VILLA CLARA.–La Huelga Revolucionaria del 9 de abril de 1958 constituye, por derecho propio, uno de los episodios más gloriosos de la Historia de Cuba. Aquel día, miles de jóvenes en todo el país respondieron al llamado del M-26-7 y se lanzaron a la calle para intentar derrocar a la oprobiosa dictadura de Fulgencio Batista.
Por diversas razones, la acción resultó un fracaso y terminó con la pérdida de la vida de muchos cubanos que derramaron su sangre en aras de la ansiada libertad. Mas, como afirmara el Comandante en Jefe Fidel Castro al valorar los acontecimientos, la derrota contribuyó a acelerar el triunfo, que llegaría apenas ocho meses después, el 1ro. de enero de 1959, porque, además del ejemplo que dejaran tantas manifestaciones de heroísmo, sirvió de experiencia para enrumbar mejor la lucha contra el tirano y unificar el mando revolucionario.
Una muestra del optimismo de Fidel y su fe inquebrantable en la victoria fue la carta que por aquellos días le escribió a los combatientes clandestinos de la capital, en la cual les expresaba: «Tengo la más firme esperanza de que en menos de lo que muchos son capaces de imaginar, habremos convertido la derrota en victoria».
La lección de aquellos hechos sirvió para erradicar los errores de apreciación y de subvaloración de la capacidad de que aún disponía el dictador Batista para enfrentar las fuerzas revolucionarias. En histórica reunión celebrada el 3 de mayo de ese año en Altos de Mompié, en plena Sierra Maestra, hubo un importante momento de reflexión y diálogo entre los revolucionarios en aras de la necesaria unidad.
Ante el imperativo de reestructurar el Movimiento 26 de Julio en el llano, Fidel convocó la cita de su Dirección Nacional en la que participaron, además, Vilma, Celia, Haydée, Luis Buch, Marcelo Fernández, el dirigente sindical Ñico Torres, Enzo Infante, René Ramos Latour (Daniel, jefe de las milicias del llano), Faustino Pérez, coordinador del Movimiento en la capital, y David Salvador (luego traidor, después de 1959), jefe de la sección obrera del M-26-7. A propuesta de Daniel, también se invitó al Che.
Hubo consenso entre los participantes con respecto a establecer una dirección única, por lo que Fidel asumió como Comandante en Jefe de la Sierra y el llano y secretario general del Movimiento 26 de Julio.
Al valorar aquel encuentro, el Che lo calificó de «reunión decisiva»; escribió: «Por fin quedaban dilucidados varios problemas concretos del Movimiento […] La guerra sería conducida militar y políticamente por Fidel en su doble cargo de Comandante en Jefe de todas las fuerzas y Secretario General de la Organización. Se seguiría la línea de la Sierra, de lucha armada directa». No se relegaba la táctica de huelga general revolucionaria en las ciudades, solo que esta se realizaría cuando la situación hubiera «madurado lo suficiente para que se produjera una explosión de ese tipo», siempre que «el trabajo previo tuviera características de una preparación conveniente para un hecho de tal magnitud».

Pocos días después de la reunión de Altos de Mompié, la tiranía, envalentonada, creyó que había llegado el momento oportuno para asestar el golpe decisivo a la guerrilla de la Sierra y los vestigios del Llano. Fue así como nació la Operación Fase Final o Fin de Fidel, que movilizó a miles de soldados a la Sierra Maestra, y que culminó con la derrota total de la tiranía y la victoria de las tropas rebeldes.
SAGUA LA GRANDE, UNA PÁGINA IMBORRABLE DE HEROÍSMO
En marzo de 1958, la insurrección contra la tiranía se encontraba en un momento de auge. En la Sierra Maestra, el Ejército Rebelde crecía en el número de sus integrantes y en organización.
A inicios de ese mes se habían formado dos nuevas columnas rebeldes, que al mando de los comandantes Raúl Castro y Juan Almeida, fundaban nuevos frentes guerrilleros en la Sierra Cristal y en los alrededores de Santiago de Cuba. Asimismo, en todo el país había crecido el movimiento revolucionario en la clandestinidad y se fomentaban algunas agrupaciones armadas hacia el centro de la Isla.
Fue ese preciso momento, cuando la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio en el llano consideró que las condiciones estaban creadas para convocar a la huelga general revolucionaria en todo el país que, de ser respaldada por las milicias urbanas, determinaría el fin de la tiranía.
Aunque la jefatura del Ejército Rebelde se oponía a las acciones precipitadas en las ciudades, en aras de la unidad en la lucha contra el régimen, en una reunión nacional del Movimiento 26 de Julio efectuada en marzo de ese año en la Sierra Maestra, se determinó convocar a la huelga. En el Manifiesto aprobado se exponía:
«… por el resquebrajamiento visible de la dictadura, la maduración de la conciencia nacional y la participación beligerante de todos los sectores sociales, políticos, culturales y religiosos del país, la lucha contra Batista ha entrado en su etapa final».
Aquel día, en respuesta al llamado hubo acciones en buena parte del país, aunque sin el alcance y la sincronización esperada que permitieran provocar el colapso final de la tiranía.
Tal como se había acordado de manera previa, a las 11 de la mañana del 9 de abril de 1958, una canción de moda comenzó a escucharse de manera simultánea en varias emisoras del país: «Ricordati Marcelino, solepane y sole vino...». Tras un breve silencio, las notas iniciales del Himno Invasor preludiaron la arenga: «¡Atención, cubanos! ¡Atención! Es el 26 de Julio llamando a la Huelga General Revolucionaria. Adelante cubanos. Desde este momento comienza en toda Cuba la lucha final que solo terminará con el derrocamiento de la dictadura...».
A partir de ese instante dieron inicio las acciones. Descontando las numerosas arremetidas de los frentes guerrilleros en apoyo a la acción, que incluyeron la presencia de Camilo Cienfuegos en los llanos del Cauto, hubo hechos de mayor o menor envergadura en varias provincias.
Entre las acciones destacaron paros y sabotajes en varias terminales del transporte, la quema de gasolineras y de vehículos, el asalto a emisoras nacionales y provinciales, a la armería de La Habana Vieja, la voladura de registros de electricidad, descarrilamiento de trenes, ataques a cuarteles de la tiranía y a la cárcel de Boniato y la interrupción del tránsito en diversos sitios.
A pesar de que aquel día hubo combates y se derramó sangre cubana en casi todas partes, fue en Sagua la Grande donde por más tiempo logró tomarse el control de la ciudad.
Allí, a partir del momento en que se iniciaron las operaciones, varios grupos se dirigieron hacia diferentes puntos estratégicos y emprendieron el ataque a plantas móviles de la compañía de electricidad, las dependencias de los talleres ferroviarios donde volcaron una locomotora e inutilizaron un coche motor.
De igual manera, otros combatientes ocuparon los lugares altos de la ciudad para proteger a sus compañeros y hostilizar a las fuerzas del régimen, hasta lograr su repliegue hacia los cuarteles. También, con la cooperación popular, se obstaculizó el tránsito por las principales calles, mientras muchos jóvenes se unían a quienes luchaban en desventajosa situación.
Durante 24 horas se mantuvo la heroica resistencia de los sagüeros y la paralización de la vida local. El día 10, ante la imposibilidad de sostener el paro por más tiempo, y conocedores de que el movimiento huelguístico había sido aplastado en otros lugares de la provincia y el país, los combatientes salieron de la ciudad en búsqueda de un lugar seguro donde burlar la persecución del ejército y de la aviación del régimen.
Fue así como alcanzaron la zona de Monte Lucas, sitio en el que fueron atacados por fuerzas muy superiores y sin reales posibilidades de defensa, y en el que cayó un numeroso grupo de jóvenes.
No solo hubo fallecidos en Sagua la Grande. En La Habana, Santa Clara, Ranchuelo y otros sitios del país, cayeron decenas de jóvenes, hasta llegar a más de cien los revolucionarios inmolados en aquella jornada.
Fuente: Pasaje de la Guerra Revolucionaria, del Che; Historia regional de Villa Clara; Testimonio de Faustino Pérez; y Artículos de la prensa.
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Miguel Angel dijo:
1
9 de abril de 2018
03:40:46
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