Luego de dos días de combate en aquel infierno de cuartel ruidoso y maloliente, sin condiciones para atender a los heridos ni tiempo para enterrar a los muertos, el teniente Reinaldo Pérez Valencia no solo decidió sacar bandera blanca y rendirse frente al asedio obstinado de los hombres del Che Guevara, sino también pasarse a las tropas rebeldes y terminar la guerra ayudando a derrotar la misma dictadura que había representado hasta el 18 de diciembre de 1958.
Cuando estuvo frente al Che, el militar quedó definitivamente impresionado por la personalidad del extranjero que dos días antes le había propuesto –vía telefónica desde el central Santa Isabel– que entregara la plaza para evitar un enfrentamiento inútil; que ahora ordenaba a sus médicos atender primero a los heridos del bando enemigo y que «trataba a los vencidos como hermanos a los que se les rectifica por haber cometido un error», según reconocería tiempo después el oficial de 32 años.
Con 150 hombres bien armados y con abundante parque, Pérez Valencia estableció una defensa que incluía el cuartel, el centro telefónico, el teatro Baroja y el hotel Florida, con la esperanza además de recibir refuerzos de la cercana ciudad de Santa Clara, principal centro militar y capital administrativa de la entonces provincia de Las Villas.
La ayuda para los sitiados no llegaría nunca por tierra, pero sí mediante el apoyo de la aviación enemiga que, desde la mañana del 17 y guiada por las fuerzas del ejército que resistían en el cuartel, comenzó a castigar las posiciones de los asaltantes y provocó numerosas víctimas civiles, incluidos dos niños.
Con inferior armamento y una estresante escasez de municiones, los revolucionarios pelearon a veces a 30 metros de las defensas enemigas, lo que provocó la pérdida de algunos hombres, heridas a los capitanes Joel Iglesias y Manuel Hernández, dos de los mejores jefes con que contaba el Che, y estuvo a punto de costarle la vida a Roberto Rodríguez, quien en ese combate estrenaba su legendario pelotón suicida.
Comprobado que el mando enemigo no enviaría más refuerzo a los sitiados, en la mañana del 18 el Che levantó las emboscadas situadas en las carreteras de acceso al pueblo y lanzó a todos sus hombres sobre el cuartel, que pasadas las cuatro de la tarde dejó de resistir y se entregó a las fuerzas revolucionarias, una victoria que convertía a la localidad en la primera cabecera municipal de la antigua provincia de Las Villas en manos del Ejército Rebelde.
Fomento aportaba un botín nada despreciable –dos jeeps, tres camiones, un mortero, una ametralladora calibre 30, 138 fusiles y ametralladoras ligeras y 9 000 balas de diverso calibre–, sin embargo, más que lo meramente cuantitativo, el mayor premio radicaba en que después de aquella acción los guerrilleros pasarían a una ofensiva sin pausa y nunca más sentirían la necesidad de regresar a buscar refugio en las profundidades de la sierra.



















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