
La palabra «tecnología» no es de las más ambiguas, pero si vamos a referirnos a ella vale la pena acordar su significación desde el principio. Adoptemos la definición: «Tecnología es la aplicación del conocimiento científico para propósitos prácticos». Puede que existan otras, incluso mejores, pero tomaremos esta como referencia.
Nuestra industria azucarera prerrevolucionaria tuvo tecnólogos importantes en el cultivo de la caña y en su procesamiento. Álvaro Reynoso fue un químico que brilló al desarrollar la tecnología más eficiente de la época sobre la base de la investigación científica.
Sin embargo, las disfuncionalidades de la economía azucarera colonial esclavista impidieron que fuera «profeta en su tierra». Se afirma que sus conocimientos vertidos en un famoso libro sirvieron exitosamente para desarrollar la producción cañera al otro lado del mundo, en la isla de Java. Un centro pionero de investigaciones químicas en La Habana que él mismo financió en parte, finalmente desapareció a mediados del siglo XIX.
Uno de nuestros más famosos tecnólogos fue también el ingeniero Francisco de Albear, quien tuvo la oportunidad de ver y estudiar avanzadas obras tecnológicas civiles europeas del siglo XIX y como buen ingeniero las aplicó creativamente para proveer a los habaneros con una inversión maravillosa: el acueducto que lleva su nombre. Probablemente los pobres presupuestos de la administración pública de la época no hubieran podido costear el pago de los proyectos y la obra a algún reconocido constructor norteamericano o peninsular.
Ya entonces los proyectos, la concepción, la sabiduría, era lo caro en cualquier obra con respecto a los materiales y la mano de obra física requeridos en una inversión.
Orlando Ramos fue un ingeniero cubano más contemporáneo, de la Universidad de La Habana de la Revolución. Junto con un colega del mismo centro, Luis Carrasco, e impulsados por Fidel, diseñaron y realizaron prácticamente desde la nada la fabricación de la primera computadora digital cubana en 1970. Lograron información por diversas vías de cómo se hacían estos novedosos medios en las mecas de entonces (los EE. UU. y Japón), la construyeron sumando el esfuerzo de sus compañeros universitarios de varias disciplinas y lograron que el primer prototipo le ganara partidas de ajedrez al jefe de la Revolución.
Sucedáneos modelos perfeccionados se llegaron a producir en serie por la industria nacional. Diversos motivos dignos de estudio hicieron que este esfuerzo no progresara ni evolucionara adecuadamente con los tiempos. Se dejaron de producir antes del final del siglo XX.
Tenemos entonces tres casos donde ilustres tecnólogos del país actuaron con mucho mérito, y con mayor o menor éxito.
Podríamos referirnos también, más recientemente, a las vacunas de nuestra biotecnología donde varios ejemplos paradigmáticos logran convertir la ciencia en productos. Su realización se debe a que logran encadenamientos entre nuestra ciencia y nuestra tecnología con la producción material y los servicios médicos. Se coopera por parte de diversas secciones o entidades, cada una buena en lo suyo, para lograr impacto social y económico.
Con la Revolución se potenció la creatividad tecnológica a lo largo de toda la nación. La educación masiva y gratuita, socialista, de los cubanos y de sus saberes tecnológicos fueron determinantes. En toda una época y con el aliento y patrocinio del Estado revolucionario creamos e introdujimos los procedimientos de construcciones más modernas y eficientes, fabricamos muchos tipos de componentes y piezas que permitieron la vitalidad y hasta el progreso de una industria acosada, hicimos supervivir un sistema de transporte con muchos años de explotación y hasta diseñamos y construimos nuestras propias fábricas de azúcar. Son muchos más los ejemplos.
Sin embargo, los tiempos más recientes son de inversiones endógenas públicas muy limitadas. Se potencia oficialmente las foráneas, debido a la escasez de capital en el sector público. También son tiempos de relativamente pequeñas pero numerosas inversiones en el creciente sector privado de nuestra economía. La resultante apunta a un importante papel de la inversión no estatal en la promoción de lo nuevo, que siempre requiere de algún tipo de tecnología. ¿Implica esto que no se utilice el saber nacional para producirlas?
No abundan en nuestros medios las informaciones acerca de procesos de licitación para seleccionar las tecnologías necesarias que requieren las nuevas inversiones, donde compitan por la mejor opción diversas ofertas, tanto nacionales como extranjeras. Las carteras de oportunidades para las inversiones de nuestro sector público se elaboran por entidades estatales especializadas únicas.
Esto es para bien y también para mal. Pueden quedar fuera de atención muchas necesidades sociales no cubiertas al ser una sola entidad la encargada de considerarlas. Por otra parte, se nos informa frecuentemente que se contrata plantas completas, hoteles, incluido su proyecto y construcción, la operación y modernización de sistemas de transporte como el ferroviario y aéreo con empresas foráneas. Es menos frecuente que se exalte cuál es la participación de nuestros tecnólogos, si es que ha tenido lugar.
Se comprende perfectamente el deseo de apostar a lo seguro por parte de quienes toman las decisiones sobre los bienes de inversión que son de todo el pueblo. También es obvio lo inevitable de comprar fuera de Cuba muchos objetos. No obstante, debemos considerar que los conocimientos que se importan en forma de tecnologías son mucho más caros que cualquier objeto material o materia prima. En muchos casos ese saber pudo generarse aquí, en nuestras universidades y centros de desarrollo tecnológico, con trabajos doctorales inclusive, si se les pide y compensa por ello, si se establecen los debidos encadenamientos. Nuestra tecnología y sus opciones, a través del saber y el hacer de los científicos, ingenieros, arquitectos y diseñadores deben estar siempre presentes, aunque sea apropiándose y reproduciendo éxitos tecnológicos foráneos. Esa ha sido la razón del progreso de muchos países que emergieron económicamente.
El «esquema Albear» de producción endógena de tecnología fue un éxito. El «esquema Reynoso» nos mostró la debilidad de no confiar en nuestra propia sabiduría. El «esquema Ramos-Carrasco» puede considerarse un caso exitoso en el socialismo.
La política tecnológica de un país es imprescindible de cara al futuro. Merece estudio, dinámica, transparencia y asimilación creativa (¿tecnológica?) de políticas mundiales exitosas. Es transversal a todos los sectores de la economía por lo que no se puede elaborar en un solo ministerio o dependencia.
En la aplicación de los conocimientos científicos participan de forma protagónica los tecnólogos, los innovadores y los empresarios, y debería favorecerse por todos los medios que cooperen, independientemente de su afiliación administrativa. Todos se convierten así en protagonistas, en beneficio de todos.
*Profesor Emérito, doctor en Ciencias y presidente del Consejo Científico de la Universidad de La Habana
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José A. Acevedo Suárez dijo:
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13 de mayo de 2017
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Felix dijo:
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Néstor del Prado Arza dijo:
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Mireya Respondió:
14 de mayo de 2017
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Andrés dijo:
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1 de julio de 2017
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