
CAMAGÜEY.—Una vida forjada en el trabajo cotidiano y en la búsqueda constante de la perfección, ajena por completo a la chapucería y la pereza, no exenta tampoco de aventuras insólitas, eso es, en síntesis, Roberto Acea Reyes, Premio Nacional de Meteorología 2015 en el acápite de servicios científico-técnicos.
Especialista en instrumentos del Centro Meteorológico de Camagüey, parece desafiar el paso del tiempo cuando a los 72 años todavía se le ve, en plenitud de facultades, acometer las tareas de ajuste de barómetros o anemómetros en el laboratorio de calibración, recinto que es ya un apéndice más de su hogar.
“Me jubilé, descansé unos meses, pero qué va, en la primera oportunidad regresé. Me siento bien de salud, solo padezco los achaques propios de los viejos. El trabajo ayuda, porque si uno se sienta en la casa es mucho peor. Además, está siempre presente el compromiso de enseñar y entrenar al relevo”, admite sonriente.
DE SEMINARISTA A “CINCO PICOS”
Roberto Acea Reyes nació el 5 de octubre de 1944 en el batey del antiguo central Francisco, hoy Amancio Rodríguez, en Las Tunas, pero se siente camagüeyano de nacimiento: la prematura muerte de la mamá, cuando tenía solo cinco años, lo lleva a vivir a casa de una de sus hermanas en la Ciudad de los Tinajones.
“Papá era gallego. Emigra a Cuba en los años 20 del siglo pasado y se desempeña primero como capataz de cuadrilla y luego como inspector en el ferrocarril que atiende los centrales de la zona. Con tanto trabajo, le resulta imposible atenderme y es por ello que decide enviarme a Camagüey”.
Vencida la enseñanza primaria, con apoyo de la madrina, una señora con buena solvencia económica que se encarga de sufragar los gastos, ingresa en un seminario católico como aspirante al sacerdocio, pero solo llega a recibir el título de bachiller en letras: el 1ro. de enero de 1959 cuando triunfa la Revolución.
“Al cerrar el seminario, pues todo el personal se va de Cuba, me veo envuelto en la vorágine y el fervor patriótico que sigue a la liberación. Escucho hablar y entro por embullo a la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Me gusta, me apasiono muchísimo. La prueba final consiste en escalar cinco veces el Pico Turquino”.
Acea está entre los que vencen el reto. Al regresar, ya está en marcha la Campaña de Alfabetización. Da igualmente el paso al frente. Se prepara en Varadero y vuelve a Camagüey. Sus alumnos son integrantes de un batallón rebelde en su mayoría analfabetos. En total, enseña a leer y a escribir a ocho combatientes.
Cumplida tan bella misión, entre las becas que se le ofrecen opta por estudiar idioma ruso y matricula en la Escuela Máximo Gorki, en La Habana, especialidad que completa, junto a una treintena de los mejores estudiantes, en la Universidad Lomonosov, de Moscú, en la extinta Unión Soviética.
DE TRADUCTOR A METEORÓLOGO
Una vez graduado a finales de 1965, regresa Roberto Acea a la otrora villa principeña. En ese entonces, asesores soviéticos y cubanos dan los primeros pasos, incluida la instalación de dos radares, para la creación de un nuevo centro meteorológico en áreas aledañas al aeropuerto Ignacio Agramonte Loynaz.
“Como soy intérprete de la especialidad de aerología, mientras traduzco las clases asimilo también los conocimientos y al final me someto a examen y apruebo. A partir de ese momento quedo fijo en el centro, cuya creación oficial se remonta al 1ro. de julio de 1966, es decir, soy uno de sus fundadores”.
Devenido técnico aerólogo por obra y gracia de las circunstancias, el joven se adentra en el mundo del estudio de la atmósfera superior, se supera, absorbe como esponja todos los conocimientos posibles durante una estancia transitoria de casi cuatro años en el Instituto de Meteorología de La Habana.
Nuevamente en Camagüey, ya en 1975, asume la responsabilidad de instrumentista, pues quien funge como tal parte a cumplir misión internacionalista en Angola. Desde esa fecha, se dedica a atender las seis estaciones meteorológicas de la provincia y otras cuatro situadas en la vecina Ciego de Ávila.
“El instrumentista, explica Acea, vela porque todos los equipos (higrotermógrafos, sicrómetros, evaporímetros, anemómetros o pluviógrafos), muchos de los cuales tienen 30, 40 y más años de explotación, funcionen en sus parámetros, estén calibrados y, si alguno se rompe, repararlo”.
Tal experiencia le resulta vital cuando años más tarde, en 1980, ayuda a la Nicaragua sandinista a rehabilitar y poner en funcionamiento las estaciones meteorológicas que estaban fuera de servicio, organizar un taller de reparación de instrumentos, recuperar equipos en desuso y preparar al personal.
DEL CARIBE A LA ANTÁRTIDA
Si aquella misión le resulta gratificante en todos los sentidos, el hecho de ser seleccionado en 1984 para participar en la 29 Expedición Soviética a la Antártida, como parte del grupo de meteorólogos, rompe cualquier expectativa personal y le plantea nuevos y riesgosos desafíos en la vida.
Para llegar al continente helado, donde se encuentra la estación internacional, Acea cubre un extenso itinerario que lo lleva a Leningrado, Egipto, Tanzania y Mozambique, país este último en el que debe permanecer alrededor de 15 días en espera de que las condiciones para el vuelo de las aeronaves sean las idóneas.
“De los 162 integrantes de la expedición solo tres somos cubanos. Nuestra misión consistió en hacer mediciones meteorológicas del clima y de la radiación solar, como soporte de las investigaciones científicas, es decir, recopilar datos que luego se enviarían a Moscú y a Leningrado por radio”.
Si bien hacia el interior de la Antártida la temperatura puede bajar hasta menos 80 grados o más, en la costa, donde está ubicada la estación, es más “agradable”: oscila entre -20 y -30. Eso, si no sorprende una tormenta que puede durar hasta una semana con ráfagas de viento superiores a los 120 kilómetros por hora.
“Son momentos sumamente difíciles para trabajar. La plazoleta donde se instalan los instrumentos está a unos 50 metros del albergue, pero cuando toca hacer las mediciones en medio de la borrasca hay que tomar muchas precauciones, pues es tanta la nieve en el ambiente que no ves nada”.
Bajo tan adversas circunstancias transcurre todo un año en aquellos lejanos parajes, noche polar incluida, que obliga al cubano a hacer enormes esfuerzos para superar, no tanto el agotamiento físico como la depresión sicológica, y poder cumplir, sin contratiempos, la tarea encomendada.
“Por lo demás, es una vida normal, de mucho trabajo: buenas condiciones de vida, comida aceptable; sin embargo, no hay mucho tiempo para la distracción (solo ver alguna película, leer o practicar juegos de mesa), porque cuando no estás trabajando tienes que dormir y descansar, pues los turnos eran de 12 y 18 horas”.
Acea conserva con especial celo la postal que le obsequiaran sus compañeros al cumplir 40 años de edad, una emoción solo comparable en la Antártida con la ceremonia, una vez a la semana, del baño. Es el momento único, en una suerte de club con sauna, billar y bebidas, para entretenerse y despejarse.
SIN TIEMPO PARA EL DESCANSO
Después de tamaña aventura, apenas si logra tomarse un merecido descanso en casa. Para 1985, Camagüey sirve de base al proyecto NOE, dedicado a investigar la posibilidad de lograr un incremento artificial de la lluvia o “lluvia provocada”, por lo que se reclama su participación como experimentado instrumentista.
“En tanto el grupo encargado del estudio insemina las nubes, a mí me corresponde hacer las mediciones en tierra con el propósito de comprobar si llueve donde se ha previsto, con qué intensidad y comprobar la efectividad, para lo cual se monta una extensa red de pluviógrafos en un polígono aquí en Camagüey”.
Tales investigaciones siguen su curso en medio de no pocas dificultades de una u otra índole, pero el objetivo original de los especialistas se mantiene intacto: encontrar alternativas para mitigar el impacto de la sequía con su secuela devastadora en amplios sectores de la economía.
En esa y otras tantas facetas de la actividad cotidiana del Centro Meteorológico de Camagüey brilla con luz propia Roberto Acea Reyes, presto siempre, con su sapiencia, rigor y sencillez, a la obra buena sin mirar el calendario ni hacerle mucho caso a los achaques propios de la edad.
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Pedro Perez Picón dijo:
1
23 de julio de 2019
10:01:57
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