
Así como la obra buena deja huellas en el alma de los hombres asistidos, también las deja en la tierra que la vio realizar.
Por eso Venezuela va siendo en su geografía como una arena fecunda, marcada por los pasos del bien espiritual que la misión Cultura Corazón Adentro va dejando en el país del Orinoco.
Siete años hace que esta colaboración de los cubanos ayuda a transformar lo oscuro con la luz del arte, y allá en esos rincones empinados de los cerros, donde las calles sinuosas y las casas apretadas enmascaran la sensibilidad con la convulsión de los barrios marginales, asombran esos centros culturales que Cuba y Venezuela levantan juntos, para salvar y hacer crecer hombres de bien.
De allá vinieron, hace poco, Nemesio Omar y Eddy Valiente, jóvenes instructores de un arte internacionalista, que dieron en la tierra de Bolívar todo lo que aprendieron en su Isla natal… y lo que son como personas.
Trabajaron allá con los mismos objetivos y ganas, a una distancia inferior a la que los separa hoy, el primero en Mariel y el segundo en Bayamo. De Venezuela vinieron con varios adentros cultivados, y ahora cuentan a Granma, como una reverencia a la misión cultural, de corazón, su obra buena.
ADENTRO GEOGRÁFICO
Caracas lo acogió cuando aún la misión daba los primeros pasos, y su destreza con los pinceles le abrió el camino entre niños, jóvenes y adultos. A finales de junio del 2008 Nemesio Omar Lafferte Gálvez arribó a tierra bolivariana, al integrar el tercer grupo que salió hacia ese país.
“Tuve que familiarizarme con la comunidad, hacer un diagnóstico inicial, ver las instituciones educativas enmarcadas en ese radio, los gustos y preferencias”, manifiesta, e insiste en que “Venezuela es un país con una riqueza y una diversidad cultural enormes, en todas las manifestaciones artísticas”.
En diciembre de ese propio año regresa a Cuba, pero antes de partir firmó, junto a otros tantos, un compromiso donde plasmaban la decisión de volver, y así fue. Para el siguiente febrero ya estaba allí, por algunos meses. Trabajó entonces en grupo de tres especialistas, donde se fundían artes plásticas, danza y música, y contaban también con el apoyo de venezolanos, a quienes llamaban activadores, “personas con una inmensa sensibilidad para el arte”.
Laboraban lo mismo en escuelas primarias, liceos, plazas, museos, y otros centros de la comunidad, mediante talleres y encuentros. “Hacíamos incluso, actividades de conjunto con el circo, de gran impacto entre la población.
“Previamente, había espacios a los que la mayoría de la población no podía acceder, y la misión los llevó a la comunidad sin ningún pago monetario, lo cual fue posible gracias al desarrollo del proceso revolucionario bolivariano, comandado por Chávez y con la guía de Fidel.
“Si el quehacer de los médicos es sumamente importante, nosotros éramos los médicos del alma. Tratamos de adentrar a las personas en el mundo del arte y a partir de ahí ir cambiando los males latentes en la sociedad”, dijo Lafferte.
“Fue como ir con el corazón nuestro hacia el corazón de las comunidades más desfavorecidas, complejas y peligrosas, junto a los animadores venezolanos”, sostiene Eddy Valiente, el bayamés que llegó con 25 años y estuvo dos.
“Llegábamos de una manera tan humana, fresca, singular y emocionante, que rápidamente calaba en su gente, con aires transformadores para la vida local.
“Las cualidades del cubano como persona solidaria, amistosa, dueña de un alto conocimiento, son los códigos fundamentales para identificarnos rápido con la gente de allí. En la parroquia El Paraíso, del Distrito Capital, por ejemplo, hicimos de nuestra propia casa el centro cultural de la comunidad, sede principal de los talleres de danza, música, artes plásticas y zancos.
“En la localidad llegamos a reconvertir la peligrosidad de la noche de la que son famosos los cerros, ocupando el tiempo libre con bailoterapias masivas tres veces en la semana. Asombraba la incorporación de muchísimos jóvenes. Era una intención priorizarlos a ellos, aunque promovíamos acciones para todos los grupos etarios, desde la práctica de la pintura, el baile, el canto, las manualidades que tan alta tradición tienen en Venezuela”.
ADENTRO ESPIRITUAL
Tres veces fue Lafferte, y en cada una comprendió mejor el valor de su rol allí.
“La esencia como misioneros es darles las herramientas técnicas para que desarrollen lo innato. Inculcamos valores a través del arte, y sobre todo fortalecimos la conciencia por preservar su cultura”.
La última vez estuvo en los cerros del sector Nazareno, en la parroquia de Petare, del municipio Sucre, estado de Miranda.
“Es considerada una zona con lugares violentos, pero donde también hay personas fabulosas y una cultura increíble. Trabajé con todas las edades, pero el mayor resultado lo obtuve con adolescentes y jóvenes”.
Los muchachos gustaban mucho del graffiti, y entonces aprovechó las oportunidades de la muralística. “Los agrupé y hacían bocetos a partir de temáticas a favor de la comunidad. Traté que sus representaciones estuvieran sobre la base de una crítica a los males sociales predominantes. A esos bocetos le incorporábamos líneas, colores, figuraciones, cosas que ya hacían de forma empírica. Era un trabajo sobre sus intereses gráficos, sin marginarle las concepciones previas”.
Eddy considera el efecto visible sobre la espiritualidad de la gente, como el mayor y mejor saldo de su presencia allí.
“Nuestra misión llegó hondo en esas personas, los marcó mucho en su espiritualidad, porque el arte tiene esa virtud de remover el pensamiento, el alma, y en consecuencia, la actitud.
“Guardo con gratos recuerdos la experiencia de Manuel Zabala, de 78 años, que dejó el alcohol por el dibujo, al punto de convertirse en una figura local apreciada por su talento. Tenía la sensibilidad adentro, y la práctica del arte lo salvó del vicio. Decía sentirse representado por nosotros, atendido, tenido en cuenta. Se sintió feliz, y eso es una recompensa incomparable”.
ADENTRO PERSONAL
Si bien la Casa de Cultura de Cabañas, en Artemisa, ha sido y es una escuela para Lafferte, la misión Cultura Corazón Adentro también fue el gran espacio en el cual consolidó su formación profesional y lo hizo mejor ser humano.
“Nos desempeñábamos mucho en equipo, eso es clave. Logramos el reconocimiento social y de varias instituciones, a diferentes instancias. Como artistas también crecimos, pues además de pedagogos, éramos creadores”.
Reserva como tesoro en sus recuerdos, la oportunidad que tuvo junto a los niños de intercambiar algunas palabras con Chávez, en la inauguración de una galería, a solo horas del primer año de la misión. También las amistades y la profunda admiración por aquellos activadores venezolanos, que los acompañaron como hermanos, con nombres como el de Ángela Camacho.
“Como instructor y persona —cierra Eddy, la misión Cultura Corazón Adentro fue una etapa medular y formativa, que me hizo madurar en todos los sentidos. Hoy soy más hombre y más humano, con un poco más de preparación práctica ante la vida, más responsable y sobre todo sensible.
“Fue una misión que me llegó muy adentro por medio de los otros, del agradecimiento espontáneo que brotaba del viejito Manuel, o de los varios niños hijos de familias disfuncionales, de malandros presos o muertos por las bandas, de madres dadas a la droga y la violencia, y que sin embargo nos querían como a sus padres. Era un premio conmovedor cada abrazo, cada beso, cada pregunta desesperada sobre si volvíamos mañana.
“Eso le basta a uno, y le da la seguridad que en pocos meses creció gracias al arte, a la sensibilidad y a la nobleza de una misión pensada para cultivar hombres de bien, a partir de esa savia universal y poderosa que es la cultura”.
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