BARACOA, Guantánamo.—Hoy el Toa corre apacible, como si estuviera reponiendo fuerzas, o cansado, luego de que en los días de Matthew descargara toda su furia y arrasara con cuanto se le interpusiera, incluso el emblemático puente de 225 metros de longitud, incapaz de soportar la embestida.
Como si ello no bastara, también la emprendió contra el indefenso cartel anunciador de que se ha llegado al río más caudaloso de Cuba que, sin miramientos hizo honor al nombre, como para evitar comparaciones y ganar, de una vez y por todas, la hegemonía sobre su hermano gemelo, el Cauto.
«Ustedes lo ven así, pero no se dejen engañar, periodistas. Cuando llueve pa`llá arriba él cambia por completo y se pone malcria`o de verdad. Y si hay ciclón, ¡eh!», comenta un nativo mientras esperaba la cayuca que lo trasladaría hacia la parte holguinera, porque el puente destruido era la arteria principal entre la ciudad Primada de Cuba y Holguín, por la parte de arriba del hocico de nuestro caimán verde.
Todavía las mujeres del Toa no pueden aprovechar su límpida tranquilidad para lavar a golpes la ropa, como hacen las del río Miel y el Duaba. Y nos preguntamos por qué en unos sí y en el otro no, si están relativamente cercanos.
Llegamos a la conclusión de que ese torrente, cuyo nombre significa rana en voz indígena, es único, no tanto por los 130 kilómetros de longitud, si no por ser el más profundo de todos los ríos cubanos y el más navegable, a lo largo de unos 19 kilómetros desde su desembocadura. Por todas esas razones y por muchas otras que desconocemos, se nos antoja pensar que el Toa todavía se siente irritado, resentido por todo lo que quiso hacer y no pudo.
EL PUENTE
Mientras la imagen de la destrucción del amasijo de concreto y acero recorre el mundo, nosotros nos acercamos a la ribera este; extremamos los cuidados, preguntamos a las autoridades que lo custodian, a nativos y buscamos datos sobre un puente que hasta ahora había permanecido inamovible, estoico, invencible ante otras avalanchas de agua y vientos llegados a Baracoa.
Lo cierto es que el derrumbe del viaducto, a causa de las lluvias asociadas a Matthew y el caudal de esa corriente fluvial, evidencia la magnitud del embate sufrido por Baracoa en las aciagas horas en que estuvo sometida a la influencia del huracán.
En los oídos de muchos vecinos del lugar todavía retumba el terrible crujir del puente, el sonido cuando el gigante se despedazó, cayó al agua y desapareció como si hubiera sido la piedra más insignificante arrastrada por el propio río.
Es difícil creer que la mole se viniera abajo como castillo de naipes, más si la obra fue edificada con hormigón armado y con vigas postensadas que recorren los 225 metros de longitud de la imponente pasarela, según declaró a medios de prensa José Fernández, de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (Unaicc) en Guantánamo.
Dijo el especialista que es tarea difícil hasta para un fenómeno natural derribar una calzada de siete metros de alto, sustentada sobre pilotes de hormigón armado e hincada en el lecho mediante martillos neumáticos.
En su explicación detalló que sobre pilotes se llevaron a cabo las cimentaciones corridas que depararon mayor consistencia al puente. En los planos se calculó que además del peso de los automóviles y camiones de gran tonelaje que transitan entre Baracoa y Moa, la estructura del viaducto debía soportar el escurrimiento del río más caudaloso del país, después de sumársele su afluente más poderoso, el Jaguaní, de cierto modo, también protagonista del colapso del puente.
CAYUQUEROS: A GOLPE DE AUDACIA
Ya no existen los balseros del Toa, famosos por el tipo de embarcación, casi siempre construida por ellos mismos en la ribera, uniendo las cañas de bambú, entrelazándolas en complicado rompecabezas para después echarlas al río y vivir de ellas y de una audacia cultivada en el ir y venir, corriente arriba, corriente abajo.
Buscamos a los balseros y no logramos verlos. Solo quedan las historias de aquella gente útil, que lo hubieran sido más, después del huracán. Y como las historias quedan, nos relataron algunas de ellas.
Los balseros del Toa existen desde hace muchos años y se han dedicado a muchas labores. Primero fue la época del guineo —así le dicen al plátano—, pero cuando los americanos lo exterminaron, vino la de la carga de madera, mercancía y personas, hasta que llegó el puente.
Cuando llegamos al lugar, Metodio Azahares Jiménez llevaba horas de espera para pasar hacia la parte oeste del río. Extraña aquellas grandes balsas que «trasladaban muchas personas en un mismo viaje», y ahora debía esperar por dos pequeñas cayucas con apenas siete u ocho capacidades, insuficientes para tanta demanda a ambos lados de la corriente.
En los días posteriores al ciclón, y en los muchos otros que, imaginamos, quedarán para reconstruir el puente, nuevos brazos, en su mayoría pertenecientes al centro recreativo Rancho Toa, hacen las funciones de aquellos balseros y brindan su solidaridad, la del oficio de trasladar en cayucas —como allí nombran a los pequeños botes de remos— a hombres, mujeres y niños de un lado al otro del río.
«Así, poquito a poquito, en número que no excedan las siete u ocho personas, vamos dando un servicio que todos agradecen. Son muchos los necesitados de viajar a Holguín, y más los que vienen a Baracoa, a ver o a ayudar a sus familiares», refiere Osmel Arcia Suárez, quien afirma sentirse agotado, pero no cansado por las horas de remo.
Para Yoandris Hernández, otros de los cayuqueros, el oficio de remar sobre aguas turbulentas es difícil, pero como todo tiene su técnica y su maña, ellos primero lo hacen en contra de la corriente y después ella misma los lleva hacia la otra orilla.
«A veces nos agotamos, pero como somos de la zona conocemos a otros cayuqueros que también necesitan trasladarse. Ellos nos ayudan a dar remos y así nos recuperamos un poquito, porque en los inicios hubo días de trasladar hasta mil personas.
«Hay mucha gente —continúa Yoandris— que vive en las riberas o cercanas a ella y la caída del puente los incomunicó. Ellos allá y la bodega acá, donde también hay otros servicios, porque es la cabecera del municipio».
Lo confirmamos cuando, delante de nuestros ojos, dos muchachas jóvenes se tiraron de acá para allá, y otro viene colgado y ayuda con sus patas de rana a uno de los cayuqueros.
Si algo nos llama la atención es que apenas se habla de El Yunque, un balsero que murió hace unos años, de Julián Columbié, alias el Chino, alias el padre del Toa, y de muchos otros que se dispersaron cuando terminó la construcción del puente que hoy yace en el fondo del río más caudaloso de Cuba. ¡Vaya paradoja!



















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Miguel Angel dijo:
1
15 de octubre de 2016
04:31:27
artemiseño dijo:
2
15 de octubre de 2016
09:03:58
carlos dijo:
3
15 de octubre de 2016
09:29:53
Antonio Diaz Rodriguez dijo:
4
20 de octubre de 2016
14:40:19
Edgar Ritchie Respondió:
1 de diciembre de 2016
12:20:53
antoniodiaz rodriguez dijo:
5
2 de diciembre de 2016
11:18:04
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