La Plaza de la Revolución, casi siempre tan quieta y silenciosa, y con una majestuosidad que devora irremediablemente la mirada, trasmutó en la mañana de este viernes cuando miles de trabajadores la colmaron de blancos y rojos, carteles y consignas… Era el Primero de Mayo.
Abarrotada, ante una reacción en cadena de energías humanas que le hizo cobrar vida, salió a caminar junto a los hombres y se coló entre ellos, entre los padres con sus hijos en los hombros, entre la señora disfrazada de Juana la cubana que bailó el “son” que le tocaron las bocinas, entre los jóvenes arremolinados desde bien temprano, quienes se abrazaban, sonreían, mostraban con orgullo las banderas de la región latinoamericana. No importó que San Pedro haya anunciado su asistencia desde tan temprano.
Al fin y al cabo tampoco era la primera vez que un Primero de Mayo empapaba a los cubanos. “Nosotros no le tenemos miedo a nada periodista”, se les oía.

Las calles desde bien temprano anticipaban que este año nuevamente iba a temblar la tierra. Quién sabe si con una fuerza mayor, porque caminaban sobre ella los defensores de la vida, quienes salvaron de la muerte injusta al África occidental.
La Plaza se agigantó ante su presencia, y ante la de otros Cinco caminantes, Cinco rostros que cada mayo, desde la mirada fija de sus acartonadas imágenes, y desde el poder de sus mentes para trasladarse hasta aquí, nos acompañaban. Era el Primero de Mayo más feliz desde hace 16 años.
Pareciera que Martí andaba escribiendo nuevamente que “se viene encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo”. No hubo reclamos por jornadas de ocho horas ni derecho a la organización sindical, como los de 1886 en Chicago. Tampoco hubo quien clamara por el cese de los desempleos, el fin de la esclavitud que sumerge a los hombres en el pozo del mercado, ni un pueblo indignado por una explotación laboral que los corroe.
Porque son otros los tiempos que corren para el obrero cubano, son tiempos de más productividad y entrega, de necesarios cambios en la vida económica, que mejoren los ingresos de quienes más aportan y de incentivar el amor por el trabajo. La Plaza de Mayo no fue una sola. Fueron todas las que existen en cada rincón de este “alargado” pedacito de mundo, hacia

donde todos los años se vuelca la creatividad y el más
típico criollismo del cubano, su imagen jacarandosa y despampanante, su carácter fuerte e intransigente, pero siempre risueño y solidario.
Allá se fueron bailando al terminar el desfile, quizá a seguir la fiesta hasta que sus pies no den más —como acostumbramos por acá—, quizá a preparar una rica caldosa familiar, o sencillamente a jugar dominó, a inundar nuestros parques de niños, quienes por un día se sintieron tan grandes como sus padres. Esas energías humanas de la gente buena que dieron vida a la plaza este Primero de Mayo, son capaces de estremecer el corazón de quien las mira.
Son como esos fuegos a los cuales, según Eduardo Galeano, no te puedes acercar sin parpadear y encenderte. Fuegos intensos se llevaron por unas horas la solemnidad cotidiana de Martí y dejaron sobre el espacio esa sensación de libertad, de ser buenos porque sí, porque se siente como un orgullo cuando se es útil a la Patria, cuando se construye el porvenir como lo hacen diariamente los trabajadores cubanos.



COMENTAR
Emilia Santana Gerreo dijo:
1
2 de mayo de 2015
11:22:46
Nébuc dijo:
2
2 de mayo de 2015
13:02:10
RamonP dijo:
3
3 de mayo de 2015
11:37:31
Pina dijo:
4
3 de mayo de 2015
14:14:19
>Mario Yañez dijo:
5
3 de mayo de 2015
19:35:38
alua dijo:
6
4 de mayo de 2015
16:44:13
Responder comentario