
BAYAMO, Granma.–Las islas tropicales, dicho por el mundo entero, son sitios paradisíacos. Sin embargo, tal parece que el equilibrio natural les compensó la tanta gracia con el azote nefasto de los ciclones.
Por tanto, quiérase o no, cada generación de esta franja conocerá el embate de alguno de ellos, desde cerca o desde lejos, bajo el ojo o a sus pies, porque en el trópico los ciclones se heredan.
No obstante, si de algo sabe el cubano es de resistir y reponerse. Sobre todo después del cambio de enero de 1959, en que el pueblo importó más que cualquier riqueza, y el Flora fue la lección decisiva a costa de centenares de vidas.
Desde entonces, aprender a defenderse se convirtió en prioridad. No a enfrentarlos, porque nada detiene la furia del paso de un huracán, pero sí a resguardarse y luego reconstruir.
La huella de un huracán al amanecer siguiente es algo desolador, triste cuando se está solo apartando escombros, rescatando del agua lo que no voló, doliéndose en el recuerdo de la casa completa, no en pedazos.
Por eso en tantos años aprendimos también que lo mejor, al día siguiente, es impedir que alguien se sienta solo, haciéndole saber que la huella visible de un ciclón puede borrarse, porque un lugar arrasado, sea ciudad o pueblo de pescadores, se convierte en capital de cuanto cubano puede asistir y ayudar.
Eso se hereda también, la disposición tremenda del obrero para irse lejos de casa por un tiempo que no sabe, porque allá hubo desastre y en su patio no, o fueron leves las heridas acá, las restañó, y partió a donde duelen todavía.

Hará casi un año que Cuba rodó, voló y navegó hacia Baracoa y Maisí, y hoy desde allá viaja Guantánamo hacia el resto de Cuba, como lo hacen desde Granma, Santiago, Las Tunas, Pinar del Río, decenas de caravanas de electricistas, constructores, telecomunicadores...
A las cinco de la mañana de este miércoles, en Bayamo, Luis Manuel Santi se montó en su camión para un viaje largo rumbo a Caibarién. Tiene 62 años, «una cuenta que puedo llevar», cosa que no puede hacer con los kilómetros de cables telefónicos que han pasado por sus manos.
Es liniero de Etecsa, fundador de la entonces Empresa Integral de Comunicaciones nacida en 1976. Con tantos años de trabajo ya perdió otras cuentas.
«Ni me acuerdo en cuantos lugares dañados por los ciclones yo he estado. Siempre voy, por la experiencia, claro, pero hay algo que me invita, porque siempre pasan cosas que lo emocionan a uno, y hasta te hacen sentir orgullo.
«La gente siempre se acerca, para preguntar de dónde vienes, que eso está lejos, que gracias, muchas gracias; mire, cómase esta meriendita, o este trago de café. Y tú aunque no tengas hambre, lo aceptas, porque esperaron a que bajaras del poste... y porque te conmueve, chico».
El camión de Santi era el número diez en una caravana de 15 carros, entre grúas, barrenadoras, autos ligeros de servicio. Una fila larga que salió desde Granma a Villa Clara, «que es la provincia que nos toca restaurar a los granmenses, y hasta que no quede “entera” no viramos», dice Fofi, como lo llaman todos, o Rodolfo Olivera, según su solapín de director territorial.
«Vamos por ahora 61 operarios, a diagnosticar, rescatar lo posible y emplazar lo nuevo que haga falta; pero si en el terreno es preciso duplicar la fuerza, aquí se queda lista para mandarla a buscar».
Santi arranca el camión número diez, cuando un claro anuncia la prontitud del sol, y con la boca me indica hacia un muchacho: «Es nuevo. Va por primera vez».
Lo alcanzo en el tercer carro de la caravana, colocando sus botas y su casco. «Me llamo Yonmailer Turro. Tengo 24 años».
Es de Pilón, pero trabaja en Manzanillo como reparador C. Explica que es el que hace la instalación final, entre la caja terminal y el teléfono en la casa. «Le decimos la última milla» y sonríe, sin sospechar lo que eso significa en otros lares.
Al preguntar lo que espera encontrarse, dice que lo vio en televisión, «tremenda rompezón, bien difícil», pero que esa situación lo hará crecerse, «sentirme útil, porque dicen los colegas que la gente te agradece mucho. Imagínate tú, yo que soy de los que dice al cliente: su teléfono está listo. Eso me gustará. Bueno, ¿y a quién no?».
Santi va en el camión diez a su enésimo ciclón. Yonmailer a su primero, en el carro tres. Es una manera hermosa de heredar ciclones.



















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Maria A. Lee dijo:
1
14 de septiembre de 2017
08:23:36
Raubel dijo:
2
14 de septiembre de 2017
15:27:05
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