Luna ausente en la noche. Zona rural nombrada Barrio Pueblo perteneciente a la municipalidad de Sagua de Tánamo en la región del oriente cubano. Año 1961 en el fervor de una campaña de educación masiva.
Casa de la familia de Cornelio y Anita. Su hija embarazada comenzó en trabajo de parto al oscurecer. El esposo de la muchacha advierte a las jóvenes maestras Olga y Alicia en tono impositivo que deben ayudar.
Ellas sin saber qué hacer, ponen a calentar el agua y esperan junto a la luz de la chismoza (lámpara de kerosene en un envase de vidrio con una tela como mecha). Olga relata a Alicia:
«Nunca he visto un parto. Ni siquiera he tenido un bebé cerca. Sólo recuerdo el nacimiento de mi hermano Luisito en la casa, cuando aún no había cumplido mis cinco años. Mi madre ya había dado a luz a dos hembras.
Mis padres soñaban con un varón para la familia y por tanto ese último embarazo fue muy deseado. Incluso las personas conocidas, por la redondez de la barriga, anunciaron la llegada de un niño.
La canastilla se confeccionó con las ropas dejadas por las hermanas mayores y algún que otro roponcito cosido por la tía. Celestino, mi padre, laboraba en el almacén de víveres “Castaño”, perteneciente a una familia proveniente de Cienfuegos. Siempre fue un empleado cumplidor, honesto y disciplinado. Al migrar los dueños hacia La Habana, le propusieron trabajo fijo, oportunidad aprovechada para salir de Rodas.
Alquiló dos habitaciones en un primer piso en las llamadas casas de vecindad en la calle Sol, en la Habana Vieja. La de balcón a la calle, la abuela la llenó de plantas ornamentales, principalmente con flores de vicaria.
Vivimos en las malas condiciones de un lugar habitado por muchas familias que compartían un baño único ubicado en cada piso. Cada cual introdujo su pequeño fogón dentro del cuarto para preparar los pocos alimentos del día.
Los vecinos se dedicaban a trabajar como estibadores en el puerto de la Habana. La pobreza campeaba a su antojo y las personas laboraban en las diferentes faenas mal pagadas por una sociedad que los marginaba.
Despertamos una noche con el ruido del nacimiento. No dio tiempo a correr para el hospital público Maternidad de Línea a varios kilómetros de la casa. Lo nombraron Luisito y hubo alegría en la familia. Las niñas deseaban cargarlo e imaginar una muñeca. El bebé a los pocos días de nacido enfermó con diarreas, en pocas horas falleció y alguien dijo que fue de disentería.
A Hortensia, mi madre le acompañó esa tristeza toda la vida. Guardó como objetos muy preciados algunas prendas del bebé y nunca más se embarazó».
Alicia le comunica a Olga de la llegada de la partera, una vecina del lugar con oficio empírico en nacimientos. Con el primer examen advierte que falta tiempo aún, la cabeza de la criatura no asoma.
Las mujeres se sitúan alrededor de la cama de la parturienta para vigilar cada movimiento de Magdalena, la joven embarazada, quien suda entre las sábanas y con cada contracción emite un quejido desesperado. La partera pregunta acerca de las muchachas y Anita responde:
«En medio de la noche sentimos unos gritos en la escuelita. Cornelio y yo corrimos, pensando en algún bandido. Al llegar las dos temblaban de miedo y dijeron escuchar un ruido diferente al de los ratones. Cornelio entró y buscó por los rincones. ¿sabes qué asustó a las vejigas? Un majá. Por eso las trajimos aquí».
Con el relato, Olga recordó esos últimos años en su vida. La revolución naciente en 1959 inmediatamente tomó medidas populares, entre ellas, enseñar a leer y escribir a los millones de analfabetos cubanos. El gran entusiasmo social reinó entre los jóvenes. Todos deseaban convertirse en soldados del Ejército Rebelde y aventurarse en desafíos colectivos.

Unos años antes del triunfo, ella selecciona ser maestra porque la profesión le atrajo desde niña y los estudios estaban al alcance de los recursos económicos de la familia. Para rendir los exámenes de ingreso en las asignaturas de matemática, español y geografía, debía pagar diez pesos al mes a maestros repasadores y para reunir esa suma de dinero, otros familiares debieron cooperar. Para asegurar que no se cometiera fraude con la matrícula, la familia comprometió el voto a un político, prácticas ejecutadas antes del triunfo de la Revolución.
No alcanzó plazas en el curso diurno. Asistió a clases entre las siete y las once de la noche. En el transcurso del cuarto año escucha entre sus compañeros el pedido del gobierno revolucionario de conformar un contingente de maestros cobrando la mitad del salario.
Se trató de completar 10 000 plazas de docentes con el presupuesto de 5000 capacidades para poblar las zonas rurales y de difícil acceso.
En noviembre de 1960 tomaron un tren que recogió muchachos de otras provincias y llegaron después de dos días al oriente del país. Acamparon en el Caney de las Mercedes, ascendieron hasta el sitio conocido por San Lorenzo en la Sierra Maestra para iniciar una preparación de adaptación al medio rural.
Nítidamente recuerda las largas caminatas, las ropas mojadas por los aguaceros intermitentes de las lomas, bañarse en los ríos, dormir en hamaca y vivir sin luz eléctrica.
Al concluir, reúnen a los jóvenes y les piden formalizar una petición del lugar dónde querían laborar en los próximos dos años. Olga y sus tres amigas deciden ir a Sagua de Tánamo, un lugar apartado y no conocido por ellas.
Regresan a La Habana por unos días y son invitadas a una cena de fin de año con el líder de la Revolución Fidel Castro y miembros del Ejército Rebelde en la fortaleza militar de Columbia, convertida en Ciudad Libertad.
Después de una semana en La Habana parten a los lugares designados. Al llegar son recibidas por las autoridades municipales de educación, quienes distribuyen las fuerzas laborales en los diferentes asentamientos poblacionales.
La primera noche salieron a pasear al parque del pueblo. Comenzaron a caminar y una señora se le acercó para explicarle que las mujeres y los hombres caminaban en sentidos diferentes para proporcionar un encuentro entre los jóvenes solteros y ellas estaban caminando en el sentido de los hombres. También les dijo que el pantalón en las mujeres estaba mal visto y ellas vestían uno verdeolivo.
Olga y Alicia fueron ubicadas en la escuela número 95 de Barrio Pueblo. Al llegar se encontraron con una construcción rústica hecha de horcones de madera, techo de guano en un salón grande de clases, sin divisiones.
Acomodaron el aula para recibir en un primer ciclo a quienes transitaban hasta cuarto grado y en otro lugar los que clasificaban para quinto y sexto grado.
Tomaron una esquina trasera para colocar sus pertenencias y armar sus hamacas en la noche.
Cornelio y Anita las ayudaba a encender la leña para cocinar y elaborar los alimentos con viandas como plato principal y carne enlatada vendida en la tienda de un cuartón cercano nombrado Las Cuevas. Ellos se convirtieron en los padres adoptivos de las muchachas.
El pensamiento de Olga se interrumpe con un largo quejido de la muchacha parturienta. La partera admite la prontitud del nacimiento. Olga ve salir al niño de la barriga de Magdalena y con habilidades rápidas cortan el cordón umbilical.
Como es tradicional se toma la placenta, se va a un lugar del patio y se hace una ceremonia. Cada uno de los presentes debe desear un buen augurio para el recién nacido.



















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Idalmis Brooks dijo:
1
25 de noviembre de 2016
09:04:09
RMS dijo:
2
25 de noviembre de 2016
11:25:17
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