
PINAR DEL RÍO.–Ahora que ya se empiezan a ver los frutos del trabajo, Hipólito Caballero lo confiesa: «Al principio hubo un momento en el que pensamos desistir».
Entonces, el marabú aún no había comenzado a batirse en retirada, para cederle el terreno a las primeras plantaciones de pepino, tomate o guayaba.
Ya tenían la tierra, y con un buldócer alquilado iniciaron el desmonte, pero las cosas serían mucho más complicadas de lo que habían pensado.
«Aquel aparato nos dio todo el trabajo del mundo, porque se pasaba más tiempo roto que funcionando», recuerda Isandy, uno de los dos hijos de Hipólito que lo han secundado hasta hoy en la aventura.
«Como en casi todo lo que comienza, el inicio fue difícil. Esto estaba malo, malo. Había que tener una fuerza de voluntad muy grande», añade.
Para que el que llega hasta acá por primera vez tenga una idea, Hipólito apunta con el dedo hacia el otro lado de la cerca que marca el límite de su tierra, y explica: «Así como se ve ese monte de la parte de allá, estaba todo esto».
«Para ver aquel algarrobo, tenías que llegarle al tronco, haciendo túneles con el machete por debajo del marabú».
Siempre había soñado con tener su propia finca, por eso al amparo del Decreto-Ley 259, se decidió a pedir las primeras diez hectáreas dentro de un monte impenetrable cercano al río, a unos tres kilómetros del poblado de Herradura, en el municipio pinareño de Consolación del Sur.
Primero con un buldócer viejo y luego con el apoyo de la Empresa de Desmonte y Construcción, Hipólito y sus hijos lograron limpiar el área y comenzar a plantar frutales, intercalados con cultivos varios.
«Buscamos asesoría con los mejores productores de esta zona, y también de Artemisa, y trajimos semillas de calidad, que es la que garantiza los rendimientos», recuerda.
En poco tiempo lograron cubrir toda el área, y con la experiencia acumulada y el entusiasmo de los primeros resultados, volvieron a solicitar más tierras que ya han ido acondicionando para sembrar hortalizas y 1 700 matas de mango.
Con unas 5 000 plantas de guayaba y 3 000 de fruta bomba, la finca de los Caballero se ha convertido en un oasis de 24 hectáreas, en medio del marabú.
«De aquí ya han salido para la industria y los mercados, más de 50 toneladas de alimentos, y las cifras seguirán creciendo en la medida que las plantaciones de frutales alcancen su pleno desarrollo», asegura el campesino.
A sus espaldas, tres hombres cosechan uno de los campos de fruta bomba y van llenando el carretón tirado por bueyes que se mueve lentamente entre los surcos.
«Todavía salen maticas de aroma por dondequiera, pero estamos constantemente encima de ellas, con el machete, y sin dejar de sembrar.
«El monte tiene eso. No se puede dejar libre. Hay que hacer una siembra encima de la otra, porque si no, el marabú vuelve a aparecer».
Aun cuando se confiesa orgulloso de lo que ha logrado, Hipólito asegura que aún queda mucho por hacer en este
lugar.
«Como estamos en una zona rodeada de aroma, cuando acabemos de sellar el área que tenemos, queremos crecer en otra caballería (13,42 hectáreas), dice. «Todavía podemos elevar mucho más los niveles de producción».
Para el veterano campesino, que hasta ahora siempre había laborado en fincas ajenas, «existe mucha gente que todavía no sabe apreciar el valor de la tierra. Lo que hay es que ponerla a trabajar».
«De este mismo lugar, por ejemplo, ni la población ni la industria recibían nada, porque estaba lleno de aroma ¿y cuántos alimentos no hemos aportado ya?».



















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Indio dijo:
1
7 de junio de 2017
01:43:35
Dieudome dijo:
2
7 de junio de 2017
06:07:53
jose carlos dijo:
3
7 de junio de 2017
16:32:33
Oscar Ramos Isla dijo:
4
8 de junio de 2017
11:02:22
Robiesky Amarán Pérez dijo:
5
12 de junio de 2017
14:12:09
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