ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Entre otras funciones, después de 1959 Melba fue Secretaria general de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina; fundadora del Partido Comunista de Cuba e integrante de su Comité Cen­tral; diputada a la Asamblea Nacional y miembro de la dirección nacional de la Federación de Mujeres Cubanas. Foto: Cortesía de la familia

Hay dolores que colonizan el corazón, y una vez allí, se truecan de dolor en permanencia constante, ejemplo a seguir, re­cuerdos felices y otros no tanto, pero equivalentes al sentido de una vida. Y uno termina queriendo conservarlos, enseñarlos a los jóvenes para que la historia no sea de nuevo de cenizas y sangre, y la libertad continúe como el tesoro más preciado por el cual se luchó.

Dolores como esos acompañan a Manuel Enrique Mont­a­né, quien el 9 de marzo del 2014 se despidió —como lo hicimos todos los cubanos, solo en apariencia física— de su “tía” Melba, con quien vivió desde su adolescencia y le enseñó “a amar la Patria y la Revolución por encima de todo, incluso de sí mismos, y a cumplir con el deber, porque ese fue el único objetivo de su vida”.

Manuel no se despidió de veras. Lleva consigo el recuerdo de su “tía” y lo transmite a sus hijas. Lo dice su mirada, la complicidad con la cual teje las historias familiares que lo formaron como hombre de bien. Lo dicen las fotos que rodean su oficina, su casa; la humildad para acceder a recordar a Melba, pero bajo el compromiso de no ser él el protagonista, sino quien le “enseñó lo más importante que uno tiene en la vida: los valores. Siempre muy exigente y austera. Y me enseñó a luchar con mi propio esfuerzo por mis triunfos y sueños”.

Manuel Enrique, la fecha para mí es algo más. Tu decisión de ser miliciano equivale a mi confianza en ti como relevo de la Generación del Centenario, de Martí. Escogiste el camino correcto. Cumple. Éxitos, tu tía Melba, lee la dedicatoria del cuadro regalado por ella cuando decidió ser miliciano, al tiempo que habla de la importancia de “mamaíta” y “papaíto”, como le de­cía ella a sus padres, en su formación desde pequeña.

Lo demuestra el fragmento de una carta escrita por su pa­dre en vísperas de su cumpleaños 14, desde la prisión a donde lo llevó la lucha contra la tiranía de Gerardo Machado: No he pretendido entristecerte. Si piensas en Martí y en la Patria que tiene derecho a ser digna, aceptarás con orgullo este sacrificio, que afortunadamente no es de los mayores.

Puedes imaginar —apunta su sobrino mientras me enseña las fotografías del archivo familiar— la preparación y conocimientos de la Melba adolescente, a la que también contribuyó la maestra y directora de su escuela primaria Corina Rodríguez, quien el día de conmemorar la muerte de algún prócer de la independencia, iba a la escuela con su brazalete negro. “Ese día no se podía mover un alfiler en la escuela, me contaba mi tía”.

La semilla sembrada germinaba en Melba. Vinieron días difíciles; y hermosos también: los de decidir que sería el Derecho la carrera con la que combatiría las injusticias que se instalaron en su país, y en su propia casa (como la escasez y la falta de empleo); los de concretar sus primeras actividades revolucionarias; los de conocer —en 25 y O, en el Vedado— a Haydée Santamaría (Yeyé) y su hermano Abel (Lo cierto es que me vi, de pronto, ante dos jóvenes embriagados de sueños, idealistas románticos como yo…*); y los días de conocer a Fidel…

En las paredes de la casa de Melba permanecen cuadros del líder de la Revolución Cubana. “Hay cartas escritas desde la cárcel de Boniato en las que hablaba de la brillantez de Fidel desde la devoción —comenta Manuel—. Sentía una lealtad infinita por él y “Raulito”. Por otra parte, siempre hablaba de la pureza de Abel, lo limpio que era. Y de Yeyé, recordaba los momentos felices, cuando salían a pasear y Abel tenía que pedir permiso a mis abuelos y llegar temprano a la casa”.

Tiempos de euforia juvenil mezcladas con ansias de libertad fueron aquellos que en Jovellar No. 107 —junto a 25 y O— en­contraron su “cuartel general”, y en este último sitio  la “imprenta” de donde salía, con tinta fresca, El Acusador. “Mi abuela Elena —cuenta Ma­nuel— ha­­cía mucha gelatina para brindarle a todo el mundo. A veces Melba le decía: ‘mamaíta, voy con un compañero’, y se aparecía con tres. A veces no avisaba. Pero mi abuela ‘estiraba’ lo que tenía en la mesa”.

Fueron esas algunas de las enseñanzas que forjaron a la mu­jer fuerte de carácter para enfrentar la lucha, pero sensible para poner amor en cuanta obra se propusiera por el bien de su Patria; quien con la misma fuerza tomó un día la caja de gladiolos y la maleta donde se escondían las armas para partir a Santiago, horas antes del Asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; soportó el mar de sangre en el que intentaron matar las ideas aquel 26 de Julio de 1953, y desmintió en la Sala del Pleno de Santiago de Cuba las manipulaciones que querían impedir la asistencia de Fidel a la tercera vista del juicio del Moncada.

De ese mismo puño escribió a sus compañeros del Colegio de Abogados, quienes elaboraron una carta con la petición de indulto a su favor, cuando se encontraba —junto a Haydée— en la cárcel de Guanajay: “Treinta compañeros, treinta hermanos más bien en prisión… me impiden aceptar beneficios de quien alteró el ordenamiento legal de esta Cuba que llora, olvidando los sacrificios del ´68 y ´95, del ´30, ´33 y ´35…”. Melba agradeció la acción, mas no accedió a ella. “Espero sabrán comprender”, concluyó.

Así la recuerda Manuel, “muy exigente de carácter, como lo fue Celia, como lo fue Vilma, porque era la única forma en que se podía hacer la lucha, el Asalto al Cuartel Moncada, la distribución clandestina de La historia me Absolverá, la preparación para el desembarco del Granma...; pero a la vez muy sensible ante la muerte de un compañero, ante la enfermedad. Ella vivió para honrar a sus compañeros caídos, y ese recuerdo permanece en su despacho”.

Y va contando la historia que estas líneas no alcanzarían a abordar, sobre todo pequeñas cosas que la hicieron grande, la pasión por los niños, el gusto por el arte, el amor a su esposo Jesús Montané y al pueblo vietnamita, la confianza plena en la juventud. Sobre todo, habla en presente, porque lo que no se permitiría —lo que no nos permitiríamos los cubanos— sería no recordar así a Melba Hernández Rodríguez del Rey, en la infinitud de su alma y en la entrega y amor por este pueblo por el que luchó hasta el último día de su vida, en la permanencia constante y el ejemplo a seguir, para que la historia no sea de nuevo de cenizas y sangre.

UNA MUJER DE PUEBLO

La noche de este 8 de marzo Celia Melba, una de las hijas de Manuel, recibió el carné que la acredita como miembro de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), pues ha arribado a los 14 años de edad, la misma que estaba a punto de cumplir su “abuela” Melba, cuando recibió la carta de su padre proveniente de la cárcel de Remedios. Con ese hecho, Celia se inserta en una delegación de base que lleva el nombre de la Heroína del Moncada, una iniciativa de María Milán Goyos, secretaria a ese nivel de la FMC.

Como vecinas, tanto María como Nilda Álvarez recuerdan el ejemplo que dio siempre a su familia la Heroína del Trabajo, y hablan con orgullo de las enseñanzas que dejó, tanto en sus ‘nietas’, como en los otros niños del barrio: “Siempre les hablaba de la vida en la Sierra, de la lucha, de la Revolución, de Fidel y Raúl. Sus cumpleaños eran una fiesta en que no podía faltar nadie, siempre estaba muy pendiente de eso. Era muy querida por todos”, afirma María.

Nilda Álvarez, por su parte, me asegura que “fue un ejemplo de mujer entregada”. “Trabajaba siempre, y a la hora que llegaba atendía cualquier problema que tuvieran sus vecinos. Asistía a nuestras reuniones del CDR, y si por alguna razón de trabajo no podía estar presente, siempre explicaba las causas de su inasistencia. Hablaba mucho de sus padres, que tanto la apoyaron en su causa, y disfrutaba mucho de su familia y sus dos ‘nietas’. Era un mujer de pueblo”.

Lucy Villegas, una de sus amigas entrañables, mira en retrospectiva y entre las razones por las que puede sentirse dichosa, resalta el hecho de que Melba se encontraba siempre presente para brindarle el consejo oportuno, porque ella era —dice— “la mejor amiga que una podía tener”, “un ser humano extraordinario”, “una gran consejera”.

“Yo la conocí en los primeros días del triunfo de la Re­vo­lu­ción, cuando era secretaria del Comandante Almeida. Claro, ya sabía de ella por su historia, porque era de las personas que más admiraba. A mí me parecía que si todo lo del “26” fue extraordinario, valeroso, en parte era por la presencia de estas dos mujeres cubanas, que estuvieron en una prisión y se mantuvieron con esa firmeza. Teníamos una gran afinidad, de concepciones, carácter, intereses”.

Quien entre otras actividades fuera fundadora del Parque Le­nin y directora del Museo Nacional de Bellas Artes, guarda entre sus recuerdos fotos con la Heroína del Moncada. Las observa y sus ojos humedecen. Y sonríe, como a quien le llegan a la mente evocaciones suficientes para afirmar: “Melba está viva siempre. Fue una amistad que perduró a través de los años, como si fuéramos hermanas. Hablábamos mucho de nuestros trabajos, de nuestras ideas. Ella sabía escuchar y aconsejar, y no lo hacía con ‘teques’, sino de forma precisa, sobre las cosas que se debían hacer. Además, no te decía: ‘hazlo’; si no: ‘yo haría tal cosa’”.

Aunque a sus casi 85 años Lucy afirma que no le gustan las entrevistas, si se trata de Melba “no puedo negarme, los jóvenes tienen que conocerla. Cuando hablaba del Moncada, de la cárcel, siempre me decía que tuvo fe en que ellos triunfarían. Ella nunca pensó que la lucha estaba perdida. Estaba segura que con Fidel nuestra lucha se ganaba. Para ella él era su jefe, su hermano. Cuando hablaba de él uno se daba cuenta que se emocionaba”.

De una de las páginas de solidaridad escritas por la Heroína de la República de Cuba en la historia de la Patria, Lucy resalta la pasión, la capacidad de dirigir y de convidar a hermanos para esa causa. “Trabajé muchas veces con ella cuando fue presidenta del Comité Cubano de Solidaridad con Vietnam del Sur primero, y Vietnam, Cam­bo­dia y Laos después. Supo captar gente para trabajar con ella. Lo asumió con un amor tan grande que era capaz de transmitirte ese entusiasmo, y por eso los vietnamitas le profesan ese amor tan grande”.

“Fue un día muy terrible —dice refiriéndose al 9 de marzo del 2014— pero yo la recuerdo y la siento viva. Uno no siempre tiene el privilegio de encontrar personas como Melba. Su recuerdo hace que cuando piense en ella no lo haga con dolor ni pena. Pienso con amor, con cariño, con agradecimiento. Ese tono de voz que tenía tan dulce… siempre cuidándolo a uno, cultivando sus amistades y tratando de que fuéramos mejor cada día…”

—¿Y qué palabra exacta le trae a la mente el recuerdo de Melba?

—Inolvidable… Melba es inolvidable.

Fuente:
* Ilisástigui Avilés, Margarita y Álvarez Porro, Gladys Rosa: Melba. Mujer de todos los tiempos. Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2013.

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Alberto García dijo:

1

9 de marzo de 2016

13:11:23


Tuve el honor de conocer a Melba y conversar con ella en varias ocasiones. Fue una mujer extremadamente sensible y sencilla, digna compañera de Fidel, Raúl y de todos aquellos que integraron la llamada Generación del Centenario. ¡Gloria eterna a su memoria!

Alberto Mejia Aguilera dijo:

2

10 de marzo de 2016

20:42:41


Estimados amigos CUBANOS, (NO MAIAMEROS): Yo NO tuve la suerte de conocer a esa gran mujer, compañera de lucha de Fidel y Raúl; pero si fue su vida como la de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, también siento un gran pesar, dolor y llanto por esas grandes personas. Saludos desde Mexico, Distrito Federal (ciudad capital de la República Mexicana= MEXICO) Sinceramente: Su amigo mexicano y antipriísta: (A.M.A.) Alberto Mejia Aguilera P.D. Espero que Obama pueda reunirse con Fidel y Raúl.