El domingo 26 de noviembre de 1961, alrededor de las ocho de la noche, en la casa de Pedro Lantigua los perros comenzaron a ladrar. Conociendo que la zona estaba infestada de bandas terroristas armadas, el campesino tomó el fusil que le habían asignado para cubrir la guardia de Milicias y, cuando salió con el propósito de averiguar lo que ocurría, fue sorprendido por un grupo de hombres que se presentaron como supuestos milicianos.
Lantigua se mostró confiado y bajó el arma, lo que fue aprovechado por un individuo, que se encontraba oculto junto a la puerta, para desarmarlo. Al mismo tiempo, otro lo amenazó con agredir a la familia si intentaba ofrecer resistencia. Los intrusos eran alzados que actuaban bajo las órdenes del antiguo policía batistiano Julio Emilio Carretero Escajadillo, quien preguntó por el brigadista. El campesino se enfrentó valientemente al cabecilla, pero varios bandidos se interpusieron entre ambos y repitieron la pregunta.
En ese momento Mariana de la Viña Naranjo, la esposa del campesino, les salió al encuentro con un niño en los brazos. Cuando los intrusos insistieron en ver al maestro, trató de protegerlo respondiendo que allí solamente estaban sus hijos. Pero Manuel Ascunce se encontraba en el interior de la vivienda, y al escuchar la discusión, salió y se enfrentó desafiante a los bandidos, con una frase que ha pasado a la historia del magisterio cubano: «¡Yo soy el Maestro!».
La actitud viril de aquel adolescente de apenas 16 años encolerizó a los terroristas, quienes secuestraron a Pedro y a Manuel, y desaparecieron en la oscuridad de la noche. Inmediatamente Mariana salió desesperada en busca de ayuda, pero la casa más cercana se encontraba a tres kilómetros de distancia. La compañía de Milicias del teniente Manuel Monteagudo Consuegra salió en persecución de los bandidos, y en las primeras horas de la mañana encontraron los cuerpos del campesino y el alfabetizador a unos cien metros de la casa, ahorcados en un árbol, con evidentes señales de haber sido torturados.
El juez instructor Rubén Darío Zayas Montalbán, al hacer el reconocimiento de los cadáveres, escribió: «Cuando llegamos al árbol, miré a Manuel: pelo negro, algo caído hacia la frente; los labios ennegrecidos, la lengua con un intenso color violáceo, con coágulos en sus bordes. Me llama la atención que no estuvieran sus globos oculares fuera de las órbitas, como sucede siempre en los ahorcados; ello me convenció de que lo habían ahorcado casi muerto. Tenía también un profundo surco en el cuello, fractura del cartílago laríngeo, perceptible a la palpación del forense. […] Examinados sus órganos genitales, se observan contusiones, indicativos de haber sido sometidos a compresión y distorsión. Catorce heridas punzantes de distintos grados de profundidad. […] A su lado estaba Pedro Lantigua: cabellos castaños, algo rojizos; hombre fuerte, el rostro cubierto de manchas, todo rígido, muestras visibles de haber luchado contra sus asesinos y señales de haberlo arrastrado muchos hombres, golpes, un surco equimótico en el cuello».[1]
Al día siguiente la despedida del duelo fue pronunciada por el presidente de la República doctor Osvaldo Dorticós, que en uno de sus fragmentos señaló: «Este es el resultado del reconocimiento médico forense: “Catorce heridas punzantes en el abdomen realizadas en vida; una de esas heridas profunda y penetrante, contusión — escuchen, compañeros — y signos de torturas en sus órganos genitales (exclamaciones de ¡Paredón!), contusión, con gran hematoma y derrame sinovial, en la región rotuliana izquierda, o sea, en la rodilla, signos de arrastre en regiones escapulares y glúteas, desgarraduras de la piel y, por fin, el surco profundo en el cuello que demuestra la muerte por ahorcamiento”. […] Si hoy se nos pidiera que definiéramos qué es la contrarrevolución y cuáles son las intenciones de la contrarrevolución y del imperialismo, si se nos preguntara qué clase de gente es esta y quiénes son los enemigos contra quienes luchamos, nos bastaría, enjugando con vigor varonil nuestras lágrimas de dolor, leer este certificado de los médicos forenses. [...]
«Y ¿quiénes son los responsables de este crimen? Son, en primer término, los autores materiales, mercenarios o degenerados que realizan el hecho con sus manos asesinas. Son responsables de este crimen los liderzuelos contrarrevolucionarios traidores, que inducen al crimen desde las playas veraniegas de Miami. Son responsables de este crimen los dirigentes del imperialismo, que inspiran estas acciones criminales, armando las manos de los asesinos, financiando con dólares sus acciones responsables, son los dirigentes de Washington [...]».
Muchos de los principales cabecillas de las bandas de alzados procedían de los aparatos represivos de la dictadura batistiana, cuyos oficiales habían sido entrenados en la tenebrosa Escuela de las Américas del Ejército de Estados Unidos, instalada en la Zona del Canal de Panamá, donde les enseñaban técnicas de interrogatorio y métodos de represión, para quebrar la voluntad de los detenidos. Al regresar a sus cuarteles les trasladaban estas experiencias a los sargentos y soldados, quienes más tarde las aplicaban en las celdas a los jóvenes revolucionarios que capturaban durante refriegas en la vía pública o mediante operaciones clandestinas. Así torturaron y asesinaron a cientos de jóvenes revolucionarios durante la tiranía, y eso fue lo que hicieron cuando se alzaron contra la Revolución, cumpliendo órdenes de los mismos que los habían entrenado.
El 28 de noviembre el coordinador provincial de la Campaña de Alfabetización en Las Villas, Luis González Marturelos, junto con el responsable del Bloque No.1 del Plan Especial Escambray, Mario Rodríguez, informaban que como respuesta a este hecho se redoblarían los esfuerzos de los brigadistas para acelerar la campaña e izar la Bandera Roja, declarando Territorio Libre de Analfabetismo al Escambray antes del 10 de diciembre.
El 22 de diciembre en la Plaza de la Revolución, en La Habana, en la tribuna de una enorme concentración popular, en medio de una intensa ovación, el máximo líder de la Revolución declaró oficialmente a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo.
Llegaba a su fin una etapa y comenzaba otra. Se había librado una verdadera batalla contra la ignorancia acumulada durante siglos. En esta ocasión Fidel expresó: «…la victoria contra el analfabetismo en nuestro país se ha logrado mediante una gran batalla, con todas las reglas de una gran batalla. Batalla que comenzaron los maestros, que prosiguieron los alfabetizadores populares, que cobró extraordinario y decisivo impulso cuando nuestras masas juveniles, integradas en el ejército de alfabetización “Conrado Benítez”, se incorporaron a esa lucha…».[2]
Mientras los jóvenes alfabetizadores enardecidos gritaban: «¡Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer!», el Jefe de la Revolución respondía: «¡Estudiar!». En esta ocasión el ministro de Educación, doctor Armando Hart, expresó que el Gobierno Revolucionario había instituido la Orden Nacional “Héroes de la Revolución” como homenaje a los que habían realizado hechos de excepcional heroísmo durante la alfabetización. Los familiares de Manuel Ascunce y Delfín Sen Cedré recibieron la honrosa condecoración de manos de Dorticós. Inmediatamente se hizo un minuto de silencio en homenaje a los caídos.
En ese instante en el corazón de todos los cubanos estaban presentes el maestro voluntario Conrado Benítez García, los alfabetizadores Pedro Miguel Morejón Quintana, Pedro Blanco Gómez, Delfín Sen Cedré y Manuel Ascunce Domenech, y los campesinos que los apoyaban, José Galindo Perdigón, Jesús Eliodoro Rodríguez Linares, Celestino Rivero Darias, Modesto Serrano Rodríguez, Tomás Hormiga García, Vicente Santana Ortega y Pedro Lantigua Ortega. Los 31 alfabetizadores que perdieron la vida en accidentes o enfermedades, también quedaron grabados para siempre en el recuerdo de nuestro pueblo.
En julio de 1999 Evelia Domenech Sacerio, la valiente madre de Manuel Ascunce, compareció como testigo ante el proceso de la Demanda del Pueblo de Cuba al Gobierno de los Estados Unidos por Daños Humanos, y después de denunciar al imperialismo norteamericano, en nombre de todas las madres cubanas que habían perdido sus hijos a causa de actos terroristas, declaró, con una sencillez digna de su estirpe, que se sentía orgullosa del ejemplo dado por su hijo, y de la fidelidad del pueblo cubano a la causa por la que él había ofrendado su vida.
* Investigador del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado.
[1] Colectivo de autores: Cuba, la historia no contada. Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2003.
[2] Periódico Revolución, 23 de diciembre de 1961.
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Aristides Rondón Velázqquez dijo:
1
25 de noviembre de 2016
23:43:06
Carlos Ernesto Soler Pelaez Respondió:
12 de abril de 2024
23:38:19
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