
Sobre un mapa de la provincia de Oriente, de los que una firma gasolinera distribuye entre sus clientes como cortesía, el Comandante Raúl Castro traza su estrategia inmediata de guerra en el llano. Carece de mesa de trabajo, de luz y de un guía con experiencia y digno de confianza. Sobre sus piernas extiende trabajosamente el mapa; un compañero lo alumbra con un pequeño candil de luz brillante y un campesino, que dice conocer la zona, responde a preguntas sobre los accidentes topográficos del área comprendida en sus atrevidos planes.
Se encuentra a las puertas de Guantánamo, internado en un cafetal, y se avecina un golpe revolucionario que auguran como «definitivo», para derrocar la dictadura: la huelga del 9 de abril.
Sin embargo, a pesar de los mensajes optimistas que llegan hasta él, a través de los primeros mensajeros que establecen contactos entre los responsables del Movimiento 26 de Julio en las ciudades de Guantánamo y Santiago, y entre la Sierra Maestra y el joven Comandante, Raúl Castro se siente pesimista sobre el esperado éxito de la huelga anunciada.
Quieren hacer una huelga automática, como si apretando un botón pudiera moverse todo el engranaje –comenta Raúl Castro con sus compañeros–, dudo que los resultados sean favorables, por tal motivo hagamos nuestra parte, apoyemos la huelga y tracemos los planes inmediatos, pero sin olvidarnos de los proyectos a largo alcance –agrega.
Nuestra parte la haremos –reiteró y dibujó círculos en el mapa alrededor de Caimanera, Yateras, Soledad, Imías, Guantánamo y zonas aledañas.
Transcurría la primera semana de abril de 1958 y la lluvia era persistente y fuerte. La humedad les calaba los huesos. Andaban continuamente de un lado para otro con el doble propósito de generar algún calor en el cuerpo, y mantener despistados a los guías que no les merecían, en aquel momento, confianza alguna.
Contra la piel del pecho y los muslos llevaban el escaso parque con que contaban. Cuando por riguroso turno dormían unas pocas horas, lo hacían acostados en el suelo boca abajo, para proteger con sus cuerpos las armas y balas que portaban: la lluvia inclemente podía dañarlas.
«Cuando creíamos que íbamos a desfallecer, torturados por la humedad, tiritando de frío, con hambre –un hambre desesperada–, pensábamos en Fidel cuando con nueve hombres, porque hubo momentos que en la Sierra no fuimos doce, sino nueve solamente, hablaba con entusiasmo de la Reforma Agraria, de la justicia revolucionaria y de la libertad y dignidad plenas del hombre. Y en fin, de los triunfos bélicos que obtendríamos sobre el enemigo mucho más poderoso que nosotros, en número y armamentos», –relata Raúl Castro.
Y agrega: «En aquellos momentos difíciles que oía hablar así a Fidel, le pedí, lo único que le he pedido a mi hermano, que me enviara al frente de una columna a hacer la guerra a la tiranía en el macizo montañoso del norte de Oriente. Fui complacido. Y revivir luego en el pensamiento, y en la realidad, aquellos momentos tan duros de los inicios, que fueron vencidos por la tenacidad, la fe de Fidel nos daba una fuerza tremenda para resistir y vencer estos obstáculos que en definitiva, como aquellos, serían pasajeros».
Para el héroe de la Sierra Maestra fue una sorpresa conocer la ubicación exacta de su hermano menor y las transformaciones que había producido en la Columna 6 Frank País, que un mes antes había partido de la cordillera montañosa del sur. Ambos habían convenido en la necesidad de establecer un segundo frente de guerra en el extremo norte de la provincia oriental, pero Fidel no lo concibió en tan corto tiempo y con los pocos recursos de que disponía Raúl.
***
Fue a través del primer informe redactado por el Comandante Raúl Castro dando cuenta de sus actividades a su hermano y jefe, 40 días después de salir de la Sierra, que el Comandante supremo del Ejército Rebelde supo que las fuerzas del Movimiento 26 de Julio operaban perfectamente organizadas en un vasto territorio llano del norte, este y centro de la provincia de Oriente, al mando de su hermano. En la nota, el Comandante del II Frente Frank País solicitaba del Estado Mayor Rebelde un rápido envío de parque para hacer frente a la situación que se presentaría en días próximos, al producirse la huelga general señalada.
Consignando la necesidad del rápido envío de ese parque, también sugería Raúl la manera de hacérselo llegar cuanto antes a sus manos. Esto sería por vía aérea. Él las recibiría en un aeropuerto improvisado que inmediatamente comenzaría a preparar en Guayabal de Yateras.
En respuesta a los informes y peticiones formuladas al alto mando rebelde, Fidel Castro advertía a su hermano lo riesgoso que era el plan que acometía, pero le aseguraba ayudarle en todo lo que pudiera, a seguir adelante. Sobre el envío del avión con armas, ello quedaba supeditado a las posibilidades que hubiera en el extranjero de acondicionarlo en el tiempo preciso y si era viable, desde el punto de vista técnico, el aterrizaje en Guayabal de Yateras.
La respuesta del Movimiento 26 de Julio en el exilio tuvo que ser favorable a los planes del Comandante Raúl Castro, cuando este, sin pérdida de tiempo, comenzó a preparar la pista de aterrizaje. Con equipos ocupados a una compañía constructora, los hombres del II Frente comenzaron a nivelar el terreno donde el avión o avioneta debía bajar con el abastecimiento de armas y municiones. Con valor temerario, solo comparable con la travesía que un mes antes había hecho por la carretera Central, limpiaron una sabana y rellenaron los accidentes del terreno durante tres noches y tres días consecutivos.
Luego aguardaron, impacientes, dos noches más la llegada del avión procedente de Miami.
La presencia del aparato en la improvisada pista significaba, en aquellos momentos, la única salvación de la maltrecha tropa de Raúl Castro, que apenas alcanzaba a 40 tiros por hombre. Fueron dos noches de extrema tensión y peligro que quedaron narradas para la historia en su diario de guerra así:
«Cada vez que sentíamos crujir unos motores mirábamos al espacio y automáticamente encendíamos los faroles de los jeeps que iluminaban el campito de aterrizaje. Así lo hicimos una y otra vez. Cinco o seis veces en total, cada noche. No me explico cómo no nos descubrieron con tanto encender y apagar las luces de los jeeps».
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Inútil fue la espera: el avión no llegó como no había llegado a Moa uno que esperaba Efigenio Ameijeiras, Las repetidas defraudaciones en este sentido obraron de incentivo en Raúl Castro para que después de la huelga se diera a la tarea de planear e iniciar la carrera armamentista del II Frente Frank País, por su propio esfuerzo. El proyecto que llevó a la consideración de sus compañeros incluía la creación de la Fuerza Aérea Rebelde, para el trasiego de equipos bélicos y acciones de guerra, talleres para reparar armas y una fábrica de armamentos de todo tipo.
Para llevar adelante su plan asignó responsabilidades a sus compañeros: económicas, jurídicas, políticas, de educación, sanitarias, de relaciones exteriores, de propaganda y técnicas, sentando así las primeras bases de lo que sería dentro de poco, a su juicio, ese modelo del Estado Rebelde. «Si la guerra no termina antes» –consideró para sí.
El magnífico esquema, ejemplo de la más responsable y pura organización para un Estado Rebelde, fue guardado cuidadosamente dentro de una pequeña cartera de nailon transparente junto a otros documentos importantes, como cartas de Fidel escritas en papel chico con letras menudas, órdenes dadas a sus compañeros, claves, y el diminuto Diario, conciso y rotundo, que había comenzado a escribir días antes de partir de Tuxpan, México, en la expedición del Granma, y cuyo valor histórico no tiene precedentes.
Guardó el esquema provisionalmente, porque la acción inmediata era cumplir la misión a él encomendada en apoyo de la huelga del 9 de abril. Según los planes de la jefatura del Movimiento 26 de Julio, él debía hostigar al enemigo en varios frentes a la vez. Previamente había marcado en su mapa de campaña a Caimanera, más Soledad y Yateras. Era todo lo que podía hacerse. En el norte solo tenía escopeteros.
Cuando llegó la fecha indicada las operaciones se realizaron al pie de la letra y con éxito absoluto. Las fuerzas del II Frente desplazaron al enemigo, que huyó despavorido de aquellos territorios, donde pocas semanas después exhibirían, clavados en la tierra, los rótulos de «territorio libre».
Sin embargo, según Raúl lo había previsto, la huelga fracasó: «Como fracasan las cosas que sectariamente se organizan» –diría más tarde el joven Comandante.
En los ataques a las guarniciones enemigas antes mencionadas, los hombres al mando de Raúl Castro perdieron casi todas sus municiones. Motivo por el cual les fue imposible mantener aquellas posiciones ganadas al ejército de la tiranía en fragosos combates. De los objetivos atacados solo pudieron ocupar a Caimanera, donde se tomó abundante parque que sirvió para reabastecer al Frente. Habían hecho su parte, pero el total fracaso de la huelga del 9 de abril impidió retener las avanzadas establecidas a poquísimos kilómetros de Guantánamo –donde la huelga se mantuvo por 15 días–, Mayarí y Sagua de Tánamo.
A consecuencia de la frustrada huelga la represión en las ciudades por parte de los sicarios de la dictadura fue atroz. Los combatientes del monte no podían contar con la menor ayuda por parte de sus hermanos de los pueblos que ahora estaban más perseguidos que nunca, presos, torturados o asesinados.

Sin embargo, una valiosa ayuda llegó al II Frente Frank País: la incorporación de la columna 9 comandada por René Ramos Latour, «Daniel», que después de atacar al cuartel de Boniato, en las proximidades de Santiago de Cuba, había quedado bajo la jefatura de Belarmino Castilla, «Aníbal», y logrado una victoria rotunda en Ramón de las Yaguas, donde capturó gran efectivo bélico que fue a robustecer el precario parque del II Frente. Con la incorporación de esta columna 9 que se convirtió en la 19, Raúl Castro pudo reforzar el Norte de la provincia con más de 80 armas y parque. «O llega Aníbal, la lluvia o los casquitos» –era la disyuntiva que preocupaba al Comandante Raúl Castro en aquellos difíciles momentos. Afortunadamente llegó Aníbal con su precioso refuerzo y pudo el II Frente cerrar el círculo rebelde.
Pero a pesar de la indudable victoria que significaba cerrar el círculo, la situación no era espléndida ni mucho menos. «Estamos en una situación verdaderamente difícil», señala el Comandante Raúl Castro en su Diario. «Chivas por todas partes», agrega. Al decir «chivas», se refiere a los chivatos o delatores.
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En el Aguacate, próximo a Monte Ruz, las tropas del II Frente tuvieron que aplicar el Código Penal de la Sierra Maestra para sancionar con la pena capital a un grupo de «chivas» que descubrieron infiltrados en la columna rebelde, a la cual estuvieron a punto de conducir a una emboscada.
El plan armamentista se había aplazado a consecuencia de los actos del 9 de abril. Pero después del fracaso fue inminente su ejecución.
La primera etapa del proyecto se puso en práctica inmediatamente, en virtud de una consigna lanzada por el Comandante del II Frente y llamada «operación rescate».
Consistía en desarmar al enemigo cuerpo a cuerpo, en el monte o en las ciudades, para proveerse del equipo de guerra que llevara consigo.
Por todos los flancos de las columnas del II Frente salieron parejas suicidas a desarmar a los soldados, en las zonas de Guantánamo, Jamaica y Yateras, principalmente.
También participaron muchas mujeres, miembros del Movimiento 26 de Julio de Guantánamo, Caimanera, Mayarí y Santiago de Cuba, sobre todo.
Estas heroicas muchachas, valiéndose del más ingenuo ardid, desarmaban en plena calle a los casquitos (reclutas del Ejército de la dictadura) y corrían con las armas al monte.
«Déjame ver tu pistola», –decían al casquito en medio de una charla baladí y cuando este se la mostraba, la muchacha se la arrebataba y con un valor temerario, lo apuntaba y velozmente desaparecía.
Luego escondían las armas atadas por ellas o por sus compañeros de lucha, entre los pliegues de sus amplias y engañadoras sayuelas interiores de crinolina o algodón almidonado, atravesando las líneas enemigas, peligrosas barricadas muchas veces minadas por los propios rebeldes, se internaban en las plantaciones de café donde aguardaban su llegada las avanzadas del II Frente, a quienes las entregaban.
Cananas, granadas, suero, plasma, sulfa, pistolas y cuchillos trasegaban las muchachas entre sus ropas, carteras e incluso pegadas con esparadrapo en el vientre y los muslos. Engañadoras y batas de maternidad lo ocultaban todo.
La Operación Rescate constituyó un éxito. «Aunque no mucho, perdimos en ella a valiosos compañeros», subraya Raúl Castro cada vez que se hace mención a aquella riesgosa actividad.
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Tan pronto Raúl Castro llegó a requisar armas y parque suficientes, puso en marcha la segunda etapa del plan armamentista que concibiera a raíz de la espera inútil del avión procedente de Miami.
Con las armas capturadas a los soldados de la tiranía, rescató las posiciones que había atacado en abril y que se vio obligado a abandonar por falta de reservas. Ahora, en rápidas acciones de comando, emboscadas y escaramuzas combinadas, desplazó al ejército de aquellos puntos y los retuvo, declarándolos territorios liberados a la vez que asignaba capitanes en ellos, de acuerdo con su estilo y su práctica.
Pero ahora esos capitanes no solo tenían la responsabilidad de defender los territorios a su mando, sino también estaban en el deber de dirigir la educación, la sanidad, las obras públicas, impartir justicia, velar por la seguridad del abastecimiento y poner en práctica iniciativas que propendieran a mejorar la sociedad local, previa consulta a la Comandancia Central del II Frente.
Al contar el Comandante Raúl Castro con un margen regular de territorio libre donde podía desarrollar sus actividades con cierta amplitud, emprendió la etapa de las fabricaciones (fabricación era el nombre que daban los rebeldes a las fábricas de armas clandestinas).
Las Minas de Moa, ocupadas en rápida acción de asalto, proveyeron la dinamita necesaria para comenzar la fabricación de armas y parque. Un aserrío enclavado en territorio libre contribuyó con las soldaduras y demás herramientas. Y en una camioneta capturada en las minas se improvisó un torno y se montaron los implementos ocupados en Moa.
Gilberto Cardero fue el mecánico encargado de dirigir esta fabricación que era móvil, como la Comandancia (las columnas del II Frente para esta época que narramos eran tres, se mantenían fijas en las zonas asignadas usando patrullas de recorrido. Pero la Comandancia Central, bajo la jefatura del propio Raúl, era móvil y como tal cambiaba de sitio continuamente, ampliando y organizando el radio de acción).
Cuando estuvo funcionando la fabricación móvil, ante el júbilo exteriorizado por sus compañeros que auguraban grandes perspectivas a la fabricación de armas, Raúl les advirtió:
«No va a ser la única esta fabricación, ni es la única en estos momentos, porque a otros compañeros hemos alentado para que sus esfuerzos en este sentido tengan los éxitos esperados, y a estas horas ya están trabajando en cosas como esta. Y si la guerra demora un poco vamos a tener armas para nosotros. Y para ayudar a otros frentes que se harán, y no solamente armas; si seguimos esforzándonos, tendremos dinero en abundancia para comprar todo lo que nos haga falta para ganar esta guerra».
Después los exhortó a continuar siempre disciplinados y les explicó que «hay otras cosas importantes que debemos hacer, para haber cumplido realmente con nuestro deber en esta guerra. Nuestro objetivo único no es tumbar a Batista, sino hacer una revolución verdadera y las bases de esa revolución tenemos que sentarlas aquí, en pleno campo de batalla; no vamos a tener un momento de ocio de aquí en adelante, porque cuando no estemos peleando estaremos abriendo caminos, haciendo escuelas, ilustrando a los que no saben».



















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Miguel Angel dijo:
1
10 de marzo de 2018
08:21:15
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