
La tradición colaborativa de país pequeño que comparte lo que tiene para salvar vidas, aliviar dolores en la tragedia masiva, prodigar conocimiento elemental donde la ignorancia aprovecha la pobreza, y promover con su experiencia política las causas justas de los pueblos, ha alimentado un prestigio de nación profundamente humana y solidaria.
En el imaginario popular de los cubanos, la vocación internacionalista de la Revolución ha otorgado cierto sello de exclusividad al término que, sin proponérselo, de algún modo ha terminado reduciendo su significado —para algunos— a todo cuanto de bien hacemos más allá de los mares.
Sin embargo, en estos tiempos de revisión ciudadana por el rescate de las buenas formas de convivencia y respeto, del empuje convocante para que el civismo se consolide como cultura, y la cortesía, el hablar bien, la tolerancia, la aceptación de la diversidad y la decencia en general vuelvan a ser atributos de la actitud personal; se necesita que la solidaridad reconquiste sus acepciones primarias en la conciencia y el actuar individual, como si cada quien fuera el país con la virtuosa vocación de servir a los otros.
No pocas veces, ni en pocos espacios públicos, se deja escuchar el reclamo nostálgico por “épocas anteriores” en que la caballerosidad medía la integridad, mientras se ponderaba más la actitud servicial, atenta a los detalles, nunca vulgar y siempre dispuesta a tender la mano u ofrecer alguna solución.
No dejan de ser verdades, y hasta alarmantes, las manifestaciones recurrentes de irrespeto que perviven en nuestra actualidad, incluso más allá de las escenas tan llevadas y traídas del papel —ahora la lata— tirada donde quiera, la palabrota a flor de labio, la colonización de los asientos en la guagua, la ley del más fuerte en cualquier cola, el imperio del vecino que vocifera o la impunidad del escandaloso con la bocina en el balcón.
Subrepticiamente, y a veces no tanto, las malas actitudes se nos visten de una descarnada insensibilidad, aun más notables cuando caen con todo el peso sobre la gente que de verdad requiere un acto solidario.
En la última semana me indignaron tres escenas bochornosas. La primera de un portero de un banco —con más aptitudes de bisagra que de ser humano—, negado a dar acceso a una ancianita de pie sobre la acera soleada, “porque solo entran tres a la vez, y esto es un banco, no una tienda, hay normas de seguridad”, dijo, como quien evitaba que del bastón la viejita sacara un fusil.
La segunda fue el regateo oportunista de un camionero con el grupo de viajeros desesperados ante la inminencia de la noche, en un entronque de carretera en la comunidad granmense de Cauto Embarcadero, que une la vía Central con la ciudad de Manzanillo: “Fíjense en la hora: o 20 pesos por cabeza, o no hay viaje”.
La ruta normal vale diez por persona; pero a juzgar “por las cabezas”, parece que el todopoderoso camionero no los consideraba personas.
Por último otra ancianita, que bien pudo ser la misma del banco, ante un carretillero estacionado a las puertas del mercado: “Si quiere el plátano barato, mi tía, búsquelo allá adentro”, le espetó burlón, a sabiendas de la tarima vacía.
“Esto es oferta y demanda”, concluyó, con un tono que parecía refrendar legalmente el atropello, a la par que le impedía hacer “concesiones solidarias”.
Vuelvo a los que apelan a “épocas anteriores”. ¿Alcanzará la nostalgia para resolver tales atentados a la solidaridad como sentimiento a mano, al espíritu colaborativo de tú a tú, al favor como actitud espontánea y desprendida, no para cobrarte luego la deuda de gratitud?
No creo en quienes pasan criticando la paja en el ojo ajeno, sin reconocerse dentro del problema, machacando en muchas ocasiones el manoseado argumento de “una juventud perdida”. A propósito, ninguno de los tres artífices de las escenas descritas eran precisamente jóvenes.
Lo veo más bien como un pendiente grande que nos incluye a todos, y que requiere la fuerza de la ejemplaridad individual; a fin de borrar las desesperanzas frente a ese cierto egoísmo de pensar y hacer “solo lo que es bueno para mí”; unas veces practicado con descarnada conciencia por personas rencorosas y otras alentado por la enajenación inconsciente de un par de audífonos o el show televisivo del paquete semanal.
Por jóvenes no, por favor, no señalen a más nadie, que aún sin leerse a Martí hay muchísimos que se resisten a enrolarse en el molote para abordar la guagua, o no les hace falta el cartel de embarazada para ceder el asiento, y comparten el pesado bulto de un desconocido, y le roban tiempo a su agenda para ayudar al otro sin mediación del dinero, porque la solidaridad es una virtud que no se alquila, ni necesita inversión para reproducirse.
Para ser solidario no hay que vencer frontera alguna. Basta con sentirse humano… y mirar a los lados.



















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PRIMITIVO J. GONZALEZ dijo:
1
9 de junio de 2015
03:23:27
Orlando Torres dijo:
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9 de junio de 2015
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renato peña dijo:
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Erislandis dijo:
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9 de junio de 2015
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Juan Carlos dijo:
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9 de junio de 2015
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Armando Ruiz dijo:
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9 de junio de 2015
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mercedes romero dijo:
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9 de junio de 2015
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Carlos Leyva dijo:
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9 de junio de 2015
11:09:57
carlosvaradero dijo:
9
9 de junio de 2015
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Daniel Bermudez de Castro dijo:
10
9 de junio de 2015
12:22:07
tf dijo:
11
9 de junio de 2015
13:02:20
Orestes Valdés dijo:
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9 de junio de 2015
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ana dijo:
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jm dijo:
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Lázaro Ruben Fuentes dijo:
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TOKIN dijo:
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Guarina dijo:
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Jose M Rodriguez .C dijo:
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Vázquez dijo:
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yuliozorrilla dijo:
20
22 de junio de 2015
06:58:24
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