Desde hace casi dos horas estoy ascendiendo por un abrupto sendero de mulos los 625 metros sobre el nivel del mar que me llevan al Alto de la Sabina, corazón mismo de la Reserva Ecológica Alturas de Banao. A pesar de que esta es cuanto menos mi decimoquinta incursión al macizo montañoso del Escambray, o Guamuhaya, como lo llamaban los indígenas, nunca antes había visitado esta parte de su extremo suroriental.
Antes del ascenso me habían advertido que el trayecto podía estar lleno de riesgos: vadear diez veces un mismo río, sortear difíciles pendientes y, aunque en Cuba no existen mamíferos peligrosos, no estaba descartado el encuentro con uno de los enormes reptiles que abundan en la zona, ante los cuales suelen espantarse los caballos, de ahí que decidieron que me acompañaran un práctico, Orelbis y un experto, Guillermo.
A la expectación por las recomendaciones de mis protectores y las exaltaciones de los especialistas sobre los valores naturales del lugar, se unía ahora mi curiosidad al conocer que el territorio fue uno de los últimos reductos de los grupos de bandidos que asolaron las montanas cubanas. Apenas quince meses después del triunfo revolucionario, bajo la administración de Eisenhower, la CIA organizó un total de 299 bandas nutridas por ex militares de la dictadura, colaboradores de antiguos terratenientes y personas políticamente confundidas, para sembrar el terror entre sus habitantes.
El Escambray fue un objetivo priorizado y parte de esta área protegida fue base de operaciones de las bandas comandadas por dos de los más sanguinarios, Julio Emilio Carretero y Tomás San Gil, responsables por la muerte de muchos de las 549 víctimas de la contienda, entre ellos los maestros voluntarios Conrado Benítez y Manuel Ascunse Domenech, este último casi un niño, ambos miembros de las brigadas de alfabetizadores, creadas para reducir el analfabetismo, que en 1958 en todo el país era del 47.1% y en el campo más del 20%.
Desde 1965, gracias a los milicianos capitalinos, y campesinos, organizados en batallones para limpiar la zona de bandidos, el Escambray quedó libre de esa plaga, y sus analfabetos fueron alfabetizados.
DESDE DONDE SE BIFURCAN LOS CAMINOS
La cabaña rústica que corona el Alto de la Sabina, estaba prácticamente cubierta de nubes y la temperatura era bastante baja cuando llegamos al punto, por lo que apenas oscureció nos retiramos a descansar.
A pesar de mi agotamiento físico no podía conciliar el sueňo, reflexionando sobre esos jóvenes asesinados en este macizo montañoso que en la actualidad podrían haber científicos, maestros, médicos de la Operación Milagros o simplemente protectores de la naturaleza que con tanta tranquilidad hoy apreciábamos. Sin concluir mis tristes pensamientos me rindieron el cansancio y la sinfonía de las Eleutherodactylus limbatus, una de las ranitas más pequeña de Cuba (apenas un centímetro), cuyo singular canto le ha ganado el popular nombre de colín.
Con más de 5 mil hectáreas de tierras cubiertas de bosques y atravesados por ríos que conforman una paisajística verdaderamente impresionante, hábitat de numerosas especies de animales y plantas, algunas de ellas exclusivas de la región
A la mañana siguiente lo primero que hice fue aspirar el aire limpio y frío de la montaña. Solo por esa bocanada de aire puro valió la pena el duro ascenso. Aunque el entorno no estaba totalmente despejado alcance a ver en la distancia la presa Zaza y los ríos Higuanojo y Banao serpenteando por entre las lomas tapizadas de Pinus caribaea.
Descendimos hasta el valle y pude contemplar en toda su magnificencia el panorama de la Reserva, en cuyo hábitat viven más de 200 especies de la fauna, de ellas 68 de aves, entre las que se encuentran cuatro especies de carpinteros y grandes poblaciones de tocororo, cartacuba, cotorra y catey; 16 especies de anfibios y 23 de reptiles,17 de moluscos, y 56 de artrópodos. La flora de sus cinco formaciones boscosas abriga más de 900 especies vegetales, entre las que abundan orquídeas silvestres, multitud de especies de helechos y cientos de plantas con flores, incluyendo algunas importantes para la Botánica nacional, así como musgos, líquenes y hongos.
Tal y como me habían pronosticado se produjo un fortuito encuentro con un enorme majá de Santa María (Epicrater angulifer), la boa cubana, que hizo corcovear a las bestias. Por lo que decidimos seguir caminando. Así llegamos a Charco de Oro, una piscina natural donde, según la leyenda popular, los indígenas arrojaban su oro para que no cayera en manos de los colonizadores. Más adelante vadeamos el lecho del río, trepando por una suerte de escalones de piedras calizas hasta llegar al último ¨peldaño¨, donde nos dimos de bruces con Cortinas Blancas, una catarata que se precipita desde unos 70-80 m de altura.
La tercera jornada fue lo que se dice una prueba. Prácticamente sin detenernos, pues la noche se acercaba, avanzamos hasta un sistema cavernario inundado donde se ubica Caja de Agua, una de las cuevas más profundas de Cuba y la mayor del centro del país, en la que nacen las cuencas de los importantes ríos locales Banao e Higuanojo.
Sobre la marcha todavía tuvimos tiempo de tomar un baño en una poceta casi helada; seguir las huellas frescas de un venado y detectar el nido de una paloma, curiosamente construido sobre la penca de una palma Manacas. Al regreso visitamos la modesta vivienda de un matrimonio que trabaja para la Empresa Flora y Fauna, administradora de la Reserva. Mientras disfrutábamos el café que nos ofreció la dueña, su marido nos contó que había nuevos bandidos de otro tipo en esas montañas: los cazadores furtivos que persiguen con saña a los animales silvestres, no obstante las multas o amonestaciones que les imponen los guardabosques cuando los sorprenden.



















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