SANTA LUCÍA, Nuevitas, Camagüey.–Amanece en el centro de la ciudad. Nubes grises y vientos que despeinan. Una lluvia fina, casi inofensiva, empieza a ratos, como si quisiera recordarnos que Irma no anda tan lejos; cesa y vuelve otra vez.
Son más de 110 kilómetros hasta el pueblo de Santa Lucía; solo la ida. Una hora y media de trayecto. Vamos por la carretera de Nuevitas y la lluvia se torna más constante. Incluso, hay tramos en que el cielo se cierra y solo se divisan las luces de otros carros. Luego, las ráfagas amenizan y continúa la fina llovizna.
Santa Lucía es otra cosa. Aquí la lluvia no ha cesado. Dicen que desde las primeras horas del día está así. El mar ya devuelve olas blancas, el aire se siente pesado y las matas de coco se inclinan para acoplarse al viento. Es este uno de los lugares más proclives al daño, al impacto de Irma.
Nos encontramos con las últimas familias que están siendo evacuadas, aquellas más próximas a la playa, que es también la principal zona turística de la provincia.
Algunas personas ya están dentro de la guagua que espera, otras piden unos minutos para recoger; muestran un poco de reticencia ante la idea de evacuarse, de pasar la noche en la escuela primaria Álvaro Barba Machado, que desde el jueves convirtió sus aulas en dormitorios gigantes.
Manuel Solier Cruz, delegado de circunscripción y presidente del Consejo Popular Santa Lucía, dice que no hay problema. Que él espera por ellos. Son mi responsabilidad, señala.
«En estos dos últimos días hemos hecho tres viajes. Para trasladar a la gente. Ayer mismo (jueves) tuve que cargar a una viejita en brazos y montarla en la guagua, porque no podía casi caminar. Aquí no se queda nadie. En esta parte que está cerca del mar», asegura a nuestro diario con la confianza de quien sabe bien lo que hace y porqué.
«Allá en la escuela se crearon todas las condiciones. Colchones, grupos electrógenos, la alimentación y agua potable, el médico de la familia. También evacuamos a los turistas que estaban hospedados en los hoteles y en las casas particulares de Santa Lucía y se llevaron para la ciudad de Camagüey; en total fueron más de 130».
Muy cerca de ahí, del mar, está la UEB Salinera Real. Su director, Miguel Milán Rodríguez –junto a otros dos trabajadores– todavía permanecen en la entidad. Ultimando detalles. «Vamos a permanecer aquí hasta que la zona de defensa nos diga que no se puede», expresa.
Desde la Fase Informativa, y luego la alerta, empezamos a desarrollar todas las medidas previstas en el plan de reducción de desastres. Asimismo, evacuamos toda la sal de producción terminada en el almacén, así como la sal en meseta que son más de 40 000 toneladas, agregó Milán.
Héctor Lechuga Domínguez, vicepresidente de la zona de defensa de Santa Lucía confirma a Granma las acciones de prevención realizadas, desde la salvaguarda de las partes económicas, hasta la vida de la gente. En estos momentos se han autoevacuado más de 4 400 personas entre los municipios de Minas, Camagüey y Nuevitas. También hay un grupo de compañeros de la defensa civil que se han quedado en las zonas evacuadas, para proteger los bienes de esas personas, aquello que dejaron en casa, sostiene.
«Según el parte meteorológico, después de las 12 de la noche deben empezar a sentirse aquí los vientos huracanados, los más fuertes. El sábado en la mañana ya veremos lo que dejó Irma».
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Quizá fue un capricho de la naturaleza. O a lo mejor simple casualidad. Exactamente un 8 de septiembre, pero del 2008, pasaba Ike por estas tierras camagüeyanas que ahora Irma toca, por su costa norte.
El panorama, aquella vez, fue desolador.
Lilia Pujol Martínez lo recuerda bien. Su casa se la llevaron el mar y el viento. Estuvo algunos meses mirando las estrellas. «Después, me pusieron esas tejas que le dicen españolas y tuve techo. Espero que Irma no se las lleve, pero no sé, no creo que aguante si el ciclón es tan fuerte como dicen».
Pero Lilia se mueve con facilidad en aquella habitación. Que no es una habitación sino un aula llena de colchones, algunas sillas, pozuelos, pomos de agua y mochilas en las esquinas. «Para mí esto no es nuevo. He pasado tantos ciclones que ya ni recuerdo, imagínate que vivo en Santa Lucía hace más de 40 años y mi casita está cerca del mar. Hace nueve años atrás también estaba aquí, evacuada. Cuando pasó Ike».
Junto a su esposo, Roberto Ruíz Campa, fueron los segundos en llegar a la escuela primaria Álvaro Barba Machado, el centro de evacuación en Santa Lucía. Allí, ya todos la conocen y por eso no se molestan cuando empieza a mandar a que recojan las cosas y a que limpien como si estuviera en su propia casa. Pero dice que ya está vieja para estos ajetreos, para sacar las cosas de la casa y que se la guarden otros vecinos, o llevárselas consigo hasta la escuela. Que a lo mejor se muda pronto para la ciudad.
En las otras aulas hay más personas. Niños que juegan con almohadas y ríen, y saltan con los zapatos puestos sobre las camas. Una madre los regaña. Afuera, hay mesas de dominó y las fichas chocan contra la mesa de madera. Tal parece que Irma no estuviera cerca, solo la lluvia constante delata el deterioro del tiempo.
Hay 229 personas evacuadas; ese fue el parte del mediodía. Pero seguirán llegando más, aseguran a Granma los mismos maestros que el lunes pasado abrieron las puertas al curso escolar y que ahora organizan, ponen más colchones en los pisos y aseguran ventanas con tablas y clavos.
Ahí encontramos de nuevo a Manuel Solier. Ya casi va de salida. «Hay una familia de ocho personas que no ha querido evacuarse. No son de mi circunscripción, pero voy para allá ahora mismo con una guagua y los traigo. Ellos no saben del riesgo, de lo que puede pasar».
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Pavón dijo:
1
10 de septiembre de 2017
19:42:32
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