ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
«Vimos la muerte a la cara, pero nos cogería combatiendo…Vencimos», cuenta Fidencio. Foto: Dilbert Reyes Rodríguez

BAYAMO, Granma.–«Lo mejor, lo más grande que tiene es el corazón», dice Belkis, la esposa, y en las lágrimas que saltan de sus ojos hay una historia larga de desvelos por él, de 44 años a su lado, del desasosiego hondo como un pozo cuando no supo nada en nueve meses, y lo imaginó sin vida, allá en Angola.

«Lo tiene grande de verdad», repite, porque quiere mostrarnos al Fidencio que es cabeza de una familia gigantesca, de ocho hijos, de 14 nietos, que es padre hasta de sus hermanos, aunque haya sido el penúltimo de ocho. Que es tierno, que nunca ha alzado la voz delante de ella ni ha dicho bajo el techo del hogar una palabra grosera, ni admite que la digan…

Pero Fidencio no tiene el corazón un centímetro más grande que el del resto. Lo dice la cicatriz del plomo que le partió el pecho por la izquierda, pasando a un dedo del músculo cardíaco, recorriéndolo por dentro hasta alojarse para siempre entre la columna y un riñón. Si fuera un tilín más grande, la bala de aquel bandido apodado Jabaíto le habría despedazado el corazón.

«Lo perseguimos hasta esa loma en Quiviján, detrás del Yunque de Baracoa. Estaba cercado. Me mandan con mi escuadra a rendirlo o ultimarlo, pero el tipo era francotirador, militar de experiencia cuando Batista. Atrincherado en un tronco, más alto que nosotros, mató a dos compañeros e hirió a tres, a poquísimos metros. No podíamos verlo desde el yerbazal. Tiré dos o tres ráfagas cortas contra el tronco, pero un solo disparo de él me tumbó».

Llevado casi muerto a Baracoa, fue operado por Octavio de la Concepción de la Pedraja, el cirujano que murió con el Che en Bolivia. Nadie lo aseguraba.

No tiene el corazón físicamente grande, sin embargo, su bondad puede envolverlo. Siempre quiso y cuidó a sus soldados como a hijos. Por eso Mario Revé –«un negrón gigantesco, subordinado mío, de manos grandes que le colgaban por las rodillas»– corrió hacia el asesino ciego de rabia, al saber que había herido a Fidencio. Fue la última persona que vieron los ojos del bandido.

ORIGEN

Mucha gente en Cuba cree que se llama Peraza. Fidencio González es el nombre, Peraza el segundo apellido, y es coronel.

Nació en 1939, en San Esteban, una comarca rural cerca de Bayamo. Duda si llamar campesinos a sus padres, «porque la tierra que trabajaban no era de ellos, más bien obreros agrícolas. El techo de la casa era de guano, y las paredes y la puerta. No sabíamos qué era una colchoneta ni un juego de taburetes buenos. La casa no tenía ventanas. Yo no tenía zapatos. A los ocho años me puse unos por primera vez.

«Dejé la escuela en el segundo grado para irme a los campos con mi padre, a los 11. En una ocasión fui el más joven de un grupo de 23 hombres que contrató un fulano para irnos por el país, haciendo lo que fuera. Llegué hasta Santa Clara, cortando caña, segando arroz, por un medio al día.

«De vuelta retorné a la caña y a hacer carbón. Fui muy bueno haciendo carbón. Lo alternaba con irme a limpiar zapatos a Bayamo. A veces no sabía si los dedos negros eran de la pasta o del carbón. No me importaba. La cosa es que regresaba a casa con algunos kilos, para ayudar a José y a Indalecia, mis padres. Con la mocha hice ocho zafras. Era un poco pesada y grande para mi edad, pero la dominaba. Sería que como mi abuelo fue mambí, tenía sangre para el machete…

«Luego pesqué empleo en el comercio, de dependiente, y me hice fuerte ahí, muy bueno. Envolvía rápido, de cuatro formas distintas, y hacía un paquete con un papel sin nada adentro, que la gente quedaba impresionada».

AL TRIUNFO

«A mitad del ‘59 me integré a las milicias campesinas. Cuidábamos las escuelas, los centros más importantes, y ya estaba en las otras milicias cuando Girón. Dos meses después, en junio, entré definitivamente a las Fuerzas Armadas.

«Ya era jefe de pelotón cuando la Crisis de Octubre, y sargento en el 64, al iniciarme en la lucha contra bandidos, por la región de Baracoa. Fue ese año cuando el tal Jabaíto casi me mata. Valga el médico, y la sangre que me donaron el negro Revé y otros compañeros; 26 puntos la operación. Mira la cicatriz…».

Parece que Peraza tiene los recuerdos anotados en la viga sobre la puerta. Alza los ojos allá, como quien rebusca en un baúl. «Con la venda en el abdomen, por tres puntos infectados, pedí participar en la caza del traidor Gutiérrez Menoyo. Me encargaron una compañía, para velar la playa de Río Miel».

Y así cuenta otros dos, tres episodios, la caza de otro bandido, Yarey, la cueva en que encontró, con cinco de sus hombres, un fusil y 1 200 municiones.

«Fueron diez años en esa guerra».

Después la escuela de oficiales en Matanzas, Mangos de Baraguá, Bayamo, los grados que se sumaban sobre los hombros, crecimiento…

Tenía charreteras de mayor cuando lo enviaron a su primera misión en Angola, entre el 76 y el 77, «como instructor en una escuela integral para formar los soldados angolanos que irían al frente de combate en la guerra que empezaba.

«Pasó ese año y dos meses, volví a Cuba, y en junio de 1981 volaba otra vez a Angola, con una estrella más sobre el hombro, y la responsabilidad de Asesor de Operaciones en Luena. En ese cargo fui a la comunidad de Cangamba varias veces, pero en una ocasión pasé el segundo aprieto más grande de mi vida.

«A 4 000 pies de altura le metieron un cohetazo al avión. Ardimos diez minutos en el aire. El fuego se extinguió, y envueltos en humo, con un fallo en los motores, logramos aterrizar por un pelito, porque el tren tampoco funcionaba y hubo que sacarlo a mano».

Poquito tiempo después sería emplazado en Cangamba, como jefe del grupo de asesores cubanos ante la 32 Brigada Fapla, y allí, al cabo de un año y medio, entendió que el episodio del avión y aquel sitio, no fueron sino el presagio de los días más infernales de su vida.

RESISTENCIA

Cangamba es una historia conocida, el capítulo más caro que consagró el apellido de Peraza en el retablo de los héroes cubanos.

«Es un precio muy alto, de dolor, de muerte. Yo hubiera preferido pasar anónimo, como el campesino en una punta de yuca, por tal de no tener los recuerdos duros de los compañeros muertos, bajo mi mando. Por mí no tanto. Soy un militar. Por esa parte considero un gran honor haber tenido la oportunidad de defender, con la solidaridad, el nombre de la patria».

Y narra, porque se le procuran, los detalles muchas veces contados. Del año y medio relativamente tranquilo en aquella tierra remota, de clases preparatorias, de incursiones ofensivas sobre focos enemigos, de los 82 cubanos que había y los más de 800 angolanos, de cuando en abril de 1983 Savimbi empezó a concentrar tropas en la zona y comenzaron aislados asaltos de artillería y mortero sobre el pueblito, dos veces a la semana.

Cuenta Peraza cómo, ante las evidencias claras de un ataque próximo, inició una actividad intensa de fortificaciones, redes de trincheras, 22 refugios construidos bajo tierra, antes, mucho antes de que los de la Unita desataran, desde el 1ro. de junio, de cuatro a siete bombardeos diarios, y bloquearan por aire y tierra cualquier abastecimiento, pero que no hubo un solo muerto gracias a las protecciones ingenieras.

Una sombra le oscurece la mirada y el ceño se le arruga cuando llega al 2 de agosto. «Yo había terminado la misión 29 días atrás. Debía estar de regreso, quizá ya en Cuba. Pero la cosa estaba muy fea y me quedé. El avión en que no quise montar no pudo despegar, y al final de la pista lo alcanzó un morterazo. Retomé el mando de la zona y de la situación. Lo que empezó fue un infierno».

Y una vez arrastrado por el torrente del recuerdo, cuenta todo lo que admite el concilio entre la saciedad del detalle y los permisos de la memoria.

Hora tras hora, deshoja el relato terrible de ocho días bajo bombas constantes, el cálculo de 4 000 enemigos empujándolos al centro de las trincheras, el sorbo de agua, las dos latas de leche y 14 mandarinas por cada 36 combatientes, los atacantes a la vista de 20 metros, los soldados suyos, cayendo…
Y a él que lo coge una racha de morteros, y tiene que esconderse en el refugio que destinó a sus caídos: 20 minutos desgarradores de él solo con ellos, martillándose una culpa que no tiene, pero siente: ¡Caramba, soy el jefe!

Y sale a disparar desde el puesto de mando, aunque lo aguantan. El logístico, su amigo, yace atravesado en la trinchera, y el debe franquearlo, a rastras, apoyando con cuidado la bota sobre el hombro. Una lágrima enjuaga la visión que por el hambre le duplica el tamaño de las cosas. Un enemigo tras una pared –¡desgraciado!–. Lo aniquila, antes que una granada explote cerca y lo aturda.

«Vimos la muerte a la cara, pero nos cogería combatiendo… Vencimos».

FELIZ

El coronel tiene hoy las dos piernas operadas. Pasa el día en el huerto inmenso de su casa. Ahora siembra unos cangres de yuca, descansa un rato en el sillón bajo la sombra del mango, al centro de la estancia, y vuelve otro tiempo más a alimentar las gallinas, a regar los frutales, a plantar cualquier árbol: «Esto es lo mío. Belkis dice que fui un militar equivoca’o, que siempre fui un campesino».

–¿Y la estrella dorada? ¿Y la orden que usted recibió de la mano de Fidel?

–¿Eh? Ah, sí, claro. Están guardadas. No son para traerlas cuando uno anda siempre así, todo suda’o.

Peraza afirma que tiene un título más grande, que se lo hizo ver Fidel cuando al lado de la Orden al Valor Antonio Maceo, le colgó en el pecho la insignia de Héroe de la República de Cuba.

«¡Tú tienes que ser un hombre feliz!», me dijo, apretándome los hombros.

«Caramba… y eso es verdad. Yo soy un guajiro feliz».

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Yiliam Huerta Recio dijo:

1

13 de abril de 2018

09:05:29


Cuando llamamos roble a un ser humano podemos decir fidencio.No lo conosco pero si me tocaria vivir su vida de seguro no lo lograria, eres digno de admirar.

socorro dijo:

2

13 de abril de 2018

10:01:30


Gracias por esta hermosa entrevista periodista me conmovio

Rene Ortega dijo:

3

13 de abril de 2018

10:28:04


Tengo el honor de conocer a este gran hombre. Es poco lo que se diga de sus grandes virtudes y valor. Se ha ganado el cariño y el respeto de todos. Deseo que continue con mucha salud.

Xiomara Pompa dijo:

4

13 de abril de 2018

13:19:57


Maravillosa entrevista Dilbert, tan profesional como siempre, conozco a este gran hombre en lo personal y es impresionante lo que hizo como militar y lo que hace en la actualidad como campesino.