ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Abner Martínez tiene bajo su cuidado dos comunidades y gran cantidad de población dispersa. Foto: de la autora

MOA, Holguín.—Si algo tiene Farallones es el nombre bien puesto. Esculpido a cincel limpio en la montaña, el caserío pareciera levantado sobre lascas y más lascas en la abrupta topografía del macizo Nipe-Sagua-Baracoa. Para llegar hasta Fara­llo­nes, incluso, hay que remontar una carretera de un pedregoso casi lunar y esquivar no pocos despeñaderos.

Nada en aquellas crestas filosas recuerda a Moa, el emporio cubano del níquel, el pueblo embetunado de pies a cabeza de polvo rojo que se despliega a sus pies. Allá abajo, junto a la bahía y al puerto y al ajetreo de los mineros, Moa sigue su curso; loma arriba, un puñado de comunidades y otro puñado de hombres y mu­jeres con sus niños y sus adultos mayores se so­breponen a vivir a 28 kilómetros «de la placa».

Pero son 28 kilómetros medidos con lienza, porque en el odómetro de los carros rinden como 42, aseguran los choferes curtidos por el extenuante ejercicio de subir y bajar unos caminos tan abruptos como las lomas en las que serpentean; tan en carne viva desde hace tantos años que si una vez estuvieron buenos, ya na­die se acuerda.

Por esos mismos caminos escalan dando brincos la canasta básica normada, los insumos agrícolas y, dos días a la semana, el camión de pasajeros que ni siquiera nace en Farallones, sino un tramo más arriba, en un asentamiento con nombre pintoresco: Calentura. (Por qué le pusieron así, pregunto, y me responden que será por el calor del sol, que allí es muy intenso: «Qué se había imaginado, periodista»).

Esos mismos senderos, resbalosos cuando llueve, áridos cuando la seca dice aquí estoy yo, los desandan también el médico, la enfermera y el operario de vectores que lo mismo se van a pie, que piden prestada una bestia para llegar hasta los parajes más recónditos. Eso sí, en Fa­ra­llones, como en buena parte del macizo noro­riental, las distancias no se miden en kilómetros, sino en horas de camino.

Hasta Abner Martínez Milet, el galeno ori­un­do de Moa que desde septiembre cumple con su servicio social atendiendo a los más de 600 pobladores de Farallones y Calentura; hasta el mismísimo médico se ha acostumbrado a ese sistema de mediciones.

—¿A qué distancia están las comunidades que usted atiende?, le pregunto.

—Saque la cuenta: por la carretera principal son dos horas, pero por los trillos viene siendo una hora y media a pie.
Lo que no dice, porque tampoco va a andar quejándose por cualquier contratiempo, es que las caminatas son parte de su rutina diaria, ya sea porque le corresponde hacer lo que en el argot de Salud se conoce como terreno, ya sea porque los campesinos de esa zona son de ar­mas tomar y a veces hay que ir a buscarlos a sus casas. «Si Mahoma no va a la montaña…».

El transporte es lo más complicado por estos rumbos, alega Abner y lo apoya la comunidad en pleno, un atajo de guajiros nobles pero preocupados por la escasa comunicación que los obliga a mezclar enfermos con sanos en el camión que martes y jueves pasa por Farallones bajando de Calentura, y a montar a las embarazadas o a madres con niños de meses junto a sacos de café y jabas con los encargos del llano.

«Ya que estamos en esa “conversa”, déjeme decirle que aquí arriba no da abasto con esos viajes a la semana —se cuela en el diálogo Mai­delín Reyes Martínez, vecina del caserío—. Ah, y ya que está tomando nota, ponga ahí que hace falta un teléfono para el consultorio».

Abner, sin embargo, prefiere hablar cosas de médicos: que las enfermedades más frecuentes por esos lares son la hipertensión, las cardiopatías y las lesiones de piel, un cuadro al que se suman los traumas con una sistematicidad de espanto.

«Todo ello se corresponde con los hábitos de vida de por estos contornos —argumenta—, y los hábitos de vida son muy difíciles de cambiar. Fíjese si es así que, a pesar de las charlas de promoción para la Salud en las que advertimos a los padres que no dejen a los niños andar descalzos, después se ven casos y casos de parasitismo».

Y ese pudiera ser el único reproche a la re­gión: la cabeza dura de su gente. Por lo de­más, no hay otro paraje en el macizo Nipe-Sagua-Baracoa que hubiera preferido Abner Martínez para dejar atrás el idilio de la universidad.

De hecho, en todo Moa —la capital del pol­vo rojo— no concibe mejor polígono de prueba que la escabrosa y montaraz Farallones para estrenarse como «médico de verdad».

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juan castro dijo:

1

17 de diciembre de 2016

10:52:29


Pa'lante médico a salvar vidas !!!! Felicidades médico Abner Yo fuí maestro rural mexicano y se lo que son las montañas y muchas veces los sufrimientos; hoy jubilado y estoy felíz con mis recuerdos.

Julio Cesar Gonzalez dijo:

2

18 de diciembre de 2016

19:25:36


Saludos y felicidades colega,mi primer año de trabajo fue ahi en farallones,gratos recuerdo y muchas amistades,espero le vaya bien y sepa enfrentar los sinsabores.