctico de una empresa ganadera en Jiguaní, luego más de 30 en el ambiente experimental de un centro de ciencias distinguido, más cerca de la casa: el Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov.
Entre los estudios relevantes que destacan su nombre están el uso de subproductos agroindustriales en la ceba ovina, porcina, avícola y cunícola; la caracterización físico-química de ensilados de pescado con ácido sulfúrico comercial (que le valió la maestría); el empleo de la harina de caña proteica para animales; de la harina de morera para conejos, y la crianza de gallinas semirrústicas con piensos locales.
Sin embargo, desde que lo concibió, siendo parte de un equipo de autores, tiene al Miragurt como hijo pródigo que ha defendido con tesón; quizá no tanto ya por el aporte científico que representa, sino por la bronca larga que ha peleado, contra vientos y demonios, para sacarlo definitivamente de la probeta a la industria.
«Nació de la necesidad de no quedarnos sin un proyecto. Era 1993, puede imaginarse, y entre seis personas, tres investigadores del Dimitrov y tres especialistas de Lácteos Bayamo, nos dedicamos a crear un procedimiento que enriqueciera el suero que queda como último producto del ciclo industrial de la leche.
«El destino sería el Porcino. Son miles de litros diarios que resultan del proceso, después de sacar el queso. La mayoría se vende tal como sale a productores individuales y a la propia empresa porcina, y la idea era ofrecer un mejor alimento animal.
«Lo logramos y comenzó a elaborarse. Las primeras cantidades llegaron a las granjas, pero Porcino no pagó y el contrato se canceló.
«Con la cancelación tendríamos que irnos también. Para responder a la cuestión de cómo permanecer con otro proyecto, se me ocurre dar un paso superior, llevar el suero a una bebida humana, enriquecida mediante un proceso biotecnológico parecido al del yogur, con bacterias acidolácticas y un estabilizador que le dieran textura viscosa.
«Con el suero se hace una bebida ligera llamada Lactofré, que es básicamente pasteurizarlo, endulzarlo y dar sabor y color, pero la apuesta nuestra era mayor. Optamos por la maicena como estabilizador, que se produce en Cuba y, regulando la fórmula, una y otra vez, logramos la primera versión del Miragurt».
Oscar pasa su mano por la cabeza a la pregunta del reportero: «¿Y entonces…?».
–Entonces empezó la odisea de 22 años, primero para reconocer la factibilidad y eficacia nutritiva del producto; luego, conseguir los registros necesarios; después, que decidieran fabricarlo.
Todo el que lo probó, afirma Oscar, quedó prendado de lo sabroso y factible. Hombre de ciencia al fin, llevó los estudios hasta los límites que le permitieron su capacidad de gestión. Validó sus magníficas propiedades como bebida probiótica, a la altura de otras similares fabricadas en el mundo: antidiarreico, coadyuvante en el tratamiento de gastritis, colitis, contra el estreñimiento, estimulante del peristaltismo intestinal, combate bacterias como escherichia coli, salmonella typhi, helicobacter pylori, la ameba, protege la flora estomacal e influye directamente en la inmunología celular.
«La primera respuesta de resistencia apeló a la carencia del estabilizador (maicena) y el déficit de equipamiento. Como en papel carbón, se fue repitiendo por años, y solo se producía un poquito cuando alguien con facultades decisoras lo probaba. Nunca pasó las dos o tres toneladas, aun cuando en 2003 se registró la marca del Miragurt como bebida aromatizada.
«¿La verdad? Me dejaron completamente solo, tanto en la gestión de todos los registros como en el interés de llevarlo a la industria. No tenía que ser así. Hay un centro de ciencias que me representa, la marca es su propiedad y, sin embargo, se conformó con la inercia de quienes podían producirlo.
«Estos últimos, específicamente la Empresa de Productos Lácteos Bayamo, mantuvo año tras año la misma respuesta, y que el equipamiento comprometía las líneas del yogur. La tecnología ideal requiere solo de un tanque fermentador y otro disolutor, ambos de doble pared con agitador, de capacidad mínima de 800 litros. En el combinado existe uno, donde se hacen todos los procesos y demora, pero es básicamente lo mismo.
«En 2012 Labiofam se embulló con el surtido. Se comprometió a montar una línea, pero todo quedó en proyecto, hasta que hace un par de años el primer secretario del Partido en la provincia, unido a la voluntad de la nueva dirección del Lácteo, desempolvaron la idea.
«La suerte quiso que en la primera visita de Gobierno a Granma, en junio de 2018, el Presidente probara y supiera las posibilidades del Miragurt. Con el optimismo contagioso que lo caracteriza, preguntó sobre lo necesario para iniciar la producción, y de entonces acá, van más de cien toneladas fabricadas».
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Hoy a Oscar lo ocupan otra vez las horas en el laboratorio y en las líneas del Lácteo. Se empeña en cómo incorporar al Miragurt las esencias naturales de frutas, para añadirle valores de cara al turismo. De igual modo, ensaya con un estabilizador de helados para evitar que en los envases estáticos se separen los sólidos y el agua, algo que en la bolsa plástica no pasa «porque el meneo lo mantiene constantemente en su salsa», dice campechano.
Por lo pronto, en los mercados donde se ha vendido, el Miragurt «no dura un round», gusta verdaderamente y es el criterio de muchísimas personas encuestadas, no precisamente por Oscar. Otras provincias lo incorporaron en sus industrias y la respuesta es igual de alentadora.
Aun así, Miranda no quiere que el entusiasmo productivo anule las otras gestiones pendientes. Todavía lucha con los papeles necesarios, certificados, registros, patentes... Ya no piensa en lo que pudo resolver esa bebida en el periodo más duro: «He decidido mirar con nuevas ganas el futuro, ahora que hay una luz más clara en el horizonte, que reconozco mi empeño en esas aspiraciones que habla el Presidente en sus discursos sobre desempolvar innovaciones, propulsar la industria nacional, diversificar los surtidos, más si tienen que ver con la alimentación».
Dice que su sueño sigue siendo el mismo, que lo sentirá realizado cuando su Miragurt esté siempre en el mercado nacional, que no le falte a los niños en el hospital, que complemente las meriendas escolares, que sea accesible a todos los que padecen las tantas enfermedades que combate; en fin, que sirva para lo que se concibió.
Quiere que ese sueño cumplido sea entonces el final de cualquier reportaje, sobre el producto, insiste, que no él, no su nombre. Bastante le molesta que le hayan confundido su obstinación con el deseo de un protagonismo vacío, sin saber que su cita preferida es esa de Edison que recita de memoria: «Si uno se dedica a un trabajo que hace feliz a la gente y llega a comprender lo que ello significa, puede conocer la felicidad. Ese resultado merece cualquier esfuerzo».
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Carmen Gálvez Velázquez dijo:
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Aram Joao Mestre León dijo:
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