La historia quiso que no fuese un sábado cualquiera. Fue el sábado en que todos los caminos de compromiso para con la especie conducían a Roma. Y ella, la Ciudad Eterna, bullía de expectativas en las proximidades de una de sus direcciones con vocación internacional.
Reeditar ese momento, trasciende el mero capricho anecdótico para destejer conexiones más intensas. Por eso desandar hoy los derroteros de aquel noviembre de 1996 que acogió la Cumbre Mundial de la Alimentación en la sede de la FAO en la capital itálica, a la distancia de casi dos décadas y a las puertas de los 90 agostos de Fidel, hablan de mucho más que un día, un lugar o un evento.
Tres programas encabezaban la agenda del mandatario en ese viaje: la Cumbre aludida, y la visita al Papa Juan Pablo II en el Vaticano y al primer ministro italiano, Romano Prodi.
Enviado especial de nuestro diario a esa cita, Elson Concepción —periodista con muchos kilómetros y cátedra en la profesión— revive esos días. “Su discurso, breve pero impactante, constituye un punto de referencia en todo análisis sobre los problemas del hambre en el mundo”, a la que llamó “inseparable compañera de los pobres” e “hija de la desigual distribución de las riquezas y de las injusticias”.

Elson se aventura a esbozar un Fidel desde múltiples remembranzas. Y sus expresiones ahora cobran voz propia, intraducibles, tornándose más que suficientes para concluir el cuadro estampado por él en las planas de este mismo periódico. Se detiene entonces en una borrasca de aplausos, tras inquirir el Presidente cubano por las “curas de mercurocromo” que permitirían reducir a la mitad, desde esa fecha hasta hoy, los 800 millones de hambrientos; metas que “son, por su sola modestia, una vergüenza”. Y enlaza los desafíos
enunciados en la actual Agenda 2030, con los advertidos por Fidel 20 años atrás. “Luego de la Cumbre, ante decenas de periodistas, planteó que, incluso si se cumpliera la meta de reducir a la mitad la cifra de hambrientos, no sabría qué decirle a la otra mitad”.

Pedirle a un profesional del lente un retrato en letras, suele ser reto titánico. Entonces Juvenal Balán —que tantas veces ha capturado la imagen del líder en instantáneas— refugia la mirada en el vacío para apelar a memorias muy suyas y de su cámara. Accede al desafío. Obtura el silencio para hilvanar recuerdos. Y regresa al diálogo con la que quizá sea su mejor foto.
Habla Juvenal de un Fidel en el escaño asignado, luego en el podio de alocuciones. De traje, imponente. Un Fidel que lució su estatura y valentía habituales. “Brilló como estadista. Todo el que pasaba cerca de él quería saludarlo, decirle algo”. Y cierra el fotorreportero con un pasaje inaudito. Al regreso a Cuba, había en el aeropuerto italiano una huelga que paralizó el flujo de vuelos. Los únicos aviones que saldrían cuando lo desearan, advirtieron los manifestantes, serían los que transportarían a Fidel y su delegación. Eso, y la gente que a menudo se franqueaba admiradora del dignatario cubano “son cosas que realmente te llegan”.
Apartándome del gremio, encuentro el testimonio de alguien con una vida dedicada a la FAO y lazos “de un amor especial” por Cuba. Alguien que mientras Fidel hablaba en aquel cónclave seguía atento cada una de sus palabras y descifraba lecciones: el doctor Theodor Friedrich, representante ahora de esa agencia de la ONU en La Habana. “Tuve la suerte de poder atender este evento en vivo. Estaba a pocos metros del Comandante en Jefe…
Todo el personal en la sede de la FAO estaba muy emocionado”.

Y visiblemente conmovido, Friedrich esboza su fotografía de Fidel desde la elocuencia y la franqueza desbordadas al micrófono. De esos días conserva el privilegio de presenciar una intervención que caló allí como ninguna, y la de un hombre con vocación de arquitecto, “marcando el rumbo para el futuro”. Algo que “vale para la historia”. Veinte años después, asevera con orgullo que, del pliego de anécdotas conectadas a Cuba, la que más saga ha dejado en su archivo de reminiscencias es la de un Fidel inmenso en la Italia de 1996.
Una carta fechada en abril del 2013, desde Roma, compendia el reconocimiento a su impronta. En ella, José Graziano da Silva —director general de la FAO— hace expreso el honor de felicitar a quien llamó “estimado Comandante”, y al pueblo cubano, por haber cumplido de manera anticipada las metas de aquel cónclave. Y donde pronunció un discurso “que aún perdura en la memoria colectiva de nuestra organización”.
Podría esta reportera colmar planas sobre la relación indisoluble de Fidel con la seguridad alimentaria, el acceso a la tierra, el cambio climático, la ciencia al servicio de la producción, desde el Programa del Moncada y la Primera Ley de Reforma Agraria hasta la víspera de sus 90 calendarios. Pero me permito resumirles —en sus propias palabras— décadas de esfuerzos y gestión impresos, catalizadoras de un desvelo que no cede y un compromiso que no reposa.
Con el reto como especie, saboreado en cada bocanada de aire, de alimentar miles de millones de estómagos tal vez sin los medios ineludibles en el futuro, instó en abril último: “Ojalá muchos seres humanos nos preocupemos por estas realidades y no sigamos como en los tiempos de Adán y Eva comiendo manzanas prohibidas”. Lo dice un hombre con rostro y corazón de país, que ha hecho de las ideas su trinchera mayor y de la voz su arma más eficaz. Y al que cada cubano hoy quiere vestir de campesino, de constructor, científico, periodista, obrero. De pueblo. Quizá para sentirlo, dentro de lo eterno que lo sabemos, más de cada uno, más nuestro.



















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luis benedetti dijo:
1
13 de agosto de 2016
12:13:05
Mirna olmos dijo:
2
13 de agosto de 2016
16:19:53
David Fuenzalida dijo:
3
14 de agosto de 2016
21:03:54
Leonardo Mario Ferraro dijo:
4
14 de agosto de 2016
22:45:07
JAIRO dijo:
5
14 de agosto de 2016
23:38:27
JAIRO dijo:
6
14 de agosto de 2016
23:40:42
jairo dijo:
7
14 de agosto de 2016
23:48:26
jairo dijo:
8
15 de agosto de 2016
00:06:26
Julio dijo:
9
16 de agosto de 2016
18:37:49
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