La conversación con el doctor Enmanuel Vigil Fonseca resultó amena. Sus convicciones para alcanzar un mundo mejor lo colocaron en las trincheras imprescindibles y demostrar que los jóvenes cubanos también tienen la oportunidad de construir la Revolución.
Al respecto afirma: «Elegí ser médico para ayudar a las personas. Mis padres desarrollaron otras profesiones y yo desde niño sentí admiración hacia ese personal de batas blancas, que con mucho amor atiende al enfermo».
—¿Cómo integras el contingente Internacional de Médicos Especializados en el enfrentamiento de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve?
—«Estudié en la facultad de medicina del hospital Universitario «General Calixto García» de La Habana, conocimos de la situación de desastre ocurrida en Centroamérica por el paso de un huracán. También presenciamos en el 2005 la conformación del contingente Henry Reeve para auxiliar a las víctimas ocasionadas por el paso del huracán Katrina en el sur de Estados Unidos y el impresionante discurso del Comandante Fidel Castro dado en aquella ocasión. Inmediatamente un grupo de jóvenes nos presentamos ante el decano y le pedimos sumarnos a esos galenos, pero se tomó la decisión de no interrumpir los estudios. Al concluir en el 2009, me seleccionan para ir a Venezuela como integrante de la Misión Barrio Adentro Salud.
Partí en el 2010 al municipio Sucre, estado venezolano de Miranda. Primero en la parroquia Villa Tatiana.
Laboré en la atención primaria a la población en un programa masivo para dar cobertura médica a las comunidades más desprotegidas de Venezuela. Y paralelamente estudié la especialidad de Medicina General Integral con profesores cubanos, quienes brindaban servicios en los Centros Diagnósticos Integrales.
Atendí a muchos niños e inclusive hice partos. Las embarazadas a término debían acudir a las clínicas ginecológicas, pero en más de una ocasión me llegaron en la madrugada con las contracciones y no podía esperar. También asumí el control epidemiológico de varios campamentos con personas que perdieron sus casas por intensas lluvias.
—Regresas a Cuba en el 2014 y viajas a África Occidental para enfrentar a la epidemia de ébola ¿Por qué?
—«Terminé en Venezuela el 12 de mayo. Por las noticias supimos del desarrollo de una peligrosa enfermedad en esa parte de África. Vimos la reunión efectuada por la Directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, con el ministro cubano de salud Roberto Morales Ojeda y los cubanos conocieron la decisión del país ayudar a los contagiados de ébola.
«En esa etapa me encontraba trabajando en uno de los consultorios del médico de la familia del policlínico Nguyen Van Troi del municipio capitalina de Centro Habana. La dirección de la institución reunió a un grupo de médicos y solicitaron voluntarios para partir hacia África. Me anoté de inmediato.
«Luego nos movilizaron a tiempo completo para realizar un entrenamiento en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí. Ahí nos reunimos más de 500 profesionales de la salud. Recibimos clases de especialistas de la OMS y nos explicaron los protocolos para el manejo de la enfermedad con énfasis en la protección.
«Médicos europeos nos impartieron conferencias con audiovisuales y nos brindaron bibliografía actualizada y resultados de investigaciones recientes. «Durante el curso nos sometieron a chequeos médicos rigurosos con toda la vacunación y las medidas profilácticas. Aquellos con padecimientos crónicos u otro tipo de enfermedad, no fueron seleccionados. Al finalizar la capacitación nos aplicaron exámenes de conocimiento y sólo el aprobado resultó incluido en el listado.
«Con mi inclusión sufrí dos emociones: Primero la de estar seleccionado por mis condiciones físicas y estar apto para cumplir una misión de riesgo con 31 años. Sentía orgullo por eso, sería mi aporte a la humanidad. La segunda emoción fue de tristeza.
«En espera del avión, en una conversación en grupo, alguien dice con mucha seriedad. «Nosotros vamos a una guerra y quizás no regresamos». En ese momento me vino a la mente los rostros de mis familiares y pensé en el beso, la disculpa, o el abrazo no ofrecido. Sólo la convicción de seguir adelante me hizo llegar a Sierra Leona».
—¿En dónde te ubican?
—«Los primeros días recibimos una preparación el personal médico radicado allí de otros países e integrantes de una brigada de la OMS. Recorrimos las clínicas de hospitalización apartadas de las instituciones convencionales. Esos profesionales nos brindaron una atención magnífica y pusieron a nuestro alcance todo el conocimiento acumulado hasta ese momento.
«Me asombró que el pueblo de Sierra Leona conoce a Cuba. Ellos identifican a un cubano y mencionan dos nombres: Fidel Castro y Ernesto Che Guevara.
«Trabajé en Port Loko, a unos kilómetros de la capital Freetown. Me impactaron los niños enfermos de ébola. Vi a bebés de pocos días de nacidos y a otros infantes con caras muy triste.
«Acatamos con mucho celo las medidas de seguridad. Debíamos protegernos para cuidar a los demás. Esa práctica constituyó el primer principio de rigor a cumplir.
«Me enfermé de apendicitis y me practicaron una cirugía. Nunca hablé de mi regreso. Por tanto cuando cumplí el mes de recuperación, volví a mis actividades médicas.
«Nos percatamos de una alta letalidad y comenzamos a estudiar todos los procederes médicos. Hicimos discusiones en grupo y trabajo de mesa para decidir nuevos comportamientos para el tratamiento de la patología. Al conseguir salvar a muchas personas se incrementaron la cantidad de pacientes que preferían atenderse con los doctores cubanos.
«Nos faltaron camas de hospitalización, pero nunca dejamos de recibir a un enfermo. Tuvimos que improvisar sitios con las salas llenas, pero asistimos a todo aquel que nos pidió ayuda».
—¿El impacto de saber a un compañero contagiado de ébola?
—«Félix Báez Sarría enfermó en los primeros días de nuestra llegada. Al conocer la noticia, nosotros extremamos más la vigilancia personal, principalmente en no tocarnos bajo ninguna circunstancia, lavarnos las manos y la boca todas las veces posible, clorificar nuestro vestuario, consumir agua embotellada y alimentos bien cocinados.
«Félix se curó y regresó a Sierra Leona y cuando lo vimos nuevamente fue una inyección de energías para toda la brigada. Me tocó recibirlo y hoy es uno de mis grandes amigos, lo considero una persona maravillosa, con unos sentimientos increíbles. Recientemente volvió a ser papá de una niña nombrada María Fernanda».
—¿El caso del enfermero Reynaldo Villafranca Antigua, fallecido el 17 de enero de 2015, a causa de malaria?
—«Cuando supimos que Félix se recuperó conocimos la triste noticia de la muerte de Coqui,, como llamaban a Villafranca Antigua, un enfermero de Pinar del Río, muy conocido por nosotros por su jovialidad y su sentido del humor. Su muerte nos impresionó, la brigada se sintió muy afligida».
—¿El regreso a Cuba?
—«Antes de partir hacia la Isla tuvimos que realizar 12 días de aislamiento, nos sometieron a pruebas clínicas para comprobar si portábamos alguna enfermedad silenciosa. Las nueve horas del regreso fueron las más maravillosas. Nos embargaba una gran alegría. «Aterrizamos en el aeropuerto internacional Juan Gualberto Gómez de Varadero, ubicado en la occidental provincia cubana de Matanzas, y nos llevaron 21 días para un centro hospitalario. Ahí recibimos la visita del ministro Roberto Morales Ojeda, de la viceministra del sector Marcia Cobas y de muchas autoridades del país. La atención fue exquisita.
«La noche anterior al regreso a nuestras casas nadie durmió y se deseaba que las horas pasaran rápido. Nos embargaba un gran desespero por abrazar a la familia. A las cinco de la mañana partimos hacia el museo Fragua Martiana de La Habana para un acto de recibimiento de las autoridades de la capital.
«En medio del acto distinguí a mi esposa, a mi hija y a mis padres (con lágrimas en los ojos). No puedo describirte la emoción».
—¿Por qué vas a la República Árabe Saharaui?
—«Recibo una llamada de las oficinas de la Unidad Central de Cooperación Médica y me explican la situación climatológica del lugar con lluvias e inundaciones. Esta vez me nombran de Jefe del Grupo de ocho profesionales de la salud. Debíamos apoyar las labores de la Brigada Médica cubana radicada allí.
«Hicimos pesquisaje en las comunidades y en los campamentos de refugiados, incluso impartimos docencia a jóvenes graduados de universidades médicas cubanas. Ellos nos sirvieron de traductores.
«Como gratos recuerdos guardo la visita a una primaria nombrada Simón Bolívar, apadrinada por cubanos y venezolanos. También conocí a muchas personas que estudiaron en escuelas del municipio especial cubano Isla de la Juventud y otras con hijos o familiares graduados en Cuba.
«Ese pueblo mantiene un espíritu de lucha incansable por la soberanía nacional y valoran a la Mayor de las Antillas como el referente cercano para obtener la victoria».
—Hablemos de Ecuador
—«Me llaman un domingo. Recuerdo una intensa lluvia, mi hija dormida, mi esposa de guardia en el hospital y yo trabajando en la computadora. «Supe del terremoto el día anterior por el canal multinacional Telesur. Al comunicarme con mi esposa quedamos en vernos en la Unidad Central de Colaboración Médica. Dejé a la niña al cuidado de una vecina muy querida por nosotros.
«Llegué al lugar acordado y el grupo ya se había marchado para el aeropuerto internacional José Martí de La Habana por lo que me envían hacia allá. No pude despedirme de mi esposa y me fui con esa tristeza. Volamos inmediatamente y llegamos de madrugada al aeropuerto internacional Eloy Alfaro de la ciudad ecuatoriana de Manta. Esperamos el amanecer para trasladarnos a Puerto Viejo, poblado perteneciente a la provincia Pedernales.
«Presencié una urbe destrozada. Con nosotros viajó una brigada de rescatistas y la primera labor consistió en buscar sobrevivientes en las edificaciones derrumbadas.
«Recibimos la visita del presidente Rafael Correa, y de otras autoridades de salud de Ecuador. Eso nos llenó de energías para enfocarnos más en el trabajo. De ahí nos trasladan para Jama, y laboramos en poblados casi desaparecidos por el fuerte terremoto.
«Me designan para un consultorio situado en una zona muy apartada llamada Cheve Arriba ubicada a dos horas y media de un camino mal asfaltado, que brindaba servicios a otros caseríos de la serranía. Laboré en el consultorio del doctor Eric Omar Pérez, uno de los tres médicos cubanos que perdió la vida debido a ese seísmo. Allí no había electricidad, ni posibilidad de comunicaciones, tampoco contaba con los servicios básicos de agua y alcantarillado.
«Tuve que visitar casas alejadas a dos horas a caballo cruzando pasos de ríos. Me llevaba la mochila con los medicamentos, una botella de agua y algún que otro alimento. Caminaba muchas horas al día».
—¿Alguna anécdota?
—«En el poblado tuve que lavar en el río, cocinar con leña, disgustarme por los mosquitos, ver serpientes y otros tipos de animales como parte del paisaje. Recuerdo recibir en la consulta a una mamá con un bebé muy desnutrido en los brazos. La señora también se veía muy humilde, con esos ojos de angustia por una vida muy difícil. Ese niño ni siquiera tenía nombre, nació con una partera y no estaba inscrito en ningún registro civil. Yo comienzo a tratarlo y el niño se salva. La madre le puso mi nombre.
«Explique en reiteradas ocasiones que mi labor era totalmente voluntaria y pedí el mayor agradecimiento para el gobierno de Rafael Correa, que permitió nuestra presencia allí para salvar vidas».
Hoy Emmanuel Vigil Fonseca se encuentra en Haití socorriendo a las víctimas del devastador huracán Matthew y concluimos la conversación con su sentir profesional.
«Me he enriquecido como ser humano con estas misiones médicas. Ayudo a las personas con lo que me enseñaron otros profesionales. Siempre lo he hecho por ayudar a los demás».



















COMENTAR
Ya dieta dijo:
1
11 de noviembre de 2016
05:30:10
Responder comentario