Creo que no habrá nunca un modo en que perder no sea –cuando menos– una palabra sombría. El sentimiento de que se escape algo que sabes tuyo, por muy insignificante que pueda parecer, deja un sabor amargo, una impotencia… Y estos han sido, lo he visto, lo he oído repetir, días de pérdidas…
La extraña sensación lleva ahora el nombre de Irma, que a ratos en lo que se «fue» culpabiliza al mar, a la lluvia, al viento… Y se vuelve dolor entre los escombros, entre no hallarse en un lugar, en las cosas o el paisaje que no reconoces y apenas unas horas atrás era el hogar, entre la casa que ya no es más, o apenas se sostiene en un esqueleto que nos recuerda qué hemos perdido…
Porque lo más difícil de perder, es que no se trata de objetos. Cuando algo se esfuma, lo que desaparece es la historia que hay detrás, y hasta si queremos llamarle así, un poco de vida.
Y ha sido mucho. Dicen que hasta el color verde de las islas del Caribe se llevó el huracán. Maldita «desgraciá», como diría mi abuela, que ahora nos deja como color el ocre, e incluso una larga lista de impactos medioambientales que también se suman al inventario de pérdidas, que van a durar…

Pero adentro; adentro uno va pasando revista, y sabe que también va a demorar el saberse totalmente a salvo. Porque mientras azotaban los vientos y el mar se llevaba a girones paredes, techos, recuerdos, hubo quien perdió también la noción del peligro, del riesgo.
Estuvo en juego algo que va más allá de infraestructuras y ropa, y colchones, sin que ello signifique menos. Ante la irresponsabilidad de no pocos, se tambaleó el civismo, y eso es algo a lo que no se puede nadie acostumbrar, por más que se pierda. Acostumbrarnos es, como diría el poeta, una cosa oscura.
Para las pérdidas nadie se prepara, no son en la cadena de supervivencia, por más naturales, lo que se acepte fácilmente.
Y sin embargo, las mañanas traen siempre alicientes. Sabes que ahora ves desde la ventana las hojas aún quemadas de tanto que las lastimó el salitre y el aire, pero renacerán, porque la naturaleza siempre compensa.
Y la gente, la gente sabe que al despertar, luego de la tormenta, quedó lo más importante, el sentirse vivo. Y nadie dijo que recomenzar es camino llano. Las cuestas, luego del desastre, suelen ser siempre más pronunciadas.
Habrá que aferrarse a los pequeños detalles, a las esencias aún en medio de la mayor turbulencia. Es una lección que Cuba sabe, que una vez más nos sirve para levantar la cabeza y andar.



















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Pedro dijo:
1
16 de septiembre de 2017
18:43:34
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